Zenda reproduce 5 poemas de Santiago Galán de su libro La lucidez del dromedario. Y el prólogo al mismo escrito por Mariano Peyrou.
FUE SOLO REALIDAD
Mariano Peyrou
Desde luego, los poemas se hacen con palabras: lo que define un texto como poema no es una sensibilidad, ni una visión del mundo, ni una emoción, sino un determinado uso del lenguaje que, en constante fricción con el lenguaje de la vida cotidiana y con el lenguaje de los demás poemas (quizá sería mejor decir que la fricción es con la imagen que el lector tiene de esos dos lenguajes), da lugar a una experiencia estética. Por supuesto, esta experiencia puede incluir sensibilidades, visiones del mundo, emociones.
Este “determinado uso del lenguaje” no es codificable, es decir, no es siempre uno y el mismo; más bien al contrario, necesita ir mutando para mantener esa fricción. No puede conformarse con reproducir la imagen que tiene el autor del “lenguaje poético”, porque en ese caso el poema, por decirlo así, nace muerto. O mudo: meras palabras sin voz.
En los poemas de Santiago Galán Álvarez encontramos un lenguaje que, sin desviarse excesivamente del que empleamos para comunicarnos a diario, transmite una especie de extrañeza, una advertencia de que nos encontramos en una zona en la que no habíamos estado antes; al mismo tiempo, sin plantear cambios radicales con respecto a la imagen del lenguaje poético que al menos este lector tiene en la cabeza, avisa de que vamos a tratar aquí con una sensibilidad, una visión del mundo y una emoción únicas.
Pero los poemas también se hacen con la voz: con algo que no es compartido, sino profundamente individual, íntimo. Si las palabras buscan cierto orden, la voz se complace en el caos; si las palabras se oponen al tiempo, tratan de fijar algo y protegerlo, la voz es tiempo y devenir; si las palabras significan hacia afuera, la voz lo hace hacia adentro; y donde las palabras restañan, la voz escarba: brota en el dolor.
“Pero entonces fue solo realidad”, leemos. La realidad no basta, y además la realidad se deshilacha cuando uno se pone a nombrarla, quedan las palabras que ocupan el lugar de lo real y lo real desaparece tras ellas, se pierde de un modo más radical que cuando se pierde a causa del olvido. Sin embargo, aquí no se nombra la realidad, sino que se constata un desbordamiento: algo se desborda al mismo tiempo por dentro y por fuera, y la voz que habla aquí tiene la sabiduría de no elevar el tono, de ir inventariando serenamente todo lo deshilachado: lo que no fue, lo que fue y lo que podría haber sido. Hay una negociación entre lo que pasó –y fue solo realidad-, los recuerdos y las distorsiones de la realidad, la melancolía y las palabras que se apoderan de todo, que lo reemplazan todo, dejando apenas una huella, una presencia ilusoria, la fantasía de haber vivido.
Al retirar el escarabajo
la arena fina de las dunas
estampa contra ellas su cuerpo,
su entero ser.
Es de esta forma todo él
huella
traducción de su camino en surcos
Rastro involuntario de sí
que en su inmediato perecer
lo encierra, nos encierra.
Me llamaréis limítrofe
molécula del tejido
que separa dos mundos
cuando me veáis
atrapado en él
al paso de la aguja
que con hilo imperturbable
los hace estancos
Ya no más aire
entre ambos ya sólo
el choque y giro de vuelta
de sus señales al alcanzar
esta pared
nido de nada
nido de toda ausencia
donde estaré
esperando
que un destello que no existe
os hable de mí
y me rescate
Ahora es tiempo
de caminar entre los restos del asedio
que ha parasitado nuestro cuerpo y lo ha disgregado
para que olvide su forma
Hay que recoger los trozos,
reunirlos con paciencia
y no llorar
por lo perdido en las grietas
Las líneas que remiendan la piel
se preguntan dónde deben mirar,
por dónde se prolongan
las arterias balsámicas
fuera de los límites del verso,
ahí, en ese mundo torcido
que hemos errado en aceptar como vino
herido, hiriente y único
Aprendemos a andar
con cada desperfecto nuevo
que nos forma parte
Lo no sucedido
impregna la tierra húmeda
y nos llena los pies de barro,
luego se seca
como grano frágil de la pieza de alfarero
Cargamos su peso
con la fuerza orgánica
que intenta preservarlo
hasta que respira en nosotros
y está tan roto
como nosotros
Quizás no seamos
descendientes de alabadas dinastías,
quizás no con el cuerpo
sino con la electricidad
húmeda
de las naves y los platillos volantes
pueda accederse allí,
indefinido allí
que define el choque entre dos crótalos.
Pueden afirmarse los adverbios
y su afirmación será duda siempre:
ante la lucidez del dromedario
sólo queda replegarse.
EN LAS FAUCES DEL AIRE
Siento curiosidad
por saber
cómo empieza una nota
a devorar otra nota
cómo palidece la escritura
y su albura espejea el papel
para ahogarla en blanco,
para que sufra la infamia
de verse impresa y que no la veamos.
El grito
de cada una de sus letras
absorberá el ruido de fondo
discerniremos apenas
vírgula, serifa, garabato
Una nota
despliega su timbre
en el espacio ya ocupado
nace gastada
empequeñece
suma su identidad al totum revolutum,
único, estimulante temblor.
Vivir ya no es más que lo acumulado
para vivir.
Hace ya un tiempo que comenzó
la dictadura de los superpuestos.
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Autor: Santiago Galán. Título: La lucidez del dromedario. Editorial: Biblioteca Añil Literaria.
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