Sergio Navarro es un poeta nacido en Marbella, Málaga, en 1992. Estudió Filología Hispánica y Comunicación Audiovisual y un Máster en Literatura Comparada en la Universidad de Cambridge. Ha publicado los poemarios Una imagen imposible (Premio RNE de poesía, Pre-Textos, 2018) y La lucha por el vuelo (Premio Adonáis de Poesía, Adonais, 2017). Formó parte de la XV promoción de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores.
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I – La costumbre de amanecer
Duermes como si hubieses olvidado
que hay otro mundo.
Tu llave respiración
rasguña
la cerradura de la sombra.
Pego mi herida a tu cama. Cuando pase, las noches siguientes pondré mi oreja en la
herida y escucharé las olas de tu cuerpo, como si el mío fuese una caracola.
Recuerde el zumbar de mosca
en la sala atán callada
sobr’el oxo.
El postrero aliento embosca
una puerta non çerrada
a reyno floxo
por do paresçe el Rey,
mas la mosca pone en frente
el su azul,
ante el cielo do estey,
ante la eternal füente
de la luz. [i]
Miro la muerte
crecerse lenta por tu oscuro,
redondearse,
hacerse tu mirada blanca y llena.
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V – Un cementerio es un lenguaje
Digo tu nombre en vano.
Tu cuerpo se ha olvidado de ser tú.
Leo lápidas. Los nombres son el lugar donde no están los muertos.
El silencio nos sila
en sus dedos de anémona.
Esta tu agua delgada
en poca marea baña
los navíos.
Quand el agua es baxada
tu muerte seca nos dapña
e tu vazío.
Somos encalladas barcas.
Lid de tormenta nos hiende,
váse la vida,
quedamos cual viexas cartas
con que una voz su amor tiende
non respondidas.
La boca, su sal de pipa hueca. Encierra un vacío anterior a ella misma, como una palabra fuera de un instante.
Cuándo sabré
que te hiciste esa nada
para ponerte fruto en mi lengua.
***
VII – Cena en la salita de no estar
En la noche silençiosa
gritaron los hombres “¡Llamas!
Por mi centro
se inçindieron espantosas,
por la casa que más ama
mi muxer dentro.
De la çeniza elebo
voz cual fumo de dolor
en la ruina,
mas habrá el mundo nuevo
e carne e cassa mexor
por devinas.
Quito la taza.
Debajo está la mesa.
Las cosas sangran cosas, se suceden.
Si alguna vez quitase
esta taza sin mesa
que la suceda y tape el hueco,
abriría un sumidero.
Desaguaría esta sombra
y tú aparecerías
por él, niña escondida
cansada de esconderse.
Al apagar la tele
inunda el cuarto
la noche, su verdad.
Hay que perder los ojos
para hablar con los muertos.
***
VIII – Un cielo mental
Es como una música detrás de la pared. Uno inventa una habitación para su belleza.
Algo así es el cielo.
Tu nombre suena
y emerge un continente
al otro lado de la niebla.
Assí tal la estrella norteña
está siempre estable y queda
en el çielo,
el mi corazón non sueña
con la tan traidora rueda
del anhelo.
Non mudaremos de vida.
Non araremos los llanos
con cuchillos
pues, ¿cómo la madre herida
podría a los muertos indianos
recibillos?
Aquí habemos de aguardar
a los muertos cual el valle
a los rayos
e morir en nuestro hogar
car en vientre de la madre
reencontrallos.
Si hay un lugar posible
para lo imposible que eres
es esta orilla junto a las medusas
y las plumas de calamar,
los bañadores olvidados
después de los niños.
Amanecimos
con una llave de tristeza
en la mano dormida.
Fuimos abriendo las puertas del mundo
hasta entonces pequeño como un cuerpo.
***
IX – Urbanización
Es así de sencillo:
la verdad no es un pozo
de donde rescatamos chorreando
tu recuerdo de niña detenida.
De repente, el mundo tiene quicio.
Los cuerpos tiemblan, ceden,
son pomos bajo el peso de las manos.
Fue piedat quien me arrancó
de la obscuridat pagana
de la tierra
e la muerte me alumbró
la perdida noche humana
do se yerra.
Hoy en el jardín
el sol enciende los limones
entre nuestras oscuras ramas.
El día suena a repique metálico
de palas contra un muro, a hormigonera.
Al otro lado
del lugar donde estemos
los muertos nos construyen una casa.
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[i] Los fragmentos en cursiva de los poemas corresponden a traducciones libres hechas por el propio autor.
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