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5 poemas de «Servicio de lavandería», de Begoña M. Rueda

5 poemas de «Servicio de lavandería», de Begoña M. Rueda

¿Qué hace una estudiante universitaria que ha colgado temporalmente los estudios trabajando en la lavandería de un hospital? ¿Cómo reacciona ante la llegada de la pandemia? ¿Por qué debe una mujer ocultar sus gustos y aficiones en su lugar de trabajo?

Begoña M. Rueda (Jaén, 1992), ganadora del Premio de poesía Hiperión en su XXXVI convocatoria con Servicio de lavandería, convierte en poesía cuanto vive y le afecta. En seis años ha ganado siete premios de poesía y publicado siete poemarios:

Princesa Leia (La Isla de Siltolá, 2016), II Premio de Poesía Joven Antonio Colinas.

Siberia es un estado de ánimo (Ediciones en Huida, 2017), I Premio Luis Cernuda de la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla.

Reencarnación (Ediciones Complutenses, 2019). Primer Premio de Poesía de la Universidad Complutense de Madrid.

Error 404 (Visor, 2020), XLVI Premio de Poesía Ciudad de Burgos.

Todo lo que te perdiste por meterte a monja (Difácil, 2020), VIII Certamen Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos, de Albox, Almería.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa (Aula de Poesía de la Universidad de Murcia, 2020), XVII Premio de Poesía Dionisia García de la Universidad de Murcia.

Servicio de lavandería (Hiperión, 2021), Premio Hiperión.

Y sigue trabajando en la lavandería de un hospital del sur.

******

En la lavandería del hospital donde trabajo

la ropa de los enfermos, la ropa

de los que o regresan de la úlcera

o se dejan amarillear por la muerte,

se amontona en bolsas a las siete de la mañana.

Dos lavadoras industriales

bastan para blanquear la ropa de las heces

y de la sangre que podría ser mi sangre, mi miseria

podría ser, algún día, un camisón

cubierto de vómito

de los que una vez lavados lucen como nuevos,

bendita sea mi vida, bendita mi salud

porque algún día, quizás, podría ser mi miseria

un camisón.

A 23 de marzo de 2020

Los sudarios se apilan en cajas de cartón

junto a la puerta del cuarto de baño.

Son las únicas prendas del hospital

que no se lavan después de darles uso.

Como todo en nuestra época

también vienen dentro de un plástico,

encontrándose la muerte como la bollería industrial,

envasada y directa al vacío.

Una se pregunta quién fabrica los sudarios,

qué fría máquina los cose y los empaqueta

listos para cubrir cualquier cuerpo

que yazca mudo en la morgue.

Yo por sudario quisiera las manos de mi madre,

morir antes que ella

y engendrarme de nuevo en su vientre,

volver a ser niña y no tener ni idea

de que en las lavanderías de los hospitales

la muerte se apila en cajas de cartón

junto a los inodoros.

A 27 de marzo de 2020

En frente de la lavandería se encuentra el tanatorio.

Ayer planché la ropa

del que ahora sacan a cuestas entre cuatro.

Lavé sus sábanas, doblé su pijama, le apañé una almohada.

Esto somos.

Corre el viento de levante y una lluvia fina

repiquetea sobre su ataúd.

A 23 de abril de 2020

Cómo será la boca

de la enfermera que me pincha el dedo

y lo aprieta hasta sacarme la última

gota de sangre.

Me pregunto si llevará pintados

los labios de rojo tras la mascarilla,

si sabrá besar en la frente o pronunciar

exitus.

Huele a gel hidroalcohólico y tiene

casi tanto miedo como yo,

un lazo negro en el uniforme blanco

y los resultados de nuestros tests.

Mañana podría tocarle a ella,

pienso.

Coronas de flores frescas

acompañarían su ataúd

y una compañera de facultad

la reemplazaría al día siguiente.

Así, como si nada.

Como si la vida

mañana podría tocarle a ella

lo mismo que podría tocarme a mí.

A 18 de mayo de 2019

El día de la presentación de mi libro

hay quien se acerca a preguntarme

a qué me dedico, si soy profesora.

No es la primera ni la última vez

que a la gente le sorprende

que trabaje en una lavandería,

como si por ello

me convirtiera en peor poeta.

Creía que eras

una mujer con aspiraciones,

es lo más delicado que me responde

una chica en la presentación de mi libro,

me ha mirado tan por encima del hombro

que ha debido de hacerse

daño en las cervicales.

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Autor: Begoña M. Rueda. Título: Servicio de lavandería. Editorial: Hiperión. Venta: Todostuslibros y Amazon

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FernandoG
FernandoG
2 años hace

Las instituciones quieren lavarse la conciencia premiando poesía como esta, pero lo único que logran es ensuciar la poesía.

Fermin
Fermin
2 años hace
Responder a  FernandoG

Pues podrías con tu conciencia pura y limpia escribir esa hermosa poesía que tanto te gusta, pero seguro que no dejas de ser otro ser deleznable y amargado como yo…

Anathema
Anathema
8 meses hace

Lo sórdido también es muy humano. Reflejo de nuestra miseria y pequeñez .Esta poeta no se regodea en la inmundicia o en lo soez, al contrario , es muy realista y ve más allá de lo inmediato, eso sí, no es es apta para estómagos delicados o aprensivos. Si no te gusta, prefieres un mundo anestesiado de glamour y fantasía, prueba Barbie o similares, ahí no se habla de la muerte ni de las debilidades humanas.