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5 poemas de Ted Kooser

Ted Kooser es un poeta y editor nacido en Iowa, Estados Unidos, en 1939. Trabajó durante muchos años en la empresa de seguros Lincoln Benefit. Es profesor invitado de la Universidad de Nebraska y es conocido por su larga obra poética. A lo largo de su carrera ha ganado premios como el Pushcart, el Stanley Kunitz o el Pulitzer, además de ser nombrado Poeta Laureado de los Estados Unidos del 2004 al 2006. En nuestro país se ha publicado el libro Delicias y sombras, con traducción de Hilario Barrero (Pre-Textos, 2009). Presentamos una selección de poemas con traducción de Hilario Barrero y Jonio González.

***

Padre

Mayo 19, 1999

Hoy hubieras cumplido noventa y siete años
si hubieras vivido y todos nos hubiéramos sentido
desgraciados, tú y tus hijos
llevándote de clínica en clínica,
un viejo, temeroso hipocondríaco,
y sus inquietos hijo e hija
pidiendo instrucciones, tratando de leer
los complicados, borrosos mapas de remedios.
Pero con tu dignidad ya intacta
hace ya veinte años que te fuiste
y me alegro por todos nosotros, aunque
te echo de menos cada día: el latido de tu corazón
bajo tu corbata, la mano ahuecada
sobre mi nuca, Old Spice
en el aire, tu voz encantada con historias.
Todos los años por esta fecha te gustaba contar
que cuando naciste
tu madre miró a través de la ventana
y vio lilas florecidas. Bien, hoy
hay lilas floreciendo en los jardines
de todo Iowa, dándote aún la bienvenida.

***

En la sala de oncología

Dos jóvenes, que supongo son sus hermanas,
la ayudan a llegar a la puerta abierta
que conduce a las salas de reconocimiento.
Cada una se dobla bajo el peso de un brazo
y camina con el porte recto y resistente
del coraje. A lo que debe parecer
una gran distancia, una enfermera sujeta la puerta,
sonriendo y dando ánimos.
¡Cuánta paciencia despliega en las almidonadas velas
blancas
de su uniforme!. Bajo su gracioso gorro de lana
la enferma se esfuerza para ver
el balanceo de sus pies, cómo se arrastraban
mientras recibe el peso de su cuerpo.
No hay ni inquietud ni impaciencia
ni rabia a la vista. La gracia
llena el molde limpio de este momento
y guardan silencio las hojas de todas las revistas.

***

En enero

Sólo una celdilla en la colmena helada de la noche
está encendida, o eso parece:
este café vietnamita, con su luz aceitosa,
sus olores cuya forma es como una flor.
Risas y conversaciones, el tic-tac de los palillos.
Mas allá del cristal, la ciudad invernal
cruje como un viejo puente de madera.
Un gran viento corre bajo todos nosotros.
Cuanto más grande la ventana, más tiembla.

***

Después de años

Hoy, desde lejos, te vi
alejarte, y sin un sonido
la resplandeciente cara de un glaciar
se hundió en el mar. Un viejo roble
cayó en las Cumberlands, levantando apenas
un puñado de hojas, y una anciana
que esparcía maíz para sus gallinas levantó la mirada
por un instante. En el extremo opuesto
de la galaxia, una estrella treinta y cinco veces
mayor que nuestro sol explotó
y se desvaneció, dejando una pequeña mancha verde
en la retina del astrónomo
como si éste estuviera de pie en la gran cúpula abierta
de mi corazón sin nadie a quien contárselo.

***

Un feliz cumpleaños

Esta tarde me senté junto a una ventana abierta
y leí hasta que la luz se hubo ido y el libro
no era más que una parte de la oscuridad.
Podría fácilmente haber encendido la lámpara,
pero quería cabalgar este día hasta la noche,
sentarme solo y acariciar la ilegible página
con el pálido y gris fantasma de mi mano.

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