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5 poemas de Thom Gunn

Thom Gunn fue un poeta nacido en 1929 en Gravesen, Reino Unido, y nacionalizado estadounidense. Hijo del editor Bert Gunn, sus padres se divorciaron cuando Thom tenía diez años de edad; más adelante, durante su adolescencia, su madre se suicidó. Fue ella quien le inculcó el amor por la lectura. En 1954 publicó su primer libro Fighting Terms. La crítica lo situó a la altura de Ted Hughes y Philip Larkin como el poeta más prometedor de su generación, pero Gunn dio un vuelco a su vida y a su obra cuando decidió emigrar a los Estados Unidos, siguiendo a su pareja, Mike Kitay. Allí dio clases en Stanford y en California, y se introdujo en la contracultura de San Francisco, atraído por la vida bohemia. Estas experiencias abrieron su poesía a temas nuevos como la experimentación con drogas, y a otros que había reprimido en Inglaterra como la homosexualidad. En 1992 escribió su libro más famoso, El hombre con sudores nocturnos (publicado en nuestro país en 2018 por Alba Editorial con traducción de Gonzalo Torné), donde levantaba acta del miedo y los estragos que había provocado el SIDA (enfermedad de la que nunca se contagió) y que le valió el Premio Lenore Marshall. A lo largo de su carrera recibió también los premios David Cohen, el Premio Levinson, el Premio Arts Council of Great Britain, el Premio Rockefeller y el Premio Lila Wallace, entre otros. Su última colección de poesía fue Boss Cupid, publicada poco antes de su muerte en 2004 en California. Presentamos una selección de textos con traducción de Gonzalo Torné y Bruno Hernández Valdivieso.

***

El abrazo

Era tu cumpleaños, habíamos bebido y cenado
la mitad de la noche con nuestro viejo amigo
que se nos mostró al final
en la forma de una cama que alcancé con zancada de borracho.
Ya estoy cómodo y tibio,
y soñoliento gracias al vino que dormita a mi lado.

Me adormité, me dormí. Un abrazo rompió mi sueño,
de repente, desde atrás,
presionaba la extensión completa de nuestros cuerpos,
tu empeine en mi talón,
mis omoplatos contra tu pecho,
no se trataba de sexo, pero podía sentir
toda la fuerza de tu cuerpo apoyado,
o abrazado, al mío,
y encerrándome en ti,
como si todavía tuviéramos veintidós
cuando nuestra gran pasión todavía no
se había transformado en algo familiar.
Mi veloz sueño había borrado todas
las intervenciones del tiempo y del espacio.
Solo era consciente
de la existencia de tu seguro, firme, seco abrazo.

***

Desde la ola

Se remonta en el mar, cóncavo muro
con las costillas del brillo en descenso,
se impulsa hacia adelante y construye cimero
su empinado risco.

Surgen de su escondite
negras figuras sobre tablas
y se lanzan contra la orla blanca,
hacia donde se va jaspeando.

Sus pálidos pies se enroscan, se balancean
con sabia destreza.
La ola que remedan
es lo que los mantiene tan quietos.

Ahora los cuerpos marmóreos son
mitad ola, mitad humanos,
como si les injertaran pies de espuma
unos instantes, y luego,

lo más tarde posible, rebanan la superficie
en procesión acompasada:
en este lugar el equilibrio es un triunfo
y el triunfo es una conquista.

La insensata cresta en la que cabalgaron
sobre una fluida plataforma
se rompe cuando la sueltan, cae y demorada
se pierde.

Libres, los cuerpos enfundados, lisas focas,
se aflojan y estremecen;
y junto a la tabla el pie descalzo siente
la succión de los guijarros.

Siguen a flote en el bajío;
dos se salpican con agua;
luego nadan todos mar adentro hasta
que se vuelvan a juntar las olas buscadas.

***

Pensar el caracol

El caracol avanza a empujones
por una noche verde, pues la hierba
está cargada de agua y pone trabas
a la brillante senda que da forma,
donde la lluvia ha oscurecido
la tierra oscura.
Se desplaza en un bosque del deseo,

moviendo apenas las antenas ocres
cuando caza. No sé decir
qué fuerza le espolea a su labor,
sin saber nada, ahí empapado a posta.
¿Cómo entender la furia
del caracol? Lo único
que pienso es que si luego

no hubiera separado la hojarasca
sobre el túnel ni hubiera visto
el reguero delgado
de baba blanca y quebradiza,
no habría imaginado nunca
una pasión tan lenta
para este lánguido progreso.

***

Mis tristes capitanes

Uno a uno ellos aparecen en
la obscuridad: pocos amigos,
algunos con históricos
nombres. ¡Qué tarde comienzan a brillar!
pero antes de desvanecerse quedan
perfectamente encarnados, todo

el pasado cubriéndolos como un manto
de caos. Fueron hombres
quienes, pensé, vivieron solo para
renovar la fuerza derrochadora que
gastaron en cada caliente convulsión.
Me recuerdan a mí, distante ahora.

Cierto, todavía no están en reposo,
pero ahora que están realmente
separados, alejados de los fracasos,
se retiran a una órbita
y giran con desinteresada
y dura energía, como las estrellas.

***

El hombre con sudores nocturnos

Despierto frío, yo, quien
Prospera a través de sueños calientes
Despierto siendo su residuo,
En sudor y aferrado a la sábana.

Mi carne era su propio escudo:
Donde se cortó, se curó.

Crecí mientras exploraba
El cuerpo en el que podía confiar
Mientras adoraba incluso
El riesgo que robusto hizo

Un mundo de maravillas en
Cada desafío a la piel.

No puedo sino arrepentirme
El escudo dado estaba roto,
Mi mente se redujo a premura,
Mi carne se redujo y naufragó.

Tengo que hacer la cama,
Pero en cambio me sorprendo

Parado y detenido donde estoy
Abrazando mi cuerpo
Como para protegerlo de
Los dolores que me atravesarán,

Como si las manos fuesen suficientes
Para detener esta avalancha.

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