El pensamiento de Tomás Valladolid Bueno es principalmente filosófico, pero sin restringir a esta linde el uso de la razón ni el de la escritura. Sigue la estela de filosofías como las de Rosenzweig o Benjamin, que no son amables con la realidad, es decir, «no quieren taparse los oídos ante el grito de la humanidad angustiada, sino partir con conciencia de que cada nueva nada de una muerte nueva es un algo nuevo y pavoroso que no cabe apartar ni con la palabra ni con el silencio. No quieren engaño alguno». Filosofías opuestas a otras que «anulan la pregunta por la verdad para que no despierte la responsabilidad adormecida».
Pero el autor sabe que la mediación conceptual entre mundo, palabra e ideas no basta. Y se adentra como furtivo del logos en la poesía. Un espíritu de lechuza busca aliento en el alma de la tórtola. Escucha voces familiares; hilvana con lógica de razón: si «el amor es tan fuerte como la muerte» (Cantar de cantares), será que «Hay vida en el dolor. Hay muerte herida» (Ruiz Amezcua). Y si bien «La vida no es poesía, la poesía es vida aunque hable de la muerte» (Claudio Rodríguez). Por esto, incursivamente, con irregulares resultados, se atreve a pensar escribiendo (scribere aude) con lenguaje de poema para darle aire a la filosofía.
De hojas trémulas
Como amor sediento
a falta de agua viva
NO cayó la hoja muerta
en el pozo seco
para morirse sin más
de muerte natural.
Cayó la hoja somera
y así navegando va
entre gotas y círculos
del eterno rumor del tiempo
sobre un suelo de agua
embrujada por el viento.
¡Sin nada más?
¡Acaso, madre,
todo quedará sin más
que la voz muda de su eco
sin nada más
que el silencio de lo incierto
sin nada más
que hogueras del firmamento
sin nada más
que el destierro de los muertos
sin nada más
que un hueco en el universo
sin nada más
que fosas de cementerios
sin nada más
que nuestro estéril recuerdo
sin nada más
que el triunfo de la tibia Nada
que la victoria irrevocable
de su eterna y épica verdad?
De qué queda
Dando su espalda el día
-estrella de luz en ruinas-
se truncó mi vida contigo
con la fría cara de mujer,
de madre embalsamada.
A tu fino rostro de perfil,
figura de cuerpo pétreo,
mis ojos ciegos miraban
en dirección del Misterio
de la Vida siendo Nada.
Clavado junto a la tumba,
me oscureció la mirada
un eterno apagón de Luz
que con esperanza sin fe
entre tu alma yo buscaba.
Claro me reveló tu muerte
qué queda de este mundo,
-tapiada la ciega ventana-
al otro lado de ti, y de mí,
de la Vida contra la Nada.
Víctimas de ayer y de hoy
Un nocivo espectro de mitos renacidos
vuelve a poseer el alma de mi tórtola:
De día, vocifera atroces esperanzas,
y en el negro lienzo de la noche
con sus potentes haces de luz cegadora,
ilumina de rojo el luto de la sangre.
No cesa de expeler un abrasivo soplo
que agosta, sin tregua, las primerizas espigas
y quiebra con ahínco los tímidos sarmientos.
No desiste en el empuje de su letal corriente,
arrasa la ya exigua dignidad de la vida
sin cobijo ni parapeto, la lleva hasta la muerte.
Una fingida y tentadora promesa de paz
reina sobre un pueblo esclavo
de mitos y arcaicos sacrificios
desfigurando el rostro de sus víctimas,
de día y por la noche, muertas y vencidas.
Hundido y salvado
con destellos de relámpagos
abriendo unas enormes grietas
por donde desbocan aguaceros
y trombas de pedrisca helada
ánimas malditas que circulan
por las subterráneas venas
llegando al corazón mismo
de la quemada tierra y la inundan
de muerte repentina que ahoga
con negros coágulos de sangre
tocando a luto las campanas
en esas horas de repetida fuga
solmódica y musical mensaje
de una estrella apagándose
en apariencia cuando la luna
emerge con su rostro de ceniza
después de cada atroz diluvio
profecías de un nuevo amanecer
tan negadas de fiesta y jubileo
que la memoria en su soledad
recorre los campos devastados
buscando en las antiguas ruinas
de viejos y silvestres cobertizos
los frágiles hostiarios de calabaza
que aún resisten semiocultos
conservando semillas y huesos
esperanzas que ni vivas ni muertas
de un mundo hundido y salvado.
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