Virgilio Piñera fue un poeta, narrador y dramaturgo nacido en Cárdenas, Cuba, en 1922. Es considerado como uno de los escritores fundamentales y más originales de la isla. En una primera etapa colaboró en publicaciones cubanas como la revista Orígenes, de gran trascendencia en el panorama literario insular. Vivió una larga temporada en Buenos Aires, Argentina, entre 1946 y 1958. Se relacionó con el grupo de escritores argentinos liderados por Macedonio Fernández, que incluía a Jorge Luis Borges. Regresó a La Habana en vísperas del triunfo de la revolución de Fidel Castro y el Che Guevara. Asistió al estreno de algunas de sus obras teatrales y colaboró en La Gaceta de Cuba. Su obra comparte la característica de jugar con lo absurdo, ya sea a nivel teatral, poético o narrativo. Entre sus obras de teatro destacan Electra Garrigó (1948), Falsa alarma (1949), Jesús (1950), Dos viejos pánicos (Premio Casa de las Américas, La Habana, 1968) o Una caja de zapatos vacía (Universal, Miami, 1986). Entre sus libros de poesía más importantes se encuentran Las furias (1941) o La isla en peso (1943), cuya singularidad se hizo evidente en La vida entera (1968), el libro que resume y antologa los temas constantes de su obra. Su poesía se caracteriza por la exploración del inconsciente y sus posibilidades formales. Entre sus libros de relatos sobresalen Cuentos fríos (1956), Un fogonazo (1967) y Muecas para escribientes (1968). En la novela cabe apuntar La carne de René (1952), Pequeñas maniobras (1963), Presiones y diamantes (1967) y El que vino a salvarme (1970). Murió en La Habana en 1979. Tras su muerte se publicó el ensayo En el país del arte y parte de su archivo epistolar.
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Si muero en la carretera
I
Si muero en la carretera no me pongan flores.
Si en la carretera muero no me pongan flores.
En la carretera no me pongan flores si muero.
No me pongan si muero flores en la carretera.
No me pongan en la carretera flores si muero.
No flores en la carretera si muero me pongan.
No flores en la carretera me pongan si muero.
Si muero no flores en la carretera me pongan.
Si flores me muero en la carretera no me pongan.
Flores si muero no en la carretera me pongan.
Si flores muero pongan en me la no carretera.
Flores si pongan muero me en no la carretera.
Muero si pongan flores la en me en carretera.
La muero en si pongan no me carretera.
Si flores muero pongan en me la no carretera.
Flores si pongan muero me en no la carretera.
Si muero en las flores no me pongan en la carretera.
Si flores muero no me pongan en la carretera.
Si en la carretera flores no me pongan si muero.
Si en el muero no me pongan en la carretera flores.
II
Voy en cacharrito, en una cafetera,
yo voy por la carretera;
yo voy, voy yendo por la carretera.
Yo voy a un jardín de flores que está por la carretera,
yo voy en un cacharrito, en una cafetera,
voy a comprarle flores a mis muertos,
pero no me pongan flores si muero en la carretera.
III
Si muero en la carretera me entierran en el jardín
que está por la carretera, pero no me pongan flores,
cuando uno tiene su fin yendo por la carretera
a uno no le ponen flores de ése ni de otro jardín.
IV
Si muero, si no muero,
si muero porque no muero
si no muero porque muero.
Si muero en la carretera.
Si no muero pero en la carretera si muero.
Si muero porque no muero en la carretera.
Si no muero porque muero en la carretera,
no me pongan f, no me pongan 1, no me pongan o,
no me pongan r, no me pongan e, no me pongan s,
no me pongan flo, no me pongan res,
si muero en la c.
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Nunca los dejaré
Cuando puso los ojos en el mundo,
dijo mi padre:
“Vamos a dar una vuelta por el pueblo”.
El pueblo eran las casas,
los árboles, la ropa tendida,
hombres y mujeres cantando
y a ratos peleándose entre sí.
Cuántas veces miré las estrellas.
Cuántas veces, temiendo su atracción inhumana,
esperé flotar solitario en los espacios
mientras abajo Cuba perpetuaba su azul,
donde la muerte se detiene.
Entonces olía las rosas,
o en la retreta, la voz desafinada
del cantante me sumía en delicias celestiales.
Nunca los dejaré —decía en voz baja—;
aunque me claven en la cruz,
nunca los dejaré.
Aunque me escupan,
me quedaré entre el pueblo.
Y gritaré con ese amor que puede
gritar su nombre hacia los cuatro vientos,
lo que el pueblo dice en cada instante:
“Me están matando pero estoy gozando”.
***
Cuando vengan a buscarme
Cuando vengan a buscarme
para ir al baile de los cojos,
diré que no uso muletas,
que mis piernas están intactas.
Bailaré cha-cha-cha y son
hasta caerme en pedazos,
pero ellos insistirán
en llevarme a ese baile extraño.
Con dos hachazos estaré listo,
con dos muletas iré remando,
y cuando entre por esa puerta
me pondrán una coja en los brazos.
Ella me dirá: ¡Amor mío!,
yo le diré: ¡Mi adorada!,
¿cómo fue lo de tus piernas?
¡cuéntame, que estoy sangrando!
Ella, con gran seriedad,
me contará que fue a palos,
pero haciendo de sus tripas
corazón como un brillante,
lanzará una carcajada
que retumbará en la sala.
Después, daremos las vueltas
de estos casos obligados,
saludaremos a diestra, a siniestra
y a muletazos.
Y cuando nadie lo espere,
a las dos de la mañana,
vendrá el verdugo de los cojos
para que no queden rastros.
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Vida de Flora
Tú tenías grandes pies y un tacón jorobado.
Ponte la flor. Espérame, que vamos juntos de viaje.
Tú tenías grandes pies. ¡Qué tristeza en el aire!
¿Quién se mordía la cola? ¿Quién cantaba ese aire?
Tú tenías grandes pies, mi amiga en seco parada.
Una gran luz te brotaba. De los pies, digo, te brotaba
y sin que nadie lo supiera te fue sorbiendo la nada.
Un gran ruido se sentía en tu cuarto. ¿A Flora qué le pasa?
Nada, que sus grandes pies ocupan todo el espacio.
Sí, tú tenías, tenías la imponderable amargura de un zapato.
Ibas y venías entre dos calientes planchas:
Flora, mucho cuidado, que tus pies son muy grandes,
y la peletería te contrata para exhibir sus hormas gigantes.
Flora, cuántas veces recorrías el barrio
pidiendo un poco de aceite y el brillo de la luna te encantaba.
De pronto subían tus dos monstruos a la cama,
tus monstruos horrorizados por una cucaracha.
Flora, tus medias rojas cuelgan como lenguas de ahorcados.
¿En qué pies poner estas huérfanas? ¿Adónde tus últimos zapatos?
Oye, Flora: tus pies no caben en el río que te ha de conducir a la nada,
al país en que no hay grandes pies ni pequeñas manos ni ahorcados.
Tú querías que tocaran el tambor para que las aves bajaran,
las aves cantando entre tus dedos mientras el tambor repicaba.
Un aire feroz ondulando por la rigidez de tus plantas,
todo eso que tú pensabas cuando la plancha te doblegaba.
Flora, te voy a acompañar hasta tu última morada.
Tú tenías grandes pies y un tacón jorobado.
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La isla en peso (fragmentos)
La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.
Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua
en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,
me acostumbro al hedor del puerto,
me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,
noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.
Una taza de café no puede alejar mi idea fija,
en otro tiempo yo vivía adánicamente.
¿Qué trajo la metamorfosis?
[…]
Hay que saltar del lecho y buscar la vena mayor del mar para desangrarlo.
Me he puesto a pescar esponjas frenéticamente,
esos seres milagrosos que pueden desalojar hasta la última gota de agua
y vivir secamente.
[…]
Llegué cuando daban un vaso de aguardiente a la virgen bárbara,
cuando regaban ron por el suelo y los pies parecían lanzas,
justamente cuando un cuerpo en el lecho podría parecer impúdico,
justamente en el momento en que nadie cree en Dios.
Los primeros acordes y la antigüedad de este mundo:
hieráticamente una negra y una blanca y el líquido al saltar.
[…]
Los cuerpos en la misteriosa llovizna tropical,
en la llovizna diurna, en la llovizna nocturna, siempre en la llovizna,
los cuerpos abriendo sus millones de ojos,
los cuerpos, dominados por la luz, se repliegan
ante el asesinato de la piel,
los cuerpos, devorando oleadas de luz, revientan como girasoles de fuego
encima de las aguas estáticas,
los cuerpos, en las aguas, como carbones apagados derivan hacia el mar.
[…]
Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo que es una realidad,
un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios:
un velorio, un guateque, una mano, un crimen,
revueltos, confundidos, fundidos en la resaca perpetua,
haciendo leves saludos, enseñando los dientes, golpeando sus riñones,
un pueblo desciende resuelto en enormes postas de abono,
sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando en sus espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir,
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla;
el peso de una isla en el amor de un pueblo.
Gracias por publicar a Virgilio Piñera el dramaturgo cubano mayor: antes que Pirandello ya había escrito teatro del absurdo (Falsa alarma) y antes que Sartre, existencialista (Electra Garrigó).
Debí escribir Ionesco (por La soprano calva) como escribí Sartre (por Las moscas), lo siento.
Increible.