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5 poemas de Esther Garboni

5 poemas de Esther Garboni

La sevillana Esther Garboni reúne sus nuevos poemas en un libro «de mundo amplio, de ánimo aullante, de voluntad indomable, de intimidad dañada: A mano alzada«, que acaba de publicar Libros de la Herida en su colección «Poesía en resistencia». Son versos de meditación y de hallazgo, de vida en crudo, porque la poesía también es eso: no aceptar lo irremediable, buscar sin equilibrio.

Como indica su título, A mano alzada se sirve de las artes plásticas, si bien aquí la palabra es la única herramienta. “Solo tengo un idioma heredado y vivo, a veces enemigo, a veces cómplice. / Solo tengo mi voz”, confiesa. Luego, a través de tres técnicas artísticas, «Aguafuerte», «Pincel seco»… Garboni da estructura al libro, donde lo celebratorio y lo trágico coinciden en una misma voz.

A MANO ALZADA

Busco el trazo preciso, la imagen más nítida,

el dócil pincel que dé vida a la idea

y limite con ímpetu mi irreductible abismo.

Busco atrapar la luz que contiene el tiempo;

busco el lienzo sagrado donde toma forma

la verdad policromática

y busco, ante todo y ante ti,

las áureas proporciones del amor…

Pero yo solo tengo la soledad del verbo primero

frente al misterio de lo no expresado.

Solo tengo un idioma heredado y vivo,

a veces enemigo, a veces cómplice.

Solo tengo mi voz.

Nunca fue recta mi línea, ni firme el pulso,

pero mi palabra es un lápiz afilado

con el que dibujo siempre,

indómitamente,

a mano alzada.

 

LA LECTORA

Nosotras, que cerrábamos

la puerta, a ciegas,

tantas veces mirábamos la lámpara…

Teníamos quince años.

También tuvimos siete

y siempre era la víspera

de cada primavera

para nosotras,

que llegábamos tarde

al verano y a casa.

Cerrábamos la puerta para escribir poemas

sin sangre en las rodillas, en pijama o en bragas,

descalzas, casi siempre, y despeinadas

las más veces. Insomnes soñadoras,

nosotras,

que cerrábamos la puerta

y abríamos los ojos al misterio

de la palabra viva que sacude,

la palabra que azota y que perturba,

la que viste de viernes por la noche

cualquier lunes de invierno en la mañana.

Confundieron a veces

nuestro silencio

con la tristeza; no podía nadie

ser más feliz

que quienes caminábamos

sin mirar nunca al suelo,

pues no se cae aquel

que va sujeto a un libro.

Vosotras que cerrabais la puerta con pestillo,

¿llegasteis a saberlo?, ¿podíais intuirlo?

La poesía era eso.

Éxtasis y dolor.

Nada más pornográfico

que el cálido momento en que subía

al pecho una metáfora.

Yo, pecador, me confieso ante Dios…

Hoy lo sabemos:

crujirán nuestros huesos

cada vez que crezcamos;

con fiebre y a estirones se escribe algún poema.

Y cuando nada quede,

cuando abramos la puerta,

será nuestra palabra, sencilla y descarnada,

el hilo de sutura

que nos ate a la vida.

 

POETA

Se te dio, poeta, el don de la mirada

sobre las cosas bellas; pudiste ver arder

el mar y encenderse los bosques en la noche.

Se te dio, poeta, el color, el sabor, el tacto

de la belleza.

Se te dio la palabra.

Se te dio la música.

Y a cambio, poeta, se te dio el dolor,

el desgarro infinito, inconsolable, impúdico

de contemplar

cómo lo bello se hace mentira

a poco que alguien se recree en su goce.

Se te dio, poeta, el dolor de saber

que, al cabo, de nada sirve tu palabra.

Es la poesía, y no tú, poeta,

la que resiste al tiempo.

Morirás, poeta,

aunque tuyos sean ahora

el color, el sabor, el tacto… la poesía.

 

VERANO DE 1930, VUELTA A CASA

(Homenaje a Vicenta Lorca Romero y a mi madre)

 

Y se comió con piel la Gran Manzana,

a grandes lametazos, viendo, triste,

el flujo de la sangre en las aceras,

dolorosas sin luto y sin un nombre,

mercantiles, impúdicas, borrachas…

 

Compró una aurora rota en Wall Street,

oyó a la tierra fermentar de asco,

tomó fotografías de los ecos

que el ruido crucifica en las vidrieras

y calculó desproporciones áureas

en las formas que toma la obsesión

por lo excesivo. No quería un mundo

tan grande, ni tan hondo un mar. Cedió

a tanta desmesura. Tomó un taxi.

 

Y ha vuelto, sin maletas, a la vega,

al tiesto de arrayán, al pozo sabio.

Desgranando certezas, a la sombra

de un patio de geranios, me ha pedido

un vaso de agua fresca para el alma

y en su silla de anea y de paciencia

me ha dejado el relato de su andar.

 

Vendrá un definitivo y negro agosto

quebrando juncos, de dolor tiñendo

los campos bajo un sol apocalíptico,

pero ahora… Silencio, no despierten,

con su curiosidad y sed de lunas,

no al hombre, sino al niño que dormita

soñando, al aire libre, con jazmines.

 

BRINDIS FINAL

Escancias en mi copa tu sentencia,

derramada penumbra, amargas vides

que nunca contuvieron ambrosía,

sino el sudor del campesino herido

por el sol, por la sed, por la codicia.

 

A beber quieres darme un vino roto

nacido en emparrado y espaldera,

de un dolor que, baldío, se hace odio

y templado fermenta como el ego

del necio que al abrigo del poder,

sabiéndose vengado, halla su calma.

 

Y ahora que perdimos los pudores

y el tiempo y el dinero y la paciencia,

brindemos por los muertos compartidos,

por Góngora y Herrera, por San Juan,

Cernuda, Juan Ramón, Vallejo, Otero;

busquemos el perfecto endecasílabo

que encabalgue distancias y soberbias;

paguemos todo el vino que bebimos

y el pan, la piel, la sal, la paz, las ganas

de vivir, de volar… la poesía.

Y ladremos verdades como perros

sin miedo a que el bozal del amo fiero

nos robe la razón y la pureza.

¡Descorcha otra botella de silencio

y lo que callo, escucha, y lo que brindo:

soy vid, fui sed; fui dios, soy fe. Soy tú!

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Autor: Esther Garboni. Título: A mano alzada. Editorial: Libros de la herida.

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