Profesor, doctor en filología románica, fue uno de los más grandes poetas leoneses. Compaginó la publicación de sus poemarios con la investigacion. A continuación, puedes leer 5 poemas de Eugenio de Nora.
Carmen de la tarde bella
Querría solamente una rosa;
esta luz clara y tibia en los ojos,
y una rosa entre las verdes hojas.
Una rosa,
para mirarla, para descansar,
para sentir el alma y ver su forma;
para estar solamente en silencio,
en armonía con la tarde hermosa.
Dejar que el tiempo, como una muchacha
deshoje su blanca corola,
eligiendo, dejando caer
entre las cosas, nuevas cosas;
el tiempo de luz y de sombra…
Quisiera solamente ser
una ternura frente a otra;
quisiera únicamente soñarte;
quisiera una rosa, una rosa.
Carmen de la voz más pura
¡Maravillosos pájaros del alba!
Los musicales ramos
del aire, quietos. ¿Para quién
cantamos?
…Decís el cielo, lejana rosa
y violeta; en lo alto,
es azul, tiempo. ¿Para quién
cantamos?
La primavera secará sus flores.
cuando el amor vuele en el viento, el tallo
estará roto. ¿Para quién
cantamos?
¡Música dulce, oh voz de madrugada!
No he conocido lo que amo;
pero yo canto con vosotros,
¡maravillosos pájaros!
Carmen de las manos maravillosas
¡Versos de amor! Qué pronto queda
dicho todo, sin empezar.
Es igual que mirar al cielo
iluminado alguna vez.
Tan honda en lejanía, tan puro
lo que quisiéramos cantar.
Pero qué decir de una rosa
en la mano, en el corazón.
( Sentarse al borde de una fuente,
sedientos, y verla temblar
en el junco verde, en el pájaro
que alegra la onda de la luz.
Tan indecible y sin palabras
como adorar, quedar, sentir
al aire en flor de una sonrisa
toda nuestra felicidad. )
Yo no sé bien por qué, tentado
de imposible, quiero decir
cómo la dicha excede al hombre,
cómo es tan inefable ser;
¡ser, solamente, ser, completos,
esto que somos al amar!
Una lira sonora, ebria,
en manos…
ah, ¿de quién, de quién?
Carmen de unos recuerdos
Hermosa,
sólo hermosa.
Estrellas tibias en tu pelo suelto
que el aire combatía;
prados floridos, cielos
en el agua, curvados
animales ligeros cuerpo abajo, ladera
abajo; pechos
gacelas; áureas
caderas con caballos. Todo, fuego
en un río de espacio musical, cauce de astros
infinito.
Sí: bella,
hermosa. Sonreías
como cálida nieve; mirabas pasar ríos;
concedías labiales
claveles oprimidos, auroras
vacilantes, luz negra,
hiedras ardientes cuerpo adentro.
¡Oh rosa
hija del tiempo, agua
del tiempo, floreciente
lago de tiempo!
Junto a tus orillas
he soñado la vida, y he mirado
anchos los cielos. Aunque todo pase,
yo amaré siempre.
Poso mi cabeza
sobre la roca, muevo el horizonte,
y oh sollozado ramo de palabras, golpeo
el agua clara. ¡Fuente,
luz del ser, con tu imagen!
¿Te soñaba? Tenía
una estrella en el pecho.
Y tú eras
hermosa, eras
hermosa; sonreías…
Carmen del amor implacable
Está lejos el mar, pero recuerdo
el musical chasquido de las olas
-oh cima, oh prados de agua florecida-,
corona de la fuerza melodiosa.
Está lejos el mar, pero recuerdo
la luz del sol en mil alfanjes rota,
la intensidad feroz, la luz de fuego
reverberando, primavera honda.
Oh, la visión alegra y embellece
la tristeza infinita de las horas
en espera; el azul innumerable
acoge al alma innumerable y sola.
Está lejos el mar, pero ¿quién ama
sin recordar las implacables olas?
La Fuerza insoportable hiere, rapta,
y de palabras bellas nos corona.
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