Novelista, poetisa, dramaturga y traductora francesa. Destacó por la erudición de sus obras históricas. A continuación te ofrecemos 5 poemas de Marguerite Yourcenar.
El lunático
El sol adormecido en las brumas se aleja
Y como un astro muerto yace mi pasión;
La noche a lo largo del muelle se refleja;
Mi viejo corazón es un Rey sin razón.
Cada ser de una rueda es el eje que gira,
Cae, ofrenda y afrenta, en el yunque el dolor;
Los rostros grises son una espuma que tira
La marea del asfalto y la luz sin color.
¿Dónde estamos amor? ¿Sí es verdad que estamos?
La luna se esconde cuando nos acercamos
Al borde de los techos huecos de metal.
Y el ojo blanco por las calles todavía
Envidia el resplandor fijamente glacial
Del astro que murió antes de abrir el día.
Traducción de Silvia Barón-Supervielle
El poema del yugo
Las mujeres de mi país llevan sobre los hombros un yugo;
Su corazón pesado y lento oscila entre esos dos polos;
A cada paso, dos grandes baldes de leche chocan
Uno con otro contra sus rodillas;
El alma materna de las vacas, la espuma del pasto masticado,
Brotan en olas nauseosas dulces.
Soy igual que la sirvienta de la granja;
A lo largo del dolor me avanzo de un paso firme;
El balde del lado izquierdo está lleno de sangre;
Puedes beber y saciarte de ese pujante jugo.
El balde del lado derecho está lleno de hielo;
Puedes inclinarte y contemplar tu rostro laso.
Así voy entre mi destino y mi suerte,
Entre mi sangre caliente y líquida y mi amor límpido muerto.
Y cuando esté segura que ni espejo ni bebida
Pueden ya distraer o sosegar tu corazón salvaje,
No quebraré el espejo resignado,
No volcaré el balde donde sangró toda mi vida.
Iré llevando mi balde de sangre en la noche negra
Allí donde están los muertos que en él a beber vendrán.
Iré donde están las olas con mi balde de hielo;
El breve gemido de la orilla será menos dulce que mi llanto;
Un rostro pálido grande se asomará a la duna
Y ese espejo, que ya no quieres, reflejará la faz calma de la luna.
Traducción de Silvia Barón-Supervielle
Erótico
Tú la avispa y yo la rosa;
Tú el mar, yo la escollera;
En la creciente radiosa
Tú el Fénix, yo la hoguera.
Tú el Narciso y yo la fuente,
En mis ojos tú brillando;
Tú el río y yo el puente;
Yo la onda en mí nadando.
Y tú el sol y la sal
Y en los labios el caudal
Del rumor meciendo el juego.
Yo el pájaro y el cielo
Azul cruzando su vuelo,
Como el alma atiza el fuego.
Traducción de Silvia Barón-Supervielle
Firme propósito
Ni ampararse del día bajo el árbol de nieblas,
Ni morder el verano en las frutas dormido,
Ni besar en los labios lentos de tinieblas
Al muerto evaporado y vano de haber sido.
Ni penetrar el centro del álgebra frío,
Ni en el vacío clavar la máscara infinita.
Ni sembrar el olvido en el glorioso río
Y derramar la nada en la tumba bendita.
Ni rozar, Amor mío, tu boca entregada,
Ni su deseo quemar sin la llama esperada,
Ni arrastrar en el cuerpo rendido la herida.
Ni rezar con las manos juntas de la pena,
Pero traer consigo en la noche serena
El hondo corazón donde sangró la vida.
Traducción de Silvia Barón-Supervielle
Fuegos
Lo mismo ocurre con un perro, con una pantera o con una cigarra. Leda decía: “Ya no soy libre para suicidarme
desde que me he comprado un cisne”.
La muerte es un sacramento del que sólo son dignos los más puros: muchos hombres se deshacen,
pero pocos hombres mueren.
No puede construirse una felicidad sino sobre los cimientos de una desesperación. Creo que voy a ponerme a construir.
Que no se acuse a nadie de mi vida.
No soporté bien la felicidad. Falta de costumbre. En tus brazos, lo único que yo podía hacer era morir.
Existe un plan general para el universo. Sólo salimos en los momentos sublimes.
En el avión, cerca de ti, ya no le tengo miedo al peligro. Uno sólo muere cuando está solo.
Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad.
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