Bibiana Collado Cabrera es una poeta nacida en Burriana, Castellón, en 1985. Licenciada en Filología Hispánica por la Universitat de València, donde también realizó el Máster de Estudios Hispánicos Avanzados y defendió su tesis doctoral, titulada “El imperio nuevo de tu palabra”: Canon, tradición y ruptura en poetas cubanas de la Revolución. Dicha tesis fue llevada a cabo gracias a una Beca de Formación de Profesorado Universitario del Ministerio de Educación y Ciencia, la cual le permitió realizar estancias de investigación en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y en la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Actualmente combina la escritura creativa con la docencia, es profesora de lengua y literatura en secundaria y bachillerato y ha impartido clases en la Facultad de Magisterio de la Universitat de València. Además, ha sido la responsable del taller de poesía de dicha universidad durante dos años. Ha publicado libros como Como si nunca antes (XXXIV Premio de poesía Arcipreste de Hita, Pre-Textos, 2012), El recelo del agua (accésit del Premio Adonáis, Rialp, 2016) o Certeza del colapso (Premio Complutense de Literatura, Ediciones Complutense, 2017). Su último poemario publicado es Violencia (La Bella Varsovia, 2020).
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LA PALABRA DESPECHO
La palabra despecho constituye
un éxito del lenguaje
-y el lenguaje siempre es patrimonio del opresor-.
La palabra despecho desactiva
todo discurso, anula cualquier
fisura. Convierte en indecible
la quemazón que origina la cuerda.
La palabra despecho produce Casandras,
dibuja márgenes, construye afueras
donde replegarse, rincones de pensar
que nos convenzan de que todo era válido
durante la guerra pero la guerra ha acabado.
El lenguaje nos niega la rabia del vencido,
condenándonos al llanto blando de la pérdida,
borrando cuidadosamente cada uno
de los trazos infringidos sobre el cuerpo-alfabeto
de mi lengua.
La palabra despecho no me deja decir
la palabra víctima.
***
CASA
Nuestra lengua es el lugar
donde acontecen los padres.
Aunque nadie ya me llame
zagalica o xiqueta,
hay infancia en mi decir,
hay puntos ciegos
que escapan a su habla,
que es la mía.
Un negro callar de lo íntimo,
del hacer del cuerpo y su quebradura.
Un círculo que aislaba mi casa
de todas las casas,
mi lengua de todas las lenguas.
La maternal convicción
de que el tesoro de lo privado
se guarda en silencio.
“Hija, baja las persianas
y corre, del todo, las cortinas.
A nadie le interesa lo que ocurre
en esta casa”.
Los padres, cuyas bocas crearon el mundo,
no me dieron palabras para nombrar eso.
Desde entonces, su ausencia refulge
como el brillo defectuoso
de la sonrisa mellada de la niñez.
Ahora, suscribo con horror que las madres,
aunque nos aman, se equivocan.
Y me convenzo de que alguien
debe saber lo que ocurre en esta casa,
sospechosamente parecida
a aquella casa.
***
VEHICULAR
Mis ojos se traman con la lengua,
las lenguas que hablo.
Miro en palabras
y estas, rara vez,
se adhieren a la superficie
de las cosas.
Mi decir es esconder
lo que pasó
tras un férreo enrejado.
***
ESTABILIDAD
“Estate quieta o acabarás
rompiendo algo”.
Pero en verdad nunca
se rompió nada.
Cada una de las preciosistas
baraturas del recibidor siguieron
intactas. Y aquella estancia,
donde una vez se expuso
mi traje de la primera
comunión, siguió entera y
ajena, en su calidad de
zona impenetrable,
casi mágica,
reservada a enaltecer
la dignidad de la pobreza.
Sin embargo, yo sí aprendí
a acotar el vuelo / el cuerpo.
Consciente de ser en potencia
foco de daño y rotura.
Tal vez por eso ahora,
aun sabiendo,
soy incapaz de salir.
Inmovilizada
por un mandato / niña
que no previó
que todo estuviera
roto de antemano.
***
MANUALES HEREDADOS
Manuales heredados de padres
y abuelos de otros.
Los míos estaban en el campo,
el esparto no llegó a absorber la tinta.
Hubiera querido que la inocencia
de nuestras cartulinas de colores
hubiera sido izada con las cañas
usadas para varear los almendros.
Pero el cerro es ya una piedra
donde sentarse a inventarnos los ayeres.
Las lindes no se aprecian desde el llano.
El sol de este domingo no refulge.
Sentados en el parque distinguimos
las urnas-dormitorio donde acecha
la verdad proclamada de la infancia.
***
PADRE
Bailaba malagueñas ‒cuenta‒
cuando salían de la iglesia.
Estaban hartos de partir almendras,
de hacerse mayores picando esparto,
de subir a los muertos
a lo alto del cerro.
El pozo siempre a punto de secarse.
Hay que coger los higos chumbos
antes de que salga el sol.
Un rosario de espejos negros
cosido en las enaguas
y una foto de alguien
que se fue a la guerra,
que dicen
que se fue a la guerra.
En esta casa,
quien no trabaja,
no come.
Y agarrotadas tías solteras
que ayudan a parir
a sus hermanas
en la noche más
oscura.
La más pequeña se marchó de noche,
se marchó de noche y no volvió.
Y un cortijo, siempre lejano,
hecho de piedra
con piedra
y frío uniéndolas.
Bailaba malagueñas ‒cuenta‒
pero no logra recordar
quien las cantaba.
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