Denise Levertov fue una poeta nacida en Essex, Inglaterra, en 1923. Llegó a EE. UU. en 1948 tras casarse con el escritor Mitchell Goodman y pasó la mayor parte de su vida en este país, adoptando la nacionalidad estadounidense en 1956. Entre sus influencias podemos mencionar a Emerson, Thoreau, Pound y William Carlos Williams, así como a los poetas del grupo Black Mountain, aunque Levertov siempre aclaró que no se sentía parte de ninguna corriente artística. Fue su segundo libro de poesía, Aquí y ahora (1957), el que la situó en el movimiento Beat. Durante esos años se compromete activamente en el movimiento pacifista contra la guerra de Vietnam. En 1967 escribió La danza de la tristeza, donde expone sus sentimientos de dolor ante la guerra. Su compromiso con el feminismo y el pacifismo la impulsó a utilizar de forma consciente la poesía como herramienta de lucha política y social. Trabajó como editora de poesía en The Nation, lo que le permitió apoyar y publicar obras de poetas feministas y activistas de izquierda. Publicó más de veinte libros de poesía entre los que destacan A las islas por tierra (1958), Gustar y ver (1964), La respiración del agua (1987), Una puerta en la colmena (1989) o Tren de la tarde (1992). En España, la editorial Hiperión publicó en 2013 una Antología poética de Levertov. También destaca su libro Ensayos nuevos y escogidos (1992). En 2017 la editorial Vaso Roto publicó Pausa versal: ensayos escogidos, libro que recoge 25 ensayos de la autora. Recibió la Beca Guggenheim y fue distinguida con el Shelley Memorial Adward en 1984 y la Robert Frost Medal en 1990, ambos de la Poetry Society of America, entre otros premios. Falleció a los 74 años, el 20 de diciembre de 1997.
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Espero
En los bancos, en las esquinas
de las salas de espera de la tierra,
al lado de árboles cuya savia se eleva, se eleva
para escapar en hojas grises y perderse
en el aire último.
Espero
por quien viene al fin,
tarde, perdido, por siempre
añorado, avanzando
no por mi camino sino cruzando
la esquina donde yo espero.
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Hablándole al dolor
Ah, dolor, no debería tratarte
como a un perro sin dueño
que viene hasta mi puerta por si consigue
un trozo de pan duro, un hueso pelado.
Debería confiar en ti.
Debería convencerte
de que entres en mi casa y darte
tu propio rincón,
una alfombra vieja donde echarte
y tu propio plato de agua.
Piensas que no sé que has estado viviendo
bajo mi portal.
Quieres que tu lugar definitivo esté listo
antes que llegue el invierno. Necesitas
tu nombre, tu collar y medalla. Necesitas
el derecho de espantar a los intrusos,
a quedarte en mi casa
y considerarla como propia,
a mí como algo tuyo
y a ti mismo
como mi perro.
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Vivo
El fuego en las hojas y la hierba
Parece tan verde
Cada verano el último verano.
El viento que sopla, las hojas
temblando bajo el sol,
Cada día el último día.
Una salamandra roja
Tan fría y tan
Fácil de atrapar, soñadora
mueve sus pies delicados
y larga cola. Sostengo
mi mano abierta para que se vaya.
Cada minuto el último minuto.
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La tercera dimensión
Quién me creería
si dijera, “Me agarraron y
me abrieron
del cráneo a la entrepierna, y
todavía estoy viva, y
me paseo complacida con
el sol y con toda
la generosidad del mundo.” La sinceridad
no es tan simple:
una sinceridad simple
no es más que una mentira.
¿Acaso los árboles
no esconden el viento
entre sus hojas y
murmuran?
La tercera dimensión
se esconde.
Si los obreros de la calle
parten las piedras,
las piedras son piedras:
a mí el amor
me partió en dos
y estoy
viva para
contar el cuento pero no
sinceramente:
las palabras
lo cambian. Deja que sea
aquí bajo el dulce sol
una ficción, mientras yo
respiro, y cambio el paso.
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Nombre equivocado
Hablan del arte de la guerra,
pero el arte
extrae su luz del fondo del alma,
mientras que la guerra
seca el alma y se alimenta
de un erial negro y ardiente.
Cuando Leonardo
empleó su genio para idear
máquinas destructivas, no actuaba
al servicio del arte,
estaba suspendiendo
la vida del arte
sobre un abismo
como quien sostiene
a un niño vivo fuera de la ventanilla de un avión
a treinta mil pies de altura.
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Parece, que debemos estar en otro sitio
Dulce procesión, rosa-azul,
y todas las campanas.
Glorieta roja, los ojos
a la altura de la copa del árbol viéndolo.
“¿Somos lo que pensamos que somos
o somos lo que nos ocurre?”
La gente desde una ventana abierta
¡Los ojos
viéndolo! ¡Luz del día! ¡O crepúsculo!
Dulce procesión, rosa-azul.
Si estamos aquí, estamos aquí ahora.
¿Y el silbato del tren? ¿Quién
inventó eso? Hombre solitario: quería que los trenes
hablasen por él.
«Esperar por» es un anglicismo, en castellano se dice «esperar a». A los traductores debería exigírseles si no el conocimiento de la lengua de partida, al menos el de la lengua de llegada.
¿Quién traduce?