María Montero (1970) es una poeta y periodista costarricense nacida en Burdeos, Francia. Ha estudiado Literatura y Teatro. Ha publicado El juego conquistado (1985), La mano suicida (2000), In Dubia Tempora (2004), Fieras Domésticas (2019) y Mujer de pocos caracteres (2021). En 2018 y 2019 lanzó las colecciones Grandes Sobras del Feminismo Sucio y Oye Salomé, ambas del proyecto Biblioteca Textil Centroamericana, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Costa Rica. Gracias a la literatura, come una vez por semana.
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Aceleración de los cuerpos
Durante el camino, ella piensa que no llegará a tiempo. La distancia y la soledad de su prisa son más que un anticipo. Al llegar, no escucha sino el murmullo de la sangre y el deseo, por eso no tarda en adentrarse por el ancho corredor.
Luego está sentada, desnuda de la cintura para abajo. Todo está limpio, tibio y en penumbra. Es el 13 de febrero de 1970 y es una perfecta mañana de invierno. Mi madre tiene dolor, tal es la naturaleza de un parto, y por eso su destino es el coraje, un coraje donde el dolor es la única salida.
Después de la última contracción comienzan las revelaciones: el dolor se convierte en destino de la cintura para abajo; el coraje, en una penumbra de invierno; mi madre se congela en el amplio corredor y yo me convierto en el deseo que nunca llega a tiempo.
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Itinerario
Iba hacia España
y llegué a Cuba.
Iba hacia Jorge
y llegué a Juan.
Iba hacia las letras
y llegué al embarazo.
Iba a dormir
pero aquí estoy.
Reconozco que entre mis virtudes
nunca se destacó la puntería.
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Soy
Soy la gran Virginia Grütter, ¿la recuerdas?
la que escupe tabaco en las esquinas
y está ronca de pegar gritos
y camina como una estela pintarrajeada y tambaleante
Soy Marguerite Duras con su joven amante
y su vida refinada y alcohólica
Soy Simone de Beauvoir con todo y su Jean-Paul Sartre
y su intelecto y su feminismo y su academia
Soy la imbécil «femme» que desde este pueblo polvoriento
habla del erotismo francés
frente a un auditorio de subnormales
Soy la puta más puta que arrastran de los pelos
asquerosa y desnuda
Soy la pobre infeliz
que no tiene un centímetro de cerebro
hipocondríaca
que camina como idiota esperando que el padre de sus hijos
o el cura
le dé una limosna.
Soy yo
la del cuerpo grabado en la piedra
la que consume sus ojos en la arena
la que ya no puede hablar de amor tan fácilmente.
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La última islandesa
Soy la última de las mujeres islandesas
que jamás vivió en Islandia
ni supo pronunciar Reikiavik
ni mandó siquiera una carta a ningún amigo islandés y de hecho no llegó a poner un pie más allá del paralelo 60.
Pero soy la última de esas mujeres que barren el viento con la cabeza y van llenas de escarcha a cualquier parte, insoportablemente lívidas, y dicen lo que tienen que decir y hacen lo que tienen que hacer en el fondo del único abismo rocoso de su barrio. Y ven la fuga de las cosas con devoción. Y casi se mueren de frío alrededor de sus hijos. Y añoran la planicie despavorida más que ninguna promesa.
Soy la última de las mujeres islandesas que jamás aceptó (pero entendió) la ley de un clima incompatible con el aburrimiento entre el Atlántico Norte y el océano Glacial Ártico, la combinación más generosa de las corrientes abruptas, la geografía abrupta y la irrupción permanente.
Soy la última de las mujeres islandesas sin código genético que tampoco experimentó la soledad en medio de la nada y aun así arriesgó todo en ese punto ciego y blanco de los confines. Soy la última de las mujeres heladas que desde lo profundo de los trópicos siempre supo que daba pasos en falso. Porque hay paisajes que no son lo que uno es.
Yo fui una mujer islandesa sin saberlo.
Ahora soy una mujer islandesa sin hogar.
Es decir, una piedra, la última ficción del hielo.
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Baile en el parque de San Antonio
La noche helaba cuando llegamos al parque y solo teníamos un poncho. “Nos hubiéramos abrazado de todos modos”, dijimos, antes de sumergirnos en el cuerpo del otro.En la plaza, las notas del grupo musical también iban varios grados abajo, desafinadas y glaciales, descendiendo hacia la oscuridad.
A nuestro alrededor, parejas a la deriva bailaban en cámara lenta, sin poder descifrar el paso previo en el siguiente.
Entonces, mientras observábamos, sucedió: bajo la carpa de extremidades enlazadas, un animal de dos cabezas cruzó la línea de fuego y encontró refugio, la dimensión monstruosa. Un hogar.
Fue algo inesperado y pasajero.
¿Lo habrás olvidado?
De los dos, eras el único que sabía cuánto tarda el recuerdo del frío en transformarse en destino. Una vez fue suficiente para mí.
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Carta de amor sin sentimientos
En el fondo de mis pensamientos
enterré tu cadáver.
De vez en cuando tu recuerdo brota
con el aroma de la muerte que llevo dentro.
Intensa manera de describir la vida, cuando la misma deviene en tumultuosa e irreverente. No está mal, al contrario, tiene sentido aunque no parezca lo que dice
Que es prosa o verso, poétia o poesia