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6 poemas de Rafael Felipe Oteriño

6 poemas de Rafael Felipe Oteriño

Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata, Argentina, en 1945. Su poesía, inscripta en lo que en su país se dio en llamar “poesía de pensamiento”, busca hacer del poema menos un canto que una indagación. En la huella de poetas afines —Borges, Montale, Milosz, Larkin— podría decirse, con este último, que escribe para preservar y dar forma a algo que ha visto, pensado o sentido. Ha publicado doce libros de poesía, el último titulado Y el mundo está ahí (2019), y dos libros de ensayos sobre poesía: Una conversación infinita (2016) y Continuidad de la poesía (2021).

Zenda comparte seis poemas suyos.

***

ESTA LEY

Cuando no se puede ir más abajo se comienza a subir;
pregúntaselo al madero después del naufragio,
pregúntaselo al nadador en la corriente,
pregúntaselo al ahogado;
pregúntaselo a la moneda en el lecho del río: parece flotar,
al cazador que frente al blanco cierra los ojos,
al guardafaro, al guardavías, al centinela de la torre,
a los que atraviesan la noche negra con rostro despavorido;
pregúntaselo a los que sueñan y no pueden despertar,
a los que empujan en el desierto una piedra enorme,
al suicida, al miedoso, al temerario,
a los que llegan a la tierra de nadie
y encuentran que en verdad no hay nadie;

pregúntales,

porque hubo un día en que ellos tocaron fondo;
ellos plantaron un árbol y lo vieron desmoronarse,
ellos buscaron el sol y lo hallaron caído,
ellos cerraron los ojos y volvieron sobre sus pasos;
se lastimaron un hombro,
vieron leviatanes ensuciando su saco y su almohada,
y fueron más lejos:
vieron a la rosa desprenderse del tallo;

pregúntales,

porque conocieron primero esta ley de la gravedad a la                                          levedad

y ahora son libres.

***

LA CUOTA DE NADA

No se debería abandonar una casa:
se llena de fantasmas.
Los que estaban y no se dejaban ver,
los que llegaron luego,
los que se aprestan para vivir.

Los muros se cubren de un musgo espeso
que tú, que allí has vivido,
no deberías ver.
La mano traza figuras cada vez más débiles
en los vidrios.

Es como ver lágrimas.
Algo que acaba de caer,
pero penetra muy hondo, y allí se queda.
A esa suerte algunos le llaman futuro,
otros, destino.

No deberías decir: yo no soy ése.
No deberías decirlo.
Volver, si puedes, cuando amenacen quitarte
la parte que llevas dentro.
La cuota de nada que te pertenece.

***

ACTO DE FE

Me aferro al rayo de sol, al grano de arena,
a la nube que cruza de oeste a este.
Me aferro al agua que bebo y a la tierra que piso,
a la corteza del árbol y a la raíz.

Me aferro al mes de julio,
a las páginas del Quijote,
a la lluvia lenta y a la pajarita de papel.

Me aferro al ámbar, al lapislázuli,
a las vetas de la madera,
a la piel del durazno y a la oración.

Me aferro al fagot grave, al solo de violín,
al Adagietto de Mahler.

Me aferro al mar porque es mar
y a la roca porque es roca,
al laberinto porque me extravía
y a la línea del horizonte porque me llama.

Me aferro a las enumeraciones,
a la cifra exacta, al número impar.

A la planicie
que pronuncia, en sus intervalos,
el nombre de Dios
y deja al descubierto una gran colina blanca.

Me aferro al viento,
a la noche oscura, a los senderos de grava.

Al viento, al viento
que desespera en las hojas
y borra, con misericordia, todas las señales.

***

SALMO

Nunca se equivocaron
los Viejos Maestros

W.H. Auden

El mundo existe, las cosas existen:
la piedra, el sol, el aire,
el pájaro en vuelo
y la primavera en la rama.

Cuando el desánimo nos abate
la memoria se encarga de recogerlos
y forma con sus semillas
el volcán y la rosa, la cantera y el sonido.

También la ola, el claro del bosque,
las iglesias góticas
y los campos de lavanda
nos salvan de la tristeza.

Eso lo sabían los Viejos Maestros,
y amaban la perspectiva,
los álamos de Italia
y la sal de la tierra.

Eran incansables: repetían
el oro brillante y la esfera celeste,
las nubes en el cielo
y el suelo bajo los pies.

Que lo visible perdure,
que lo incontable renazca:
eso debatían en los talleres,
y en las telas abundan colinas, iglesias, árboles.

***

DESHORAS

Pero qué poco, Irene, qué poco:
el brillo del sol en el armario,
la serenidad de las tazas,
el terrón de azúcar, el mantel,
y después, tantas horas en blanco
a la espera de algo que no se cumple.

El tiempo que reposa en las jarras,
la oleada de voces y nunca
el agua suficiente para calmar la sed;
los libros leídos más de una vez,
alineados en los estantes,
las dos únicas líneas que recordarás.

Lo próximo, lo lejano: dos dimensiones
de la más pura contradicción;
afirman, niegan,
mientras estiran la cuerda
que nos mantiene vivos
en su ingravidez y en su nana.

Esto no se puede explicar con palabras,
se sabe: como la semilla
que gira en dirección al sol,
como la luna que se embosca
detrás de los árboles,
con toda la luz adentro.

El celo de un alma que ansía
y de un cuerpo que se niega,
de lo incontable en la puerta
y del mensajero que no responde.
Ay, Irene, qué poco, qué poco y qué breve.
Un jardín casi desierto. Pero vivo.

***

HACER TABLAS

Ética mínima:
no vencer ni ser derrotado.
Comenzar de nuevo.

La aurora y el poniente
en el mismo abrazo.

Hacer tablas.
Una geografía sin héroes.

Me explico:
la dulzura diaria
de mover nuevamente las piezas.

 

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Ángeles Fernández
Ángeles Fernández
2 años hace

Un cariño inmenso por el Sr escritor Rafael Oteriño a quién tengo el honor de conocer, maravillosa y admirable persona y poeta, gracias por su publicación !!