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6 poemas de ‘Todos los besos son de despedida’, de Javier Almuzara

6 poemas de ‘Todos los besos son de despedida’, de Javier Almuzara

Javier Almuzara, en ‘Línea de canto’ —la serie de aforismos sobre poesía que cierra Todos los besos son de despedida (Renacimiento), escribe lo que para esta ocasión ha elegido como «la mejor introducción a mis intenciones poéticas (de los logros, si los hubiere, solo pueden dar cuenta los lectores)»:

Danos, Poesía, ligereza sin frivolidad y gracia sin vulgaridad, ambigüedad sin confusión y hondura sin hermetismo, inteligencia sin aridez y emoción sin patetismo, biografía sin banalidad y trascendencia sin afectación. Dánosle hoy un discurso ordenado y lúcido, preciso y bello, claro y sugerente, no balbuceos chamánicos, ni circunloquios etílicos, ni absortos egotismos, ni puzles semánticos. Poesía, líbrame de la incompetencia lingüística disfrazada de experimento gramatical y aparta de mí el cáliz de la pereza mental servida como hallazgo surrealista.

Zenda publica seis poemas de Todos los besos son de despedida.

***

Resplandeciente oscuridad

No hay nada que no sea luminoso,
incluso la ceguera y el vacío
que oscuramente abolen el desorden.
Los fantasmas del sueño nos devuelven
la fe en una vigilia inconsistente,
y la paz del olvido augura a todos
un descanso final sin sobresaltos.
Con su sirena urgente, herida y duelo
no dejan que la vida se nos vaya
sin sentir. A la exánime pereza
nunca le falta tiempo para nada.
La ociosidad inclina a la belleza,
y la ausencia de dios es clamorosa
caja de resonancia para el rezo.
A la sed de los cuerpos le debemos
el amor, ese imán de soledades.
La envidia no consiente que los méritos
se queden al albur de ser premiados.
Para el odio no hay nadie indiferente
y el miedo es nuestro ángel de la guarda.
Lo oscuro solo oculta su virtud
a unos ojos cansados de buscarla.
También tiene su brillo esa pobreza:
la opacidad es don de la ignorancia,
y la noche, el misterio de la luz.

***

Doble o nada

a Mercedes Polledo Carreño

No bastaba el don único e indeciso
de coincidir en el tropel del mundo;
pudimos desoírnos. Un segundo
azar, que es doble o nada, fue preciso.

Este presente nos cambió el pasado;
sus fracasos son hoy victorias lentas,
y avances los desvíos, aunque a tientas,
que en secreto llevaban a tu lado.

Cuando el mal tiempo agite sus fantoches,
te abrazaré más fuerte todavía,
pero me iré, tan pronto llegue el día,
feliz si tú me das las buenas noches.

El mutuo amor me inclina a la piedad:
pienso en Dios, esa inmensa soledad.

***

Bajo otra luz

a partir de José María Blanco White

Cuando en la noche de los tiempos, noche,
supo el hombre de ti por vez primera,
¿no tembló ante tu espléndida cimera
de alta sombra y de lúcido derroche?

A lomos incendiados del poniente
tomaron las estrellas el relevo
y, tras un tenue velo, vio aquel nuevo
espectador una Creación creciente.

Brilla al detalle toda nimiedad
bajo la sola luz del sol avaro,
ocultando otros mundos, ese raro
tesoro que nos da la oscuridad.

¿Por qué la última noche me intimida?
Como la luz, ¿no engañará la vida?

***

Mortal

La muerte es mi rival
y es lo que llevo dentro;
en el secreto centro,
dará un golpe crucial.

Y, pese al duelo adverso,
yo no estaré perdido
cuando ya me haya ido
con la música al verso.

Mi ser definitivo,
lejos del cuerpo inerte
que ahora no concibo,

revivirá verbal,
porque para la muerte
la poesía es mortal.

***

Y más la piedra dura

Cementerio de Robledo de Fenar

“Quererte fue muy fácil, olvidarte
será imposible”, reza un pedernal
del cementerio, ese habitado erial,
con la rocosa fe del baluarte.

La vida sigue, obscena en su impiedad,
vestida con los mínimos retales
—hormigas y quehaceres temporales—,
ebria de momentánea eternidad.

Lo inerte es fiel a cuanto ya no existe,
y sus seres queridos nos marchamos,
olvidando a los muertos en los ramos,
mientras con labios de granito insiste

la ternura impasible de la losa,
que no puede pensar en otra cosa.

***

Ángel (1891-1937)

El hondo padre de mi padre es hijo
de mi imaginación. Hoy ni siquiera
una foto recuerda cómo era.
Quedó la sangre, y este parvo alijo:

los libros de Argentina abren la cuenta
—Gorki, Voltaire, Bakunin o Ghiraldo—,
salvados de la quema, emblema y saldo
de una vida tan breve como atenta;

las gafas, la navaja, las tarjetas
—Ángel García, albañil, Robledo—,
las señas más modestas, y su credo
en dos o tres anécdotas discretas:

como el consejo, entonces temerario,
orgullo de la grey, cívica hazaña
del bravo abuelo en su medrosa España:
“Lleve el niño a la escuela, no al rosario”.

Hizo del pensamiento el mejor templo,
donde está el bien común en los oficios
y nadie exige necios sacrificios,
sino dar con las obras alto ejemplo.

Solo creía en la razón, no el rito,
la virtud, no la gloria ni el consuelo
de un impostado ayer y un vago cielo,
prodigio postergado al infinito.

Pero vivió un país de ideas ralas,
coartada de rencores, tan mezquino
que el fusil de algún hijo de vecino
lo conminó al silencio por las malas.

¿Qué pensó? ¿Le dio tiempo a hacer balance?
¿Sintió el horror de que José, su hermano,
fuese a morir con él, o en lo cercano
se alejó el miedo al solitario trance?

Los imagino firmes y abrazados
—piadosa fantasía en nada yerra—.
Uña y carne en la vida, bajo tierra
sus huesos se confunden hermanados.

He escrito este poema convencido
de que la muerte, abuelo, es un engaño.
Tú sigues siendo el mismo y yo te extraño
a pesar de no haberte conocido.

—————————————

Autor: Javier Almuzara. Título: Todos los besos son de despedida. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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