A ver, les explico: En mi tierra, Cataluña, decimos “cazar” (caçar) como sinónimo de coger todo tipo de animal asilvestrado… caracoles incluidos. Por ello muchos nos acaban preguntando si es que en tierras catalanas los caracoles son grandes como perros y hay que cazarlos a escopetazos…
Hace unos meses en la televisión americana el bueno de Viggo Mortensen (que no en vano está casado con una catalana, Ariadna Gil) trató de explicar, sin mucho éxito, la costumbre del Tió (que llamó “Uncle”, empezamos mal). Tió viene de “tisó” («tizón», nada que ver con ese pariente que te malcría a los hijos). Y es que originalmente el Tió (o “Tión”, o “Cagatió”, o “Tió de Nadal”, que por los cuatro nombres se le conoce) no era más que un tronco especialmente grande y grueso, al que se dejaba arder toda la noche en la chimenea la noche del solsticio de invierno (es decir, en la noche más larga del año, que coincide, qué casualidad, con Navidad). El tronco “regalaba” luz y calor (y por lo tanto vida), y sus cenizas eran arrojadas luego a los campos para fertilizarlos y dar, así, alimentos.
Si les parece una tradición pagana… no yerran, que lo es. No se me sorprendan demasiado, y recuerden que “pagano” procede del latín “paganus”… que literalmente significa “campesino”. En los ambientes rurales de donde proceden esta y otras tradiciones el cristianismo se extendió tarde y mal, y aún en el siglo XVII era relativamente fácil encontrar costumbres supersticiosas y mágicas originarias de tiempos no ya precristianos, sino incluso prerromanos. Y no me vengan con eso de que “qué antiguos son estos catalanes”, porque aunque en mi tierra se hayan apropiado del concepto… como que no es original de Cataluña ni mucho menos. La misma tradición encontramos en Aragón (tronca de Nadal), Galicia (tizón do Nadal), Occitania (cachafuòc, cachofio o soc de Nadal) e incluso en el Reino Unido (yule log).
Hoy en día la tradición del Tió es (o tendría que ser, que ya se sabe que estas cosas se hacen mal y al revés) tal y como sigue: alrededor del día de la Inmaculada Concepción se ha de ir al monte y “elegir” un tronco (no me talen un árbol entero, con una rama gorda o un leño ya nos vale). A esto se le llama “anar a caçar el Tió” (ir a cazar/coger el Tió). Se le humaniza poniéndole carita y barretina (solemne memez propia de tiempos recientes) y se le tapa con una pequeña manta para que no coja frío (detalle muy importante, como luego se verá). Se alimenta al Tió con cáscaras de fruta y restos de comida, que se dejan delante de él en un plato por la noche (y que son retirados a hurtadillas antes que se levanten los críos por la mañana) y a cambio, en Nochebuena y antes de ir a la misa del gallo se le golpea con bastones mientras se cantan villancicos o se entona la tradicional cantinela de “Caga Tió / ametlles i torró / i si no has de cagar… / Cop de bastó!” (Caga Tió, almendras y turrón, y si no has de cagar ¡Garrotazo!). Y el Tió, que es obediente, caga (defeca, es que somos así de escatológicos en mi tierra) dulces y pequeños regalos debajo de la manta que lo cubre y que, claro, han puesto previamente los adultos. Chucherías para entretener a los niños hasta Reyes, fecha en la que se dan los regalos importantes.
Hoy en día, sobre todo en las ciudades, el Tió se compra en la feria navideña de Santa Lucía (el 13 de Diciembre, aunque los feriantes suelen montar los puestecillos antes) y hay de todos los gustos y tamaños. Pero los que quieran respetar la tradición pueden ir al monte en busca de su Tió. Hay incluso una empresa en Rupit (busquen en internet «rupitviu» si tienen curiosidad) que te propone la experiencia de comprar la localización online consiguiendo a cambio unas coordenadas para, con el GPS de tu móvil, ir a “cazarlo” en el bosque de Collsacabra o Rupit. En el más puro estilo de ir a por un Pokémon, para hacer lo viejo moderno.
Sin necesidad de recurrir a estas moderneces, se puede comprar el Tió, y mientras un adulto lo esconde en un punto concreto (y lo vigila, no sea que pase un listo y se lo encuentre huérfano) otro lleva a los niños en su busca, mostrándoles un supuesto “rastro”, desde miguitas de pan hasta huellas u otras señales. Si los niños tienen cierta edad hasta se les puede ir proponiendo acertijos que les llevarán hasta la siguiente pista, hasta que finalmente lleguen al cau (la madriguera) del Tió. Esta actividad funciona muy bien en una casa rural en la que la familia vaya a pasar el fin de semana, por ejemplo. Incluso se puede organizar dentro de la casa si hace mal tiempo.
Y de paso, con esta excusa, los adultos pasarán un poco de tiempo con los niños. Y a lo menor logran que ambos (pequeños y mayores) se despeguen de la pantallita de turno y recuerden que ser niño es ilusión, imaginación, sorpresa y una pizca de misterio en un mundo por descubrir. Y que dedicar un tiempo a los pequeños puede que nos haga, a los mayores, un poco más ilusionados y por lo tanto un poco más felices.
Y Felices Fiestas, y todo eso…
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