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7 grandes poetas de EEUU (I)

Este viernes, dentro de la nueva sección No son todos los que están, presentamos la primera lista de las cuatro que publicaremos de siete grandes poetas de EE.UU. cuya obra bien podría ser considerada como clásica o influyente en las generaciones actuales de poetas de su país. Pasen y lean. Estos son los que están esta semana, y los que no, ya llegarán.

***

ELIZABETH BISHOP 

Elizabeth Bishop fue una poeta nacida en Worcester, Massachusetts, en 1911, distinguida como poeta laureada de los Estados Unidos (1949-1950) y el Premio Pulitzer de Poesía en 1956. Antes de su primer aniversario, su padre muere y, más tarde, ingresan a su madre en una institución psiquiátrica. Sin figuras paternas bajo las que arroparse y sin una ciudad o un país al que poder llamar hogar, Bishop no empezará a publicar hasta sus treinta nueve años, cuando sale a la luz North & South mientras ella vive en Nueva York. En un impulso por desprenderse de los lastres de su pasado, de su frágil salud y de su inclinación al alcoholismo, Bishop viaja a Río de Janeiro, donde vivirá los siguientes quince años de su vida en compañía de la arquitecta Lota de Macedo. Su obra, heredera de los maestros de la Alta Modernidad, como T.S. Eliot y Wallace Stevens, nos muestra una poeta apátrida, una eterna outsider, siempre entre los límites de la depresión y la vitalidad, entre el rigor y la espontaneidad.

Un arte

El arte de perder se domina fácilmente;
tantas cosas parecen decididas a extraviarse
que su pérdida no es ningún desastre.

Pierde algo cada día. Acepta la angustia
de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano.
El arte de perder se domina fácilmente.

Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido:
lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar.
Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.

Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue
la última o la penúltima de mis tres casas amadas.
El arte de perder se domina fácilmente.

Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aun más:
algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.

Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto
que amo) no habré mentido. Es indudable
que el arte de perder se domina fácilmente,
así parezca (¡escríbelo!) un desastre.

Elizabeth Bishop.

E.E. CUMMINGS 

Edward Estlin Cummings, más conocido como e.e. cummings, fue un poeta nacido en Cambridge (Massachusetts) en 1894. Escribió algunas obras de narrativa y teatro y un libro de crítica, I: six nonlectures, que recopilaba las lecciones que impartió en la cátedra de poesía Charles Eliot Norton de la Universidad de Harvard. Publicó una docena de libros de poesía en 1923 y su muerto en el año 1962. La recopilación póstuma de sus Complete Poems abarca más de mil páginas. Su poesía se caracteriza por un componente rupturista y experimental, rebelde, personal e inclasificable, tanto que no fue bien entendida ni acogida por la crítica, pero sí, en cambio, por los lectores y otros autores, que llegaron a considerarlo un referente fundamental y único a la hora de concebir la poesía norteamericana de la mitad del siglo XX. Presentamos un poema integrado en Buffalo Bill ha muerto (Antología poética 1910-1962) (Hiperión, 1996) con traducción de José Casas.

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los chicos de los que hablo no son refinados
salen con chicas que embisten y muerden
la suerte les importa un pito
se las tiran trece veces cada noche

uno cuelga un sombrero de la teta de una de ellas
otro graba una cruz en su trasero
la inteligencia les importa un bledo
los chicos de los que hablo no son refinados

van con chicas que muerden y embisten
que no saben leer ni escribir
que se ríen hasta reventar
y que se masturban con dinamita

los chicos de los que hablo no son refinados
no saben hablar de esto y aquello
el arte les importa un comino
matan como el que mea

dicen todo lo que se les pasa por la cabeza
hacen todo lo que les sale de los cojones
los chicos de los que hablo no son refinados
cuando bailan hacen temblar las montañas

***

EMILY DICKINSON 

Emily Dickinson fue una poeta nacida en Amherst, Massachusetts, en 1830. Su obra es fundamental para entender la poesía moderna a nivel mundial y sus poemas la han colocado en el reducido panteón de poetas fundamentales estadounidenses junto a Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman. Nació en el seno una familia rica y puritana de Nueva Inglaterra. Dickinson, que fue una joven activa y llena de vida, se encerró a los treinta años en la casa paterna y ya no salió. Mantuvo el contacto con los seres queridos a través de sus cartas, tan cuidadosamente elaboradas como sus poemas. Poco después de su encierro escribió al periodista y crítico Thomas Higginson para saber si sus versos «estaban vivos». Pero el genio poético de Dickinson estaba muy por encima de las capacidades de su pobre «preceptor», quien le aconsejó no publicar. Las primeras selecciones de sus poemas fueron editadas póstumamente. Paradójicamente, estas corrieron a cargo del arrepentido Higginson y de la escritora Mabel Loomis Todd. Sus poemas gozaron de un inmediato reconocimiento popular. La crítica tardaría todavía muchos años en concederle el lugar que merece en la historia de la poesía universal. Murió en 1886. Presentamos dos poemas con traducción de Nicole d’Amonville Alegría.

Solo perdí tanto dos veces-
Y en la tierra ocurrió.
¡Dos veces de pie he mendigado
A las puertas de Dios!

Ángeles -dos veces descendiendo
Repusieron mi caudal-
¡Ladrón! ¡Banquero-Padre!
¡Soy pobre una vez más!

(1858)

*

Como el Dolor, impreceptible,
Se alejaba el Estío –
Tan imperceptible que a lo último
No pareció Perfidia –
Una destilada Quietud,
Como avanzado Véspero,
O Natura al pasar a solas
Retirada una Tarde –
El Ocaso antes entraba –
El Alba ajena ardía –
Cortés, mas saqueada Gracia,
Tal Huésped, que se iría –
Y así, sin un Ala
Ni de una Quilla el uso
Nuestra Estación huyó ligera
Luz en los Hermoso –

(1865)

***

T. S. ELIOT

Thomas Stearns Eliot, conocido como T. S. Eliot, fue un poeta, dramaturgo y crítico literario británico-estadounidense, nacido en St. Louis, Missouri, en 1888. Representó una de las cumbres de la poesía en lengua inglesa del siglo XX.​​​​ Estudió en Harvard y en 1915 decidió instalarse en Londres. Entró en contacto, de la mano de Ezra Pound, con los círculos vanguardistas de la época, publicó su primer poemario, Prufrock y otras observaciones (1917) y empezó a escribir críticas y reseñas en diversas revistas. La publicación de La tierra baldía en 1922, así como la de sus ensayos recopilados en El bosque sagrado un año antes, le convirtieron en el crítico y poeta más influyente de su generación. Después de trabajar un tiempo en un banco, en 1924 fue contratado como editor en Faber, donde permaneció hasta su muerte y creó uno de los catálogos más brillantes de la primera mitad del siglo XX. En 1927 se bautizó en la Iglesia anglicana y adquirió la ciudadanía británica. En 1930 publicó Miércoles de ceniza, otro poema largo, y en 1933 se separó de su mujer y regresó a Estados Unidos para impartir en Harvard las conferencias Charles Eliot Norton que conformarían el libro Función de la poesía y función de la crítica. En 1943 publicó Cuatro cuartetos, la secuencia poética en la que había estado trabajando desde 1935. En 1948 ganó el premio Nobel de Literatura. Los últimos años de su vida los dedicó sobre todo al teatro con obras como Asesinato en la catedral (1935), La reunión familiar (1939), El cóctel (1950) o El anciano estadista (1958). Murió en Londres en 1965. Presentamos un fragmento de sus Cuatro cuartetos (1935-1942) con traducción de José Emilio Pacheco.

East Coker

I

En mi principio está mi fin. Una tras otra
Las casas se levantan y se derrumban, se desmoronan, se extienden,
Son arrancadas, destruidas, restauradas, o en su lugar
Queda un baldío, una fábrica o un paso a desnivel.
Viejas piedras para nuevos edificios,
Vieja leña para nuevas hogueras,
Viejas hogueras para las cenizas y cenizas para la tierra
Que ya es carne, pieles y heces,
Huesos humanos y animales, tallos y hojas de cereal.
Las casas viven y mueren.
Hay un tiempo para la construcción,
Un tiempo para habitar y engendrar
Y un tiempo para que el viento rompa el cristal desprendido
Sacuda las maderas en que trota el ratón del campo
Y el tapiz en jirones donde se halla bordado
Un lema silencioso.
En mi principio está mi fin. Ahora cae la luz
A lo largo del campo abierto
Y oculta con sus ramas la honda vereda,
Vereda oscura en el anochecer
Donde uno se protege contra el talud cuando pasa un vehículo,
Y la honda vereda insiste en continuar
Hasta la aldea hipnotizada en el calor eléctrico.
En la neblina cálida la luz sofocante
Es absorbida, no refractada, por la piedra gris.
Duermen las dalias en el silencio vacío.

Esperan al búho que llega temprano.
En ese campo abierto,
Si uno no se acerca demasiado, si uno no se acerca demasiado,
En una medianoche de verano se puede oír
La música de la débil gaita y el tamboril
Y ver la danza en torno de la hoguera
La unión del hombre y la mujer
En bailes que significan matrimonio—
Un sacramento noble y útil.
De dos en dos, en conjunción necesaria,
Tomados de la mano o de los brazos
Como símbolo de concordia.
Dan vueltas a la hoguera
Saltan sobre las llamas o se unen en corros,
Rústicamente solemnes o en rústica risa
Levantan sus pesados pies en toscos zapatos,
Pies de tierra y arcilla que se alzan en el júbilo del campo
El júbilo de aquellos que están bajo la tierra
Desde hace mucho y nutren los cereales.
Llevan el tiempo, marcan el ritmo de su danza,
Como viven al ritmo de las vivientes estaciones,
El tiempo de las estaciones y las constelaciones,
El tiempo de la ordeña y el tiempo de la cosecha,
El tiempo de ayuntarse hombre y mujer
Y el de los animales. Pies que suben y bajan,

Comida y bebida, estiércol y muerte.
El alba ya despunta y otro día
Se dispone al silencio y al calor.
El viento de la aurora mar adentro
Ondula y se desliza. Estoy aquí
o allá o en otra parte. En mi principio.

II

¿Qué hacen noviembre y su final entorno
Con primavera y su feliz trastorno
Y las criaturas del calor de estío,
Las flores que destruye el paso impío
Malvarrosa que apunta a lo excesivo,
(Su color rojo muere en gris cautivo)
Rosas tardías con temprana nieve?
Entre los astros a rodar se atreve
El trueno que simula un carro armado
En la guerra de estrellas constelado
Al sol combate sin piedad Escorpión
Sol y luna se van. Por esta acción
Lloran cometas y el meteoro vuela
En fuego acabará este mundo en vela
Cazan los cielos, cazan las llanuras
Forman un remolino en las alturas
Guerra perpetua que arderá en el cielo

Hasta que cubra a este planeta el hielo.
Esto fue una manera de decirlo, no muy satisfactoria.
Un ejercicio perifrástico en un estilo poético raído
Que lo deja a uno ante la intolerable lucha
Con las palabras y los significados.
La poesía no importa.
No era (para recomenzar) lo que uno se había imaginado.
¿Cuál iba a ser el valor de lo que durante tanto tiempo anhelamos,
La calma tan esperada, la serenidad otoñal
Y la sabiduría de la vejez? ¿Nos habían engañado
o se engañaron a sí mismos los ancestros de voces tranquilas
Y simplemente nos legaron una receta para el engaño?
La serenidad sólo una deliberada torpeza,
La sabiduría sólo el conocimiento de secretos muertos
Inútiles en las tinieblas que ellos escudriñaron
o de las que apartaron los ojos. Hay, nos parece,
Cuando mucho un valor limitado
En el conocimiento que deriva de la experiencia.
El conocimiento impone una estructura y falsifica,
Porque la estructura es nueva a cada instante
Y cada instante una nueva y estremecedora
Valoración de cuánto hemos sido.
Sólo nos desengañamos
De lo que engañándonos ya no puede hacer daño.
En medio, no sólo en medio del camino, en todo el camino,
La selva oscura, la zarza, al borde de una ciénaga en donde todo paso es inseguro
Y amenazados por monstruos, luces delirantes
Bajo riesgo de encantamiento. No me hablen
De la sabiduría de los ancianos sino más bien de su locura,
Su miedo al miedo y al frenesí, su miedo a la posesión,
A pertenecer a otro, a otros o a Dios.
La única sabiduría que podemos esperar adquirir
Es la sabiduría de la humildad:
La humildad es infinita.
Las casas yacen bajo el mar.
Los danzantes yacen bajo el montículo

*** 

ROBERT LOWELL

Robert Traill Spence Lowell IV fue un poeta nacido en Boston, en 1917. Nació en el seno de una familia perteneciente a la alta sociedad. Tanto el pasado como el presente de su familia fueron temas importantes en su poesía. A partir de los treinta, Lowell sufrió los ciclos implacables del trastorno bipolar. Lowell, perteneciente a una generación de niños mimados de la cultura estadounidense, parece que comprendió la necesidad de llegar al público como lo hacían los escritores Beat. Fanáticamente religioso en su juventud -se convirtió, incluso, al catolicismo-, desencantado y pacifista en la madurez, prisionero de sus tormentos, su pasado y su arte al final. Poco después de publicar Day by Day, su último libro, Lowell falleció repentinamente en el asiento del taxi que lo trasladaba del aeropuerto Kennedy a su casa en Nueva York, el 12 de septiembre de 1977. En nuestro país destaca la publicación de su Poesía completa en dos tomos, Poesía completa 1: 1946-1967 (Vaso Roto Ediciones, 2017) y Poesía completa 2: 1967-1977 (Vaso Roto Ediciones, 2017) con traducción de Andrés Catalán, así como la antología publicada por Visor en 1983 y reeditada en 2003 con traducción de Antonio Resines. Presentamos un texto con traducción de Antonio Resines.

Afeitándome

Al afeitarme veo, en toda su extensión,

sólo por esta vez, mi cara en el espejo.
La miro de reojo como si se tratase
de un problema de carpintería…
Aunque la encuentro un poco más delgada,
es la cara de siempre,
con ojos acechantes al ritmo de mi mano…

Nunca tienen los días las suficientes horas…
Según estoy tumbado, confinado, anhelante,
monomaniaco,
celoso incluso de la intrusión más mínima
(me resulta imposible rechazar
la diminuta espina de algún cardo).
Incapaz de imitar la manera espontánea
con que exigen los niños sus respuestas.

Tan inflamable es para mí una piedra
como una cerilla de cartón.

La marea doméstica ha cesado;
y, tú también, inclinas la cabeza
sobre lo que has escrito
y corriges, a veces disgustado,
con cara inexpresiva, como los girasoles.

Tenemos suerte
de haber podido juntos realizar tantas cosas.

*** 

WALT WHITMAN

Walter «Walt» Whitman fue un poeta, enfermero voluntario, ensayista, periodista y humanista nacido en West Hills, Nueva York en 1819. Está considerado uno de los escritores más influyentes del canon de su país y el padre de la poesía moderna estadounidense.​ Es una de las máximas figuras de la lírica norteamericana, habiendo influido en numerosos poetas posteriores tanto a uno como a otro lado del océano. Una de las peculiaridades de la obra de Whitman es el protagonismo de ideas como su oposición a la esclavitud y su deseo de formar una idea común de nación, entendida esta siempre como un proceso de hermanamiento y unión entre diversos pueblos. Entre sus obras destacan: Franklin Evans, Canto a mí mismo, Memoranda durante la guerra y ¿Oh Capitán!, ¡mi capitán! Su trabajo fue muy controvertido en su tiempo, en particular su libro Hojas de hierba, por sus abiertas referencias a la homosexualidad. Whitman falleció en Camden, Nueva Jersey el 26 a de marzo de 1892. Se lo considera una de las grandes voces de la poesía estadounidense. Es, además, uno de los precursores del verso libre. Es sin duda uno de los grandes iconos mundiales de la poesía.

Una hoja de hierba

Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles.

Descubro que en mí,
se incorporaron, el gneiss y el carbón,
el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.
Es vano acelerar la vergüenza,
es vano que las plutónicas rocas,
me envíen su calor al acercarme,
es vano que el mastodonte se retrase,
y se oculte detrás del polvo de sus huesos,
es vano que se alejen los objetos muchas leguas
y asuman formas multitudinales,
es vano que el océano esculpa calaveras
y se oculten en ellas los monstruos marinos,
es vano que el aguilucho
use de morada el cielo,
es vano que la serpiente se deslice
entre lianas y troncos,
es vano que el reno huya
refugiándose en lo recóndito del bosque,
es vano que las morsas se dirijan al norte
al Labrador.
Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido
en la fisura del peñasco.

William Carlos Williams.

WILLIAM CARLOS WILLIAMS 

William Carlos Williams fue un médico y escritor nacido en Rutherford, New Jersey, en 1883. Es especialmente conocido por su obra poética. También escribió obras de teatro y prosa variada antes de convertirse en uno de los poetas más innovadores del siglo XX. Asociado en sus primeros años al modernismo y el imaginismo, pronto abandonó la veta experimental para jugar con las posibilidades coloquiales del inglés. Es autor de libros como Paterson (Cátedra, 2001) del que toma título la película homónima de Jim Jarmusch de 2016, Cuadros de Brueghel (Lumen, 2007), Viaje al amor (Lumen, 2009) o La música del desierto (Lumen, 2010). También destaca su Poesía reunida, publicada por Lumen en 2017 y 2022. Estuvo afiliado al Hospital General de Passaic, donde fue jefe de pediatría desde 1924 hasta su muerte en 1963. El hospital, que ahora se conoce como St. Mary’s General Hospital, rindió homenaje a Williams con una placa conmemorativa que dice: «Caminamos por las salas que Williams caminó”. Presentamos dos traducciones de Juan Miguel López Merino y Jonio González

Poema de Jersey

paisaje de árboles de invierno
y delante
un árbol
en primer plano
donde junto a la nieve

recién caída
yacen seis troncos listos
para el fuego

*

Retrato proletario

Una mujer joven alta sin sombrero
y en delantal

Detenida en la calle con el pelo
hacia atrás

La punta del pie enfundada en su
media rozando la acera

Y el zapato en la mano. Examina
atenta su interior

Y saca la plantilla de papel
para buscar el clavo

Que la lastimaba

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