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7 grandes poetas de EEUU (II)

Este viernes, dentro de la nueva sección No son todos los que están, presentamos la segunda lista de las cuatro que publicaremos de siete grandes poetas de EE.UU. cuya obra bien podría ser considerada como clásica o influyente en las generaciones actuales de poetas de su país. Pasen y lean. Estos son los que están esta semana, y los que no, ya llegarán.

***

JOHN ASHBERY 

John Ashbery fue un poeta, crítico y profesor universitario nacido en Rochester en 1927. Considerado una de las voces más relevantes de la poesía norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. A partir de los años 60 publica más de una veintena de poemarios, entre los que destacan piezas como el célebre Autorretrato en un espejo convexo (1975), Una ola (1984), Diagrama de flujo (1991), Por dónde vagaré (2005) o Un país mundano (2007). Colega de los poetas Kenneth Koch y Frank O’Hara, Ashbery es una pieza clave de la fundación de la primera Escuela de Nueva York y también fundamental en la escena literaria y artística neoyorkina de los 60 y 70. Su obra cosecha elogios de figuras como W. H. Auden y Harold Bloom, además del Premio Pulitzer, el National Book Award y el Premio Robert Creeley, entre otros muchos galardones. En 1955, se instala en París, ciudad donde reside durante una década, y comienza a colaborar como crítico de arte con el Paris Herald Tribune. A su regreso a Estados Unidos, sus reseñas, crónicas y entrevistas comienzan a publicarse también en ARTNews, The New Yorker y Newsweek. Murió en Nueva York en 2017.

Verano

Ahí está ese sonido como viento
Olvidado en las ramas que significan algo
Nadie puede traducir. Y ahí está el aleccionador «más tarde»
Cuando tú consideras lo que una cosa significaba, y lo anotas

Por lo pronto la sombra es abundante
Y difícilmente vista, dividida entre las ramas de un árbol,
Los árboles del bosque, justo como la vida es dividida
Entre tú y yo, y entre todos los demás

Y lo hallándose en etapas siguientes
El periodo de reflexión. Y de repente, estar muriendo
No es ligero o conocido o poca cosa
Solo usado, el calor inaguantable

Y también las pequeñas construcciones tontas sobrecargan
A las fantasías que hicimos: verano, el ovillo de agujas de pino
Los destinos inciertos dados a nuestros actos con sonrisas simbólicas
Llevando a cabo sus instrucciones muy exactamente

-Muy tarde para cancelarlas ahora- , y el invierno, el trinar
De las estrellas frías en el cristal, que describe con amplios gestos
Este estado que no es tan grande después de todo
El verano implica descender como una escalera empinada

Hacia una estrecha cornisa encima del agua. ¿Esto es todo, entonces
Este consuelo metálico, estos tabúes razonables,
O lo que quieres decir cuando lo dejaste? Y el rostro
Se asemeja al tuyo reflejado en el agua

***

DIANE DI PRIMA

Diane di Prima fue una poeta, teórica, profesora y activista nacida en Nueva York en 1934. Escribió más de una treintena de libros de poesía y prosa, entre ellos títulos hoy míticos como sus Revolutionary Letters (1971) o Loba (1978). Nieta de un inmigrante italiano anarquista cercano a Emma Goldman, Di Prima abandonó pronto la universidad, en la que había trabado amistad con la poeta Audre Lorde, para instalarse en Manhattan, epicentro de la contracultura y el movimiento Beat en los años 50, decidida a convertirse en poeta. Allí entró en contacto con Frank O’Hara, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti o Merce Cunningham y su escritura, tan revolucionaria como su vida sexual, se consolidó como una voz fundamental de la generación Beat. Di Prima decidió convertirse, además, en madre soltera, rompiendo con muchos tabús en la época. Editó la revista The Floating Bear y fundó la editorial The Poets Press. A finales de los 60 se instaló en San Francisco, donde se implicó en el movimiento hippie, la psicodelia de Timothy Leary y la comunidad contracultural de los Diggers. Tuvo cinco hijos de distintas parejas y su vida fue una constante búsqueda espiritual. Vivió en California hasta su muerte en 2020. Su libro Memorias de una beatnik, publicada en nuestro país en 2022 por la editorial Las afueras, está considerado una obra casi de culto. Presentamos un poema con traducción de Annalisa Marí Pegrum.

Primero de abril, poema de cumpleaños para mi abuelo

Hoy es tu
cumpleaños y no es la primera vez
que intento escribir sobre esto,
pero ahora
en medio de la locura, quiero
darte las gracias
por avisarme de lo que podía esperar,
por no morderte
nunca la lengua, en aquel impoluto salón del Bronx,
gracias
por sollozar a corazón abierto al compás de
innumerables y desgarradoras
óperas italianas, por
tirarme del pelo cuando yo
tiraba de las hojas de los árboles para que
supiera lo que se sentía, ahora estamos
metidos de lleno en la revolución, la revolución
nos llega hasta las rodillas y la marea sigue subiendo, abrazo
a desconocidos en las calles, colmada de su amor
y del mío, el amor que nos dijiste que tenía que llegar
o moriríamos, se lo dijiste a todos en el parque del Bronx, yo te escuchaba
en el anochecer primaveral del Bronx, respirando estrellas,
tu pelo blanco tan glorioso para mí, tu altura, tus feroces
ojos azules, una rareza entre los italianos, yo permanecía
a una cierta distancia, admirándote, mi abuelo
al que la gente escuchaba, ahora sigo
escuchando a una cierta distancia mientras les sirvo sopa
a unos jóvenes de rostros luminosos sentados en mi mesa,
hablamos de amor, hablamos de la revolución,
que es amor, en otras palabras, cuánto
nos amarías a todos, cómo retumbaría tu sabiduría anarquista
vociferándonos a Dante y a Giordano Bruno, gentes de orden,
entregados a tu misma causa, pues quiero que sepas
que lo hacemos por ti, y por los tuyos, por Carlo Tresca,
por Sacco y Vanzetti, sin saberlo,
sin pensar en ello, así como lo hacemos por Aubrey Beardsley,
por Oscar Wilde (la luz de todas las farolas
será morada), lo hacemos
por Trotsky y Shelley y por el gran/tonto
Kropotkin,
por la gente de La huelga de Eisenstein y el ennui de Jean Cocteau,
lo hacemos por las estrellas del Bronx,
para que puedan posar su mirada sobre la tierra
sin sentir vergüenza.

 

ALLEN GINSBERG

Allen Ginsberg fue un poeta nacido en New Jersey en 1926 y una de las figuras fundamentales de los movimientos contraculturales de los 50 y 60 en Estados Unidos. En los años 40, a su paso por la Universidad de Columbia, entabló amistad con Jack Kerouac, Neal Cassady y William S. Burroughs, convirtiéndose en núcleo activo de la llamada Generación Beat. Su obra Aullido y otros poemas, publicada en 1956, fue acusada de obscena y prohibida en Estados Unidos, suponiendo incluso una pena de prisión para su editor, Lawrence Ferlinghetti. Activista contra la guerra de Vietnam y el racismo, y defensor de los derechos civiles, Ginsberg se alineó con el hipismo en los 60, y promovió la práctica y el estudio del budismo, y la experimentación con drogas como vía de ampliación de la consciencia. Situándose en el punto de mira de las autoridades, se consolidó como una de las voces más destacadas de la época a través de obras como Kaddish y otros poemas (1958-1960), Las cartas de la ayahuasca (1963), escritas con William S. Burroughs, Sandwiches de realidad (1963), La caída de América (1973), y las colaboraciones con Bob Dylan. En los años 70 llegan los premios National Book Award y el National Arts Club Gold Medal, y Ginsberg deviene el poeta consagrado capaz de convocar una multitud en el Poetic Project en mayo de 1979. Murió en Nueva York en 1997.

Aullido (fragmento)

Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,
hambrientas histéricas desnudas,
arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un
colérico pinchazo,
hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con el estrellado dínamo de la maquinaria nocturna,
que pobres y harapientos y ojerosos y drogados pasaron la noche fumando en la oscuridad sobrenatural de apartamentos de agua fría, flotando sobre las cimas de las ciudades contemplando jazz,
que desnudaron sus cerebros ante el cielo bajo el El y vieron ángeles mahometanos tambaleándose sobre techos iluminados,
que pasaron por las universidades con radiantes ojos imperturbables alucinando Arkansas y tragedia en la luz de Blake entre los maestros de la guerra,
que fueron expulsados de las academias por locos y por publicar odas obscenas en las ventanas de la calavera,
que se acurrucaron en ropa interior en habitaciones sin afeitar, quemando su dinero en papeleras y escuchando al Terror a través del muro,
que fueron arrestados por sus barbas púbicas regresando por Laredo con un cinturón de marihuana hacia Nueva York,
que comieron fuego en hoteles de pintura o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o sometieron sus torsos a un purgatorio noche tras noche,
con sueños, con drogas, con pesadillas que despiertan, alcohol y verga y bailes sin fin,
incomparables callejones de temblorosa nube y relámpago en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando todo el inmóvil mundo del intertiempo,
realidades de salones de Peyote, amaneceres de cementerio de árbol verde en el patio trasero, borrachera de vino sobre los tejados, barrios de escaparate de paseos drogados luz de tráfico de neón parpadeante, vibraciones de sol, luna y árbol en los rugientes atardeceres invernales de Brooklyn, desvaríos de cenicero y bondadosa luz
reina de la mente,
que se encadenaron a los subterráneos para el interminable viaje desde Battery al santo Bronx en benzedrina hasta que el ruido de ruedas y niños los hizo caer temblando con la boca desvencijada y golpeados yermos de cerebro completamente drenados de brillo bajo la lúgubre luz del Zoológico,
que se hundieron toda la noche en la submarina luz de Bickford salían flotando y se sentaban a lo largo de tardes de cerveza desvanecida en el desolado Fugazzi’s, escuchando el crujir del Apocalipsis en el jukebox de hidrógeno,
que hablaron sin parar por setenta horas del parque al departamento al bar a Bellevue al museo al puente de Brooklyn,
un batallón perdido de conversadores platónicos saltando desde las barandas de salidas de incendio desde ventanas desde el Empire State desde la luna,
parloteando gritando vomitando susurrando hechos y memorias y anécdotas y excitaciones del globo ocular y shocks de hospitales y cárceles y guerras,
intelectos enteros expulsados en recuerdo de todo por siete días y noches con ojos brillantes, carne para la sinagoga arrojada en el pavimento,
que se desvanecieron en la nada Zen Nueva Jersey dejando un rastro de ambiguas postales del Atlantic City Hall,
sufriendo sudores orientales y crujidos de huesos tangerinos y migrañas de la china con síndrome de abstinencia en un pobremente amoblado cuarto de Newark,
que vagaron por ahí y por ahí a medianoche en los patios de ferrocarriles preguntándose dónde ir, y se iban, sin dejar corazones rotos,
que encendieron cigarrillos en furgones furgones furgones haciendo ruido a través de la nieve hacia granjas solitarias en la abuela noche,
que estudiaron a Plotino Poe San Juan de la Cruz telepatía bop kabbalah porque el cosmos instintivamente vibraba a sus pies en Kansas,
que vagaron solos por las calles de Idaho buscando ángeles indios visionarios que fueran ángeles indios visionarios,
que pensaron que tan sólo estaban locos cuando Baltimore refulgió en un éxtasis sobrenatural,
que subieron en limosinas con el chino de Oklahoma impulsados por la lluvia de pueblo luz de calle en la medianoche invernal,
que vagaron hambrientos y solitarios en Houston en busca de jazz o sexo o sopa, y siguieron al brillante Español para conversar sobre América y la Eternidad, una tarea inútil y así se embarcaron hacia África,
que desaparecieron en los volcanes de México dejando atrás nada sino la sombra de jeans y la lava y la ceniza de la poesía esparcida en la chimenea Chicago,
que reaparecieron en la costa oeste investigando al F.B.I. con barba y pantalones cortos con grandes ojos pacifistas sensuales en su oscura piel repartiendo incomprensibles panfletos,
que se quemaron los brazos con cigarrillos protestando por la neblina narcótica del tabaco del Capitalismo,
que distribuyeron panfletos supercomunistas en Union Square sollozando y desnudándose mientras las sirenas de Los Álamos aullaban por ellos y aullaban por la calle Wall, y el ferry de Staten Island también aullaba,
que se derrumbaron llorando en gimnasios blancos desnudos y temblando ante la maquinaria de otros esqueletos,
que mordieron detectives en el cuello y chillaron con deleite en autos de policías por no cometer más crimen que su propia salvaje pederastia e intoxicación,
que aullaron de rodillas en el subterráneo y eran arrastrados por los tejados blandiendo genitales y manuscritos,
que se dejaron follar por el culo por santos motociclistas, y gritaban de gozo,
que mamaron y fueron mamados por esos serafines humanos, los marinos, caricias de amor Atlántico y Caribeño,
que follaron en la mañana en las tardes en rosales y en el pasto de parques públicos y cementerios repartiendo su semen libremente a quien quisiera venir,
que hiparon interminablemente tratando de reír pero terminaron con un llanto tras la partición de un baño turco cuando el blanco y desnudo ángel vino para atravesarlos con una espada,
que perdieron sus efebos por las tres viejas arpías del destino la arpía tuerta del dólar heterosexual la arpía tuerta que guiña el ojo fuera del vientre y la arpía tuerta que no hace más que sentarse en su culo y cortar las hebras intelectuales doradas del telar del artesano,
que copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza un amorcito un paquete de cigarrillos una vela y se cayeron de la cama, y continuaron por el suelo y por el pasillo y terminaron desmayándose en el muro con una visión del coño supremo y eyacularon eludiendo el último hálito de conciencia,
que endulzaron los coños de un millón de muchachas estremeciéndose en el crepúsculo, y tenían los ojos rojos en las mañanas pero estaban preparados para endulzar el coño del amanecer, resplandecientes nalgas bajo graneros y desnudos en el lago

***

BARBARA GUEST

Barbara Guest fue una poeta y referente femenino de la primera Escuela de Nueva York, nacida en Carolina del Norte en 1920 Afincada desde los años 40 en Nueva York, Guest frecuentó a poetas como John Ashbery, Frank O’Hara y James Schuyler, y artistas plásticos vinculados al expresionismo abstracto y el postminimalismo. Su obra incluye más de una decena de colecciones de poemas, entre los que destacan títulos como The Location of Things (1960), The Open Skies (1962), The Blue Stairs (1968) y Fair Realism (1989); la novela Seeking Air (1977) y Herself Defined (1984), una biografía sobre la poeta imagista Hilda Doolittle. Su obra crítica, compuesta por ensayos, artículos y conferencias, se recoge en Fuerzas de la imaginación, publicado en Estados Unidos en 2003. Guest, a su vez, colaboró con la revista Art News, e incursionó en las artes visuales realizando collages que ilustran algunos de sus libros. En 1999, fue galardonada, en reconocimiento por su trayectoria, con la Robert Frost Medal. Murió en Berkeley, California, en 2006. Presentamos un poema con traducción de Adrián Viéitez.

Toldos verdes

Leander llegó con una cesta llena de peonías.
Se llevaba a la boca uvas recién recolectadas en la vieja
cabaña donde se quedaba entonces, sobre cuya puerta
colgaban los viñedos. Vivía a base de uvas, como entrenando
sus músculos para una escalada solitaria. Algunos días la torre
parecía más alta y él sentía una pequeña punzada azul
en su brazo.

Ella cosía una garza blanca en su vestido.
Cada día llegaban mensajes de su padre, pero
decidía ignorarlos, prefería pensar en las pálidas
patas de su pájaro otoñal.

Colocaba agua en una jarra y anhelaba las flores.

Eran las tres y media, el sol mediterráneo
se sostenía en la habitación. Cuánto había deseado
bañarse en el río. Qué ridículo ser prisionera
cuando se es tan joven como ella se sabía al contemplarse
en el espejo. Era tan formal como sus padres
y cada noche preparaba su cuerpo. Conservaba la esperanza
y rezaba a las estrellas, quienes la estimaban.

Se aproximó a la ventana.

Para jugar se precisa compañía, decidió él, y se sentó en la hierba.
Había fingido que el árbol era el escudo de su amigo, Catylus,
y agotó sobre él sus flechas. El murmullo del río lo instaba
a perfeccionar su estilo. Flotando después de espaldas,
mirando arriba hacia la torre, advirtió un brazo que tiraba
de la correa de un toldo. La sorpresa llegó cuando
la verde lona, al descorrerse, anunció el pelo de una chica.

***

FRANK O’HARA

Frank O’Hara fue un poeta, músico, dramaturgo y crítico de arte nacido en Baltimore el 27 de marzo de 1926.  Fue cofundador y miembro clave de la primera promoción de la Escuela de Nueva York junto con John Ashbery, James Schuyler, Barbara Guest y Kenneth Koch, grupo que aspiraba a unificar teatro, poesía, pintura y música, en busca de una temática y lenguaje común. Absorbió el arte visual y la música contemporánea, hecho que se aprecia de manera evidente en la cadencia y el ritmo de su obra. Considerado como uno de los poetas norteamericanos más originales e influyentes del siglo XX, poco después de su llegada a Nueva York en 1951 desarrolló un nuevo tipo de poesía urbana que captura magistralmente la agitación de una época dorada en la vida artística de la ciudad. Su estilo está impregnado de un glamour seductor e insistente, sus poemas directos y con finales abiertos, irradian una frescura que no se ha perdido con el paso de los años. Heredero directo del estilo y la poética de William Carlos Williams y adherido de una manera innegable a Nueva York y sus ritmos, su poesía derrocha melancolía urbana. No es difícil imaginarse cualquiera de esas calles neoyorkinas iluminadas por la noche, latiendo a ritmo de jazz, cuando leemos muchos de sus textos. En nuestro país se han publicado 1997 para encontrar una primera edición de su obra, Poemas a la hora de comer (DVD Ediciones, 1997) y No llueve en California (Kriller71, 2018), una antología con selección y traducción de Eleonora González Capria. Murió a los 40 años, de un golpe producido por un arenero en la playa de Fire Island, el 24 de julio de 1966.

Poema

Café instantáneo con nata un poquito
agria, y una llamada al más allá
que al parecer no se está acercando.
“Ay papá, quiero estar borracho muchos días”
con la poesía de un amigo nuevo
mi vida apenas contenida por las manos
videntes de otros, imposibilidades suyas y mías.
¿Esto es el amor, ahora que al fin murió
el primer amor, donde no había imposibilidades?

* 

Mañana

Tengo que decirte
que te amo siempre
lo pienso en las mañanas
grises con la muerte

en la boca el té
nunca está bien caliente
entonces y el cigarrillo
seco la bata morada

me da frío te necesito
y miro por la ventana
la nieve silenciosa

De noche en el muelle
los buses brillan como
nubes y me siento solo
pensando en flautas

te echo de menos siempre
cuando voy a la playa
la arena está mojada con
lágrimas que parecen mías

aunque nunca lloro
y te llevo en mi
corazón con un humor muy
real del que estarías orgulloso

el aparcamiento está repleto y me quedo parado
sacudiendo las llaves el coche
está vacío como una bicicleta

qué estás haciendo ahora
dónde fuiste a comer
el almuerzo y tenía
muchas anchoas

es difícil pensar
en ti sin mí en
la oración me deprimes
cuando estás solo

Anoche había muchas
estrellas y hoy
la nieve es su tarjeta de
visita no seré cordial

no hay nada que
me distraiga la música es

solo un crucigrama
sabes lo que se siente

cuando eres el único
pasajero si hay un
lugar más allá de mí
te lo suplico no vayas

ANNE SEXTON

Anne Gray Harvey, más conocida como Anne Sexton, ​ fue una poeta nacida en Newton, Massachusetts, en 1928. Considerada como una de las poetas estadounidenses más laureadas del siglo XX desde sus inicios como escritora, publicó sus primeros poemas en revistas de gran prestigio, como The New Yorker, Harper’s Magazine y Saturday Review, y asistió al taller literario de John Holmes, donde conoció a Maxine Kumin, de quien ya no se separaría hasta el final de sus días y con quien escribió en colaboración cuatro libros infantiles. En otro taller entró en contacto con Sylvia Plath y después dirigió sus propios talleres de escritura en distintas universidades. Figura rodeada de controversia por sus numerosos diagnósticos de enfermedad mental y su posterior suicidio, convirtió la experiencia femenina en el tema central de su obra poética y pasó a ser considerada una de las figuras más destacadas de la poesía confesional. Durante su carrera literaria publicó numerosos poemarios, entre los que destacan: Al manicomio y casi de vuelta, Vive o muere (por el que ganó el Premio Pulitzer), Poemas de amor, Transformaciones, y El libro de la locura. El 4 de octubre de 1974, Anne Sexton almorzó con Maxine Kumin para revisar las galeradas del manuscrito de The Awful Rowing Toward God (El horrible remar hacia Dios), programado para publicarse en marzo de 1975. Al volver a casa se puso el abrigo de piel de su madre, se quitó sus anillos, se sirvió un vaso con vodka, se encerró en el garaje, y encendió el motor de su automóvil, suicidándose por intoxicación por monóxido de carbono.

Rezando en un boeing 707

Madre,
cada vez que le hablo a Dios
tú te entrometes.
Sales con tus bla bla blas en bloque,
otra vez con el asunto de las cartas.
Si escribo un poema
tú das un reporte contable.
Si hago el amor
me das las frases más graciosas.
Señora Sarcasmo,
¿por qué no te queda ningún hijo?

Ellos se aguantan sus reverencias.
Ellos se agachan con tu estilo.
Ellos se estrechan las manos –como-estás-tú
en esa misma forma inimitable.
Ellos se saltan la sopa con perejil
como tú nunca pudiste.
Ellos llevan a sus hijos en sus brazos
como tazas de chocolate caliente
como tú nunca pudiste
y todavía, todavía
con tu sonrisa, con tu hoyuelo, te imitábamos
te imitábamos a lo lejos…
el gran pino del verano,
la playa que te bañó de aceite,
el jardín hecho de narices,
la luna atada sobre el mar,
los grandes perros de sangre caliente…
la muñeca que me diste, Mary Gray,
o que tu madre me dio
o que me dio la crida.
Quizás fue ella.
Ella tenía un alma,
y era italiana.

Madre,
cada vez que le hablo a Dios
tú te entrometes.
Arriba en el avión,
bajo las nubes tan pequeñas como cachorros,
el fuego postrado en el sol,
hablé con Dios y le pedí
platicarle mis fracasos y mis éxitos,
le pedí que me hiciera un juicio moral
como lo hace.

Él dice
no has hecho,
no has hecho.

Madre,
tú y Dios
flotan con el mismo vientre
arriba.

***

JACK SPICER

Jack Spicer fue un poeta nacido en Los Ángeles en 1925. Encontró su espacio en los bares de North Beach, San Francisco, animando noche tras noche a los jóvenes poetas con su obra. Gran parte de su vida en la poesía entre 1957 y 1965 en San Francisco se produjo en torno a la creencia de las necesidades de la práctica de la poesía no como una visión superior, sino como implicación vital y comprometida en todo lo que estaba sucediendo. Atraído siempre por la frescura del oral más informal y por temas como el amor y el béisbol, durante sus años en Berkeley (1945-1955) estuvo acompañado por Robert Duncan y Robin Blaser. A este último se unió después en Boston para trabajar como editor y funcionario de la Sala de Raros de la Biblioteca Pública de Boston. Creó el «Taller de poesía como Magia» en el San Francisco State College en 1957. Comenzó a trabajar en su libro After Lorca, obra en la que el mismo Lorca —muerto 21 años antes— escribe el prólogo y donde casi todos los poemas son traducciones libres de Spicer de los poemas del poeta granadino, con quien dialoga en anotaciones en prosa a lo largo del mismo. Murió en San Francisco en 1965. Aprovechando el final del verano, presentamos un texto del autor, traducido por Juan Domingo Aguilar, en el que Spicer realiza, más que un poema, todo un manifiesto sobre lo que es escribir y habitar de manera poética el mundo. 

Un libro de música

Llegando a un final, los amantes
Están exhaustos como dos nadadores. ¿Dónde
Terminó? No hay relato. Ningún amor es
Como un océano con la vertiginosa procesión de las fronteras
de las olas
Desde la cual dos pueden emerger exhaustos, ni un largo adiós
Como la muerte.
Llegando a un final. En su lugar, yo diría, como un trozo
De soga ensortijada
Que no esconde en los últimos giros de su extensión
Sus finales.
Pero, tú dirás, nosotros amamos
Y algunas partes de nosotros amaron

Y el resto de nosotros seguirá siendo

Dos personas. Sí,
La poesía termina como una soga.

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