Alberto Tesán es un poeta nacido en Santa Perpètua de Mogoda, Barcelona, en 1971. Es autor de los poemarios El mismo hombre (Pre-Textos, 1996), Piedras en el agua (Pre-Textos, 2003) y Gente que bebe (Milenio, 2022). Su obra ha sido traducida a diversos idiomas. En su último libro publicado combina el verso clásico con la prosa poética. Presentamos una selección de poemas de la primera sección de Gente que bebe (Editorial Milenio, 2022).
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Dejas las bolsas de los niños en la entrada. Huele a humedad y huele, también, a otra cosa. Intuyes algo, y lo sabe. No se atreve a mirarte. Te despides y regresas a la calle. El cielo se derrama sobre las aceras. Ya en casa, observas los tejados. Las vidas que ocultan. Y las mentiras. Y las traiciones. Esperas que alguien llame para salvarte. Compruebas el teléfono, te fundes con las sombras. Pero nadie llama. Estás solo. Y hace frío en esta parte del mundo. Se cuela por las ventanas para helarte los pulmones, para impedirte respirar. Conoces esa sensación. Sientes cómo avanza desde la raíz. Te concentras en ti mismo. No puedes hacerlo. Y eso es lo único que ahora importa.
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Ocurre con cada mensaje. Tenemos que hablar. Y piensas en cuervos, y en herramientas que hacen daño si se usan bien. Tenemos que hablar. Y siempre es lo mismo. Y siempre es mentira. Te abrigas y sales a correr. Repasas mentalmente la conversación, mientras tus pulmones se abren buscando aire. Conoces la estrategia, y sabes cómo acabará la escena. Deja de llorar. No te preocupes. ¿Cuánto necesitas?
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Te golpea un cierzo que huele a tierra húmeda. Piensas en mujeres que no encuentran lo que buscan, y no se sacian. Y piensas en hombres sin mujeres, que vomitan soledad. Piensas en un desierto azul que se extiende desde tu lengua hasta unos labios que son de arena. Y piensas en la mentira, y en la náusea, y en todo lo que hace daño y se ha pegado a tu piel. Piensas en piedras y cuchillos. En eso también. No dejas de pensar. En piedras y cuchillos.
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Hace frío, pero te obligas a mantenerte en guardia. Estás en el centro. Tu mirada se pierde entre edificios abandonados y caminos sin asfaltar. No mereces esto. Eres bueno. Lo repites diez, cien, mil veces. Eres bueno. Pero no sirve de nada. No te escucha nadie. Piensas en sus pequeños corazones. Tienes que evitarlo. Que nada los manche. Cuando posas tus ojos en el tejado de la casa, ya sabes que los cuervos están dentro.
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Estudias la distancia hasta el suelo. Imaginas el impacto. Algo te llama desde hace tiempo. Y desde hace tiempo regresas, para espantar las pesadillas que te muerden por la noche. Es la sensación de siempre. Tu incapacidad para conservar todo aquello que amas.
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Apoyas la frente en el cristal. El radiador te calienta el sexo y las piernas. Por la avenida pasan corriendo dos mujeres. Es muy pronto aún. En el edificio que tienes delante las persianas siguen bajadas. Lo has dejado en la cama. Dormir con él es precipitarse al vacío a cada instante. Bostezas, muerto de sueño. Un coche blanco que conoces sale de una calle con nombre de escritor. Es la hora de volver a las ruinas del hogar. Bajas la mirada, pero no vas a entrar en el túnel. Preparas la leche, las tostadas y el zumo de naranja. Abres la puerta de la habitación. Reconocerías el olor de su piel en cualquier parte del mundo. Te tumbas a su lado y le besas la cabeza. Te abraza con fuerza. Papá, esta noche he soñado con tigres y dragones.
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Piedras como símbolos. Has regresado al escondite de los primeros juegos. Te ha costado llegar. Ahora se las entregas a ellos, y les explicas su significado. Las miran con curiosidad. El mayor hace una pregunta, ¿qué edad teníais? Cierras los ojos y respondes, éramos muy jóvenes, estábamos enamorados. Interviene la pequeña, pero el amor se acaba. No siempre, aunque no eres tú el que habla. Las guardan en sus estuches. Corazones como piedras que les recordarán de dónde vienen.
Hacía mucho que no leía textos tan honestos y tan logrados.