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7 poemas de Andrea Cote

Andrea Cote es una poeta nacida en Barrancabermeja, Colombia, en 1981.Es autora de los libros de poemas Puerto Calcinado (2003), La Ruina que Nombro (2005) o En las praderas del fin del mundo (2019). Ha publicado los libros en prosa Una fotógrafa al desnudo: biografía de Tina Modotti (2005) y Blanca Varela o la escritura de la soledad (2004). Ha obtenido premios y reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia (2003), Premio Internacional de Poesía Puentes de Struga (2005), Cittá de Castrovillari Prize (2010) y el International Latino Book Award (2020) a su antología de mujeres poetas colombianas Pájaros de Sombra (2019). Es traductora al Español de los poetas Jericho Brown, Tracy K.Smith y Kahlil Gibran. Es profesora de poesía la maestría bilingüe en escritura creativa de la Universidad de Texas en El Paso. Presentamos una selección de poemas de Fervor de tierra (2024), su último libro publicado por Tusquets de sus poemas reunidos.

***

La merienda

También acuérdate, María,
de las cuatro de la tarde
en nuestro puerto calcinado.
Nuestro puerto
que era más bien una hoguera encallada
o un yermo
o un relámpago.

Acuérdate del suelo encendido,
de nosotras rascando el lomo de la tierra
como para desenterrar el verde prado.

El solar en donde repartían la merienda,
nuestro plato rebosante de cebollas
que para nosotras salaba mi madre,
que para nosotras pescaba mi padre.

Pero a pesar de todo,
tú lo sabes,
habríamos querido convidar a Dios
para que presidiera nuestra mesa,
a Dios pero sin verbo,
sin prodigio
y sólo para que tú supieras,
María,
que Dios está en todas partes
y también en tu plato de cebollas
aunque te haga llorar.

Pero sobre todo
acuérdate de mí y de la herida,
de antes de que pastaran de mis manos
en el trigal de las cebollas
para hacer de nuestro pan
el hambre de todos nuestros días
y para que ahora,
que tú ya no te acuerdas
y que la mala semilla alimenta el trigal de lo desaparecido,
yo te descubra, María,
que no es tu culpa
ni es culpa de tu olvido,
que es éste el tiempo
y éste su quehacer

***

Casa de piedra

Era corriente
y deslucido
y mohíno
el ademán,
con que dábamos la espalda a la casa de piedra de mi padre
para ondear faldas floreadas
y de luz
en nuestro puerto desecado.

Por primera vez
y sin nodriza,
bordeábamos la arcada de la tarde,
todo para no ver
las manos de piedra de mi padre
oscureciéndolo todo,
apresándolo todo,
sus palabras de piedra
y cascarrina
lloviendo en el jardín de la sequía.

Y nosotras en fuga hacia calles blanqueadas
y farándula de mediodía
y ellos repitiendo
en la puerta de piedra:
catorce años,
falda corta,
zapatos rojos sin usar.

Éramos en avidez musical
y de fasto
y malabares,
ante la lustrosa acera,
antes de quedarnos paradas
y sin voz
para ver la desolada estampa,
la ruina.
Pues el silencio,
que no el bullicio de los días,
atraviesa.
El silencio,
que es que son treinta y dos los ataúdes
vacíos y blancos.

***

Puerto quebrado

Si supieras que afuera de la casa,
atado a la orilla del puerto quebrado,
hay un río quemante
como las aceras.

Que cuando toca la tierra
es como un desierto al derrumbarse
y trae hierba encendida
para que ascienda por las paredes,
aunque te des a creer
que el muro perturbado por las enredaderas
es milagro de la humedad
y no de la ceniza del agua.

Si supieras
que el río no es de agua
y no trae barcos
ni maderos,
sólo pequeñas algas
crecidas en el pecho
de hombres dormidos.

Si supieras que ese río corre
y que es como nosotras
o como todo lo que tarde o temprano
tiene que hundirse en la tierra.

Tú no sabes,
pero yo alguna vez lo he visto:
hace parte de las cosas
que cuando se están yendo
parece que se quedan.

***

Desierto

La tierra que jamás quiso tocar el agua
es el desierto que al norte está creciendo
como un estrago de luz.
Pero los hombres que han visto el despoblado,
su amplitud sin sobresaltos,
saben que no es cierto que la tierra esté reseca por capricho

o sin ninguna bondad,
es su manera de mostrar
lo que transcurre en claridad
y sin nosotros.

***

De ausencia

Es para el dios de lo deshabitado
que se alzan templos invisibles
en la borrasca del desierto.
Es para él
que los árboles enanos inclinan en la arena sus ramas
humildes,
fervorosas.
Es para que no te aferres
que existe un dios de la ausencia,
señor del desierto
y de las cosas que,
como la sombra,
existen por la fuerza de la luz que las rechaza.

***

Padre entrando al paisaje

Quién pudiera irse así con una ráfaga,
sin pálpito,
sin madrugada,
en la cola del estruendo.
Y no dejar cuerpo sino llama y un sonido cóncavo,
y sin fondo,
un portazo
y un aullido dando tumbos hasta pulverizarse.

Muy cerca cruzan los insectos
y un papel rendido en la explanada allá en lo yermo,
donde nos dicen que has muerto, es otra esquirla de plata
espejeando
la herida de la tierra.

No nos permiten pasar hasta ese plano ni quedarnos a dormir
sobre la espalda de la hierba seca.
A esa temprana lejanía nos condenan.

Me pregunto si habrás echado en falta
el sostenido resplandor
que vela los ojos de los moribundos
y si realmente me dirías que prescinda
de este fondo sin fondo de las cosas que llaman
el dolor.

“Hay que salir”,
sentencian
no entienden que en estas circunstancias podrías no saber
que no fuimos
los primeros en partir.
Por suerte viene una tormenta,
te lloramos con la furia
y la osadía de los truenos.

***

Center

A las cuatro y cuarto
entre los viajantes de Chinatown
le digo:
yo sobreviví al terremoto y al agua.
Soy 1989 partiéndose en dos
y lo que usted piensa ahora mismo,
también lo soy.
Soy una muchacha suave
-soy china-
como esa que usted cree
se vería mejor callada
y despeinada
en otra parte
y no aquí,
que se vería muy bien desnuda
y estirada
en un cuadro de Modigliani.
Soy ella,
sí,
y por supuesto,
señor,
yo soy Modigiliani.
Soy la punta de la estrella,
la cosa de papel que cae desde el aire en los aniversarios,
el autor de la teoría
de que el espíritu
es el hueso que no se puede roer.

Soy las ganas de romperse y de decir algo.
No puedo pagar la entrada al cine,
pero salgo en todas las películas
y por eso estoy sucio
y cansado
y más triste que dios.

A esta hora soy el cartón
y la masa,
la esterilla de papel
y la esquina morada
y lo que dejaste en la estación.

Soy el pie en el estribo
y la última cosa que pensó Paul
y soy capaz de decir cualquier cosa porque estoy sucio
y no puedo pagarme la entrada al cine.

Soy el autor de la teoría del espíritu,
soy un lado del espíritu,
soy la muchacha ideal.
En verdad,
señor,
yo soy Chinatown,
a toda hora
y en demasía,
tengo una calle en cada esquina del mundo
y soy,
naturalmente,
lo único que nos queda.

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Jaime
Jaime
2 meses hace

Excelentes poemas. Felicitaciones