Foto: Bart Nagel.
Donald Hall fue un poeta nacido en Handem, Connecticut, en 1928. Está considerado como uno de los poetas más importantes de su generación. Publicó su primer libro a los 16 años, desde entonces, ha publicado poesía, ensayo, teatro, narraciones, libros sobre baseball y un buen número de obras para niños. Se graduó por la Universidad de Harvard en 1951 y amplió estudios en Oxford hasta 1953. Ejerció como profesor universitario o editor de poesía en Paris Review hasta que se instaló en la granja familiar de Eagle Pond en New Hampshire junto a su esposa, la poeta Jane Kenyon. Entre sus libros destacan: Exiles and Marriages (1955), The Dark Houses (1958), The Yellow Room: Love Poems (1971), The Happy Man (1986), The One Day (1988), The Old Life (1996), Without (1998) o The Back Chamber (2011). En 2006 fue nombrado Poeta Laureado de los Estados Unidos, sucediendo a Ted Kooser y pasándole el testigo a Charles Simic. En 2010, el presidente Barack Obama le hizo entrega de la National Medal of Arts. Murió en Eagle Pond en 2018. En nuestro país se han publicado libros suyos como La cama pintada (Valparaíso Ediciones, 2014) o Without (Sonámbulos Ediciones, 2012) libro en el que se aborda la enfermedad y el tratamiento de Kenyon, ambos con traducción de Juan José Vélez Otero. Presentamos una selección de su obra poética.
***
La cama pintada
“Incluso cuando danzaba erguido
por los jardines del Nilo
construía Necrópolis.
Diez millones de células laboriosas
transportaban piedras por mi sangre
para levantar un blanco museo”.
Macabro, repugnante y terrible
es el alegato de huesos,
muslos y brazos mermados
en enjutas bolsas de carne
que cuelgan de un esqueleto
que sostuvo músculos, y grasa.
“Reposo en la cama pintada
consumiéndome, atento
al viaje que emprendo
para descansar sin dolor
en el palacio de las tinieblas,
mi cuerpo junto a tu cuerpo”.
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Manzanas blancas
cuando mi padre llevaba muerto una semana
me desperté
con su voz en mi oído
me senté en la cama
y contuve la respiración
y miré fijamente la pálida puerta cerrada
manzanas blancas y el sabor de la piedra
si me llamara de nuevo
me pondría el abrigo y las botas de lluvia.
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La vida perfecta
Los unicornios envidian de sus primos
los caballos una frente lisa.
Los caballos lloran porque les faltan los cuernos.
Los montes mantienen el deseo
de convertirse en ecuaciones
diferenciales parciales
que a su vez quieren ser poemas, o perros,
o el Océano Pacífico,
o whisky, o un anillo de oro.
El hombre con la horca al cuello
envidia al otro que acaricia
una pistola en la habitación de un hotel de carretera.
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Tarjeta postal: 22 de enero
Me hice fuerte durante el verano y el otoño
y ahora puedo cargar con tu muerte. Le doy de comer,
la baño, la acuno, y le cambio los pañales.
Levanta su pequeña calavera, sosegada
y trémula. Sonríe, escupe, hace caca
en el váter, aprende a leer y a multiplicar.
La veo crecer, prosperar, desarrollarse.
Es la niña preferida de su madre.
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Carta del Día de la Independencia
Cinco de la mañana. Cuatro de julio.
Salgo por Eagle Pond a pasear con el perro,
llevo puesto el abrigo de cuero
para combatir el frío de la mañana,
miro los nenúfares que se agarran unos a otros
como fríos puños amarillos
mientras afronto el nuevo día
doce semanas después de aquel martes
cuando nos dijeron que te ibas a morir.
Esta tarde liquidaré las facturas pendientes
y le escribiré a un amigo sobre su libro
y veré el partido de béisbol de los Red Sox.
Sacará de nuevo a pasea a Gussie.
Pondré algo de Stouffer’s en el microondas.
Una señora va a venir desde Bristol
para ver el Ford de tu madre
que está aparcado junto a tu Saab
en el aparcamiento de coches de segunda mano
de mujeres muertas.
Esta noche, los fuegos artificiales de Andover
tendrán que celebrarse sin mí,
porque me voy a ir pronto a la cama a leer
The Man Without Qualities
sin mucha concentración
porque sigo viéndote morir.
Mañana me despertaré a las cinco
para empezar el décimo miércoles
siguiente al miércoles que te enterramos.
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En el pequeño habitáculo del coche
Pasando el tiempo
en el sillón del hospital
entre la cama de Jane
y la ventana, en esta triste
habitación donde sufrimos,
encajo sílabas
en versos prosaicos.
William Butler Yeats
censuró con cólera
“la poesía
del sufrimiento pasivo”.
Amigos y extraños
nos envían cartas
hablando de fuerza y coraje.
¿Qué más podemos hacer
sino lo que estamos haciendo?
¿Tendríamos que llorar tendidos?
Pues lo hacemos. Algunas veces
conduciendo el Honda
con las ventanas cerradas
a principios de este otoño
desde el modesto motel
hasta la cama de Jane,
grito y grito sin parar.
***
Poema de amor
Cuando me enamoro
dirijo mi caballo
hasta el establo en llamas.
Reservo un camarote
en el resplandeciente Titanic.
Fastidio al oso pardo.
Leo el Monitor
y ojeo las necrológicas
buscando mi nombre.
***
Cocina de verano
En el luminoso mes de junio se ponía en el fregadero con un vaso de vino,
y escuchaba a los zorzales,
y machacaba ajos bajo la luz del crepúsculo.
Yo le veía cocinar desde mi silla.
Apretaba los labios
mientras andaba con los cacharros,
y probaba la salsa con la punta de sus dedos.
«Ya está lista. Vamos», decía.
«Enciende tú la vela».
Comíamos y charlábamos, y nos íbamos a la cama,
y dormíamos. Era un milagro.
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