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8 poemas de Laura Wittner

Foto: Xavier Martín.

Laura Wittner es una poeta y traductora nacida en Buenos Aires en diciembre de 1967. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado los libros de poesía El pasillo del tren (Buenos Aires, Trompa de Falopo, 1996); Los cosacos (Buenos Aires, Ediciones del Diego, 1998); Las últimas mudanzas (Bahía Blanca, Vox, 2001); La tomadora de café (Bahía Blanca, Vox, 2005); Lluvias (Buenos Aires, Bajo la luna, 2009); Balbuceos en una misma dirección (Buenos Aires, Gog y Magog, 2011); Noche con posibilidades (Montevideo, Civiles iletrados, 2011); Por qué insistimos con los viajes (Torrequemada, Ediciones Liliputienses, 2012/2017), La altura (Buenos Aires, Bajo la Luna, 2016);  Lugares donde una no está – Poemas 1996-2016 (Buenos Aires, Gog y Magog) y Traducción de la ruta (Buenos Aires, Gog y Magog, 2020). También es autora de libros para niños y niñas como Cahier du temps (París, Actes Sud, 2006), La noche en tren (Buenos Aires, Tres en Línea, 2008), Eso no se hace (Buenos Aires, Limonero, 2015), Vecinos bichos (Buenos Aires, Norma, 2019), Dime cómo vuelas (Buenos Aires, Tres en línea, 2019), Los entusiasmos (Buenos Aires, Del Naranjo, 2019), Cosas que anoté en un cuaderno (Buenos Aires, Planta, 2019) y la serie Dinosauria de viaje, Dinosauria en movimiento y Dinosauria en casa (Buenos Aires, Ojoreja, 2020), entre otros.

***

17.

Están volviendo
todas las historias infantiles;
todo está siendo sometido a juicio,
ya nada es pintoresco, material para poesía.
Los padres son los imputados
y parecen culpables;
nosotros ya empezamos
a parecer culpables.

***

Epigrama

Dijiste algo y entendí mal.
Los dos reímos:
yo de lo que entendí,
vos de que yo festejara
semejante cosa que habías dicho.
Como en la infancia,
fuimos felices por error.

***

Jet Lag

¿Viste las papas rojas
que compramos juntos?
Recién hoy las guiso.
Y vos en otro continente.

***

Mis padres bailan jazz en el Café Orión

No es que leamos mal los signos.
Es que las cosas no son signos.
Andan solas, tan sueltas
que pueden deshacerse.
No bailar la última pieza
sino la anteúltima
y la última escucharla
llevando el ritmo con los dedos
en la mesa de vidrio
no es falso amor.
Erramos si alguna vez
creímos en esto.

***

Te diré de qué estábamos hablando

me preguntaba
cómo podíamos mantener
una conversación tan tonta
toda la noche narrando
las proezas de la adolescencia
pero hoy al leer esta reseña
sobre una novela de Ridgway
de pronto lo comprento
te diré
de qué estábamos hablando:
del amor en habitaciones
tomadas por asalto
del amor cálido y seguro
todavía lejos
de la primera descarga de tristeza.

***

Por qué las mujeres nos quemamos con el horno

La marquita roja la tenemos todas.
Acá en la mano izquierda, con la que escribo
está también mi quemadura de horno.
Si la miro muy fijo, sobre el radio
se me despliega en tres:
se me tridimensiona la muñeca
y entrecerrando los ojos pueden verse
la muñeca de mi madre, la de mi abuela
y, en un tirón hacia delante, la de mi hija
picada de mosquitos, pulida y ya dispuesta
a la marca de la rejilla ardiente.

***

El origen

Ese vocabulario acuático pero a la vez reseco
que incluye dique, embalse, olor a yerba,
dos nenas hermanas que miran
el abismo desde una pasarela,
el embudo de cemento a escala inaccesible
de una represa mientras intentan atajar
todo lo que se va, lo que se viene
para más tarde, en la bañera y en cuclillas
ver el chorro que cae
sobre el molino de juguete:
plástico que gira a la velocidad
de los diez o doce años de una infancia.

***

Quedó gris

La estufa en piloto, un cable sacudido por el viento.
Dormís, voy por la página noventa.
Ropa nueva, futuro, iris blancos en agua,
y un cielo que no piensa despejarse.

Así empieza un otoño;
así me gustaría que empezara.

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