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9 poemas de Kirmen Uribe

Foto: Ricky Dávila.

Kirmen Uribe es un narrador y poeta nacido en Ondarroa, Vizcaya, en 1970. Recibió el Premio Nacional de Narrativa por su primera novela Bilbao-New York-Bilbao (Seix Barral, 2010), que fue recibida como un acontecimiento literario. Antes recibió el Premio de la Crítica en euskera por su poemario Mientas tanto cógeme la mano (Visor, 2004), uno de los libros de poemas más leídos en lengua vasca. En 2017 Kirmen Uribe fue seleccionado para el Programa de Escritores Internacionales de Iowa (Estados Unidos) y en 2018 recibió la beca Cullman de la Biblioteca Pública de Nueva York, ciudad en la que reside desde entonces. Sus poemas han aparecido en publicaciones como The New Yorker o The Paris Review. Su último libro de poemas se titula 17 segundos (Visor, 2020). La traducción de los poemas de esta selección es de Gerardo Markuleta, excepto “Visita”, “El río”, “El extraño” y “Mayo”, que son versiones del autor realizadas junto al propio Markuleta y Ana Arregi.

***

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¿Merecía la pena?

Si merecía la pena, ¿el qué?

Vivir.

Pues claro.

¿Por los libros?

No.

Entonces, ¿por qué?

Sobre todo, por los hijos.

¿Y los libros?

Los libros, ¿qué?

¿No merecen la pena?

Leer ha sido hermoso.

¿Y escribir?

No tanto.

Reescribiría todos mis libros.

¿Todos?

Sin faltar ni uno.

¿También este poema?

Sí, a ti también.

¡Anda!

***

LLEGÓ TARDE

Era tarde, para entonces ya dormían los caballos,
de pie, la oscuridad del bosque reflejada en sus ojos.
El mantel estaba sin recoger,
había migas de pan, comida que se enfriaba.
Ya parieron las embarazadas,
andaban de paseo con sus carritos.
El profesor borró la fórmula del encerado.
La bailarina se quitó las zapatillas,
dejando ver sus dedos lastimados.
Los barrenderos recogieron la basura
que quedó tras la fiesta.
Desde entonces no teníamos ganas de cantar.

Era tarde. Aquel día fue casi como otro cualquiera.
La victoria no tenía sentido.
Nadie admitió su derrota.

La paz llegó tarde.

***

VISITA

La heroína es tan dulce como hacer el amor,
decía ella en otro tiempo.

Los médicos dicen que no ha ido a peor,
día va día viene, y que nos lo tomemos con calma.
Hace un mes que no ha vuelto a despertar,
desde la última operación.

Y sin embargo seguimos visitándola todos los días
en el sexto box de la unidad de cuidados intensivos.
Al entrar, el enfermo de la cama de enfrente lloraba,
no ha venido nadie a visitarme, le decía a la enfermera.

Hace un mes que no oímos la voz de mi hermana.
No veo como antes toda la vida por delante,
nos decía,
no quiero promesas, no quiero disculpas,
tan sólo un gesto de amor.

Ahora sólo le hablamos mi madre y yo.
Mi hermano, antes, no decía gran cosa;
ahora ni siquiera aparece.
Mi padre se queda en la puerta, callado.

No duermo por las noches, nos decía mi hermana,
tengo miedo a dormirme, miedo a las pesadillas.
Las agujas me hacen daño y tengo frío,
el suero me enfría las venas.

Si pudiera huir de este cuerpo podrido.

Mientras tanto dame la mano, decía,
no quiero promesas, no quiero disculpas,
tan sólo un gesto de amor.

***

EL RÍO

En otro tiempo hubo un río aquí,
donde ahora hay bancos y losetas.
Hay más de una docena de ríos bajo la ciudad,
si hacemos caso a los más viejos.
Ahora es sólo una plaza en un barrio obrero.
Y tres chopos son la única señal
de que el río sigue ahí abajo.

En cada uno de nosotros hay un río oculto
a punto de desbordarse.
Si no son los miedos, es el arrepentimiento.
Si no son las dudas, la impotencia.

Un viento del Oeste azota los chopos.
La gente avanza a duras penas.
Desde el cuarto piso una mujer mayor
está tirando ropa por la ventana:
tira una camisa negra y una falda de cuadros
y un pañuelo de seda amarillo y unas medias
y aquellos zapatos que llevaba
el día de invierno que llegó del pueblo.
Unos zapatos de charol, blancos y negros.
En la nieve, sus pies parecían avefrías congeladas.

Los niños echan a correr tras la ropa.
Al final, ha sacado su vestido de boda,
se ha posado sobre un chopo, torpemente,
como si fuera un pájaro grande.

Se oye un gran ruido. Se asustan los transeúntes.
El viento ha arrancado de cuajo uno de los chopos.
Las raíces del árbol parecen la mano de una mujer mayor,
que espera que cuanto antes otra mano la acaricie.

***

Un dios pequeño y juguetón

Quisiera ser aquel dios que dibujó tus lunares,
aquel dios pequeño y juguetón
que pintó en tu piel puntitos a millares.

Me encantan tus lunares.
Me gusta ir contándolos como si fueran estrellas.
Y encontrar una nueva cada día,
como un astrónomo que descubre una supernova,
oculta en algún lugar recóndito de tu espalda
o debajo de tus pechos.

Me gusta recorrer tu piel con mis dedos,
ir siguiendo las líneas invisibles
que van creándose entre los distintos planetas.
Despacio, muy despacio, como el más preciso telescopio.

Tú dices que no te gustan,
que preferirías no tener ningún lunar
en tu piel tan blanca y lisa.
Pero qué iba a ser de mí entonces,
marinero sin rumbo en la noche cerrada.

Recuerdo que te pedí un lunar
la noche en que nos conocimos.
Ese lunar que tienes junto a tu ojo.
Me bastaba esa pequeña Ítaca
para construir en ella mi casa.
Y tú, generosa, me dijiste:
serán todos para ti,
si adivinas cuántos tengo en total.

Quisiera ser aquel dios que dibujó tus lunares,
aquel dios pequeño y juguetón.
Y besar tus lunares cada noche,
uno a uno, con mucho, mucho cuidado,
para que no se te despeguen.

***

EL EXTRAÑO

No sé decirte cuándo empezó, no lo sé.
Hace un mes que me di cuenta, y
desde entonces sucedió cada noche.

Tomé todas las precauciones necesarias:
dejar el coche en el sitio seguro de costumbre,
asegurarme de haber cerrado bien las puertas. En vano.

Al día siguiente lo hallaría abierto.
Al principio decidí aparcar
por otros barrios. En vano.

Lo encontraba abierto. Al parecer,
alguien solía dormir dentro.
Y yo sentía su olor cuando iba a trabajar.

Luego pensé que si no hacía otra cosa que dormir,
no era tan grave. Al fin y al cabo,
no se llevaba el coche. Es más,

me resultaba agradable aquel perfume lejano.
Me preguntaba por su origen,
por el color de su piel, ¿sería negra o del color de la miel?

Una vez le dejé una flor. La recogió.
Al día siguiente le dejé un mensaje.
En vano. Desde entonces, no ha vuelto a aparecer.

***

EL TREN Nº 2

Salimos del zoo del Bronx para tomar el tren nº 2.
Nuestro hijo quiere ir en el primer vagón.
Porque desde la ventana frontal se ven las vías.
Entramos.
El niño se pone delante del todo.
Empieza a grabar con su móvil.
La vía a la luz del día,
luego en la oscuridad del túnel.
Se aburre.
Se sienta a mi lado
y mira lo que ha grabado.
Una estación, otra.
Al llegar a la de la calle 125
el tren desacelera.
Ruido de frenos.
Se detiene.
Desde la ventanilla, vemos la gente en la estación.
Se tapan la boca con la camiseta,
vemos gestos de gritos, los niños llorar sin parar.
Abrazamos a los nuestros.
El conductor dice por el altavoz:
«Estoy en shock».
«Abra la puerta» gritan
los que ocupan el vagón.
«Abra la puerta», en voz más alta.
Los viajeros van de puerta en puerta.
El conductor sale de su compartimento.
Abre una puerta con una llave.
Sale al andén. Salimos.
La gente habla de lo sucedido.
«Ha saltado. No, lo han empujado.»
Vamos escaleras arriba.
La policía, los bomberos.
Cogemos un taxi para ir a casa.
En la diminuta tele del coche
aún no dan la noticia.
El móvil nos lo hemos dejado olvidado en el vagón.

***

A MI HIJA

No dejes que nadie se considere superior a ti,
y mucho menos si se trata de un hombre.
Conserva siempre tu dignidad.
No olvides que es su buen trabajo
lo que hace digna a una persona.
Ten tu oficio, para no depender de nadie.

No te fíes del poder: te utilizará.
Estate al lado de los que menos tienen.
Sé ingenua, los más sencillos sueños han cambiado el mundo.
En cualquier caso, ten en cuenta
que la más hermosa idea no tiene sentido
si para llevarla a cabo hay que reprimir a alguien.

Deja vivir,
cada cual tiene sus opiniones y sus vivencias,
respétalas aunque te parezcan contrarias a ti.
Ayuda a quien lo necesite,
abre tu casa al extraño sin dudarlo.
Respeta a los incrédulos y a los creyentes
y respeta su fe.

Cuida tu lengua.
Piensa que no es solo nuestra,
que es un tesoro que pertenece a todos.
El euskera embellece el mundo.

No pienses nunca que no hay nada que hacer,
casi siempre hay alguna salida.
Y si no la hubiera, acéptalo así.
A veces, también perdiendo se gana.
Acepta la vida, así como la muerte.
Comprender la muerte
es el más difícil de nuestros quehaceres.

No cierres la puerta al placer y a la felicidad.
Ama siempre a la persona, sin tener en cuenta su género.
La piel siempre crece hermosa, sea de un hombre o de una mujer.
Cumple tus caprichos, también en esa cuestión.
Eso sí, si no quieres, di que no.

Di que no también a la injusticia,
a la opresión de los derechos,
di que no a la marginación.

Si lo deseas y puedes, sé madre,
tus niños te enseñarán a ser humilde.
Y si no los tuvieras, goza de la vida en su plenitud.

Ama los bosques y las ciudades.
Permanece abierta a todas las críticas, sin prejuicios.
Si tienes miedo, acepta tu miedo.
Si estás triste, estate triste.
No tenemos por qué estar siempre
felices ni ser siempre valientes.
Oye a quien tengas a tu lado, y serás sabia.
Oye a los jóvenes, oye a los ancianos.

Muéstrate tal como eres.
Di lo que piensas con modestia, aunque
disgustes a tu prójimo. Aprende de los errores.
No temas hacer mal las cosas.
Quien lo hace todo bien es altivo y ciego.
Busca la belleza de los días que pasan.
Profundamente, pero sin prisa.
Aprende a alargar el tiempo,
poniendo atención a las cosas pequeñas.
Haz tu camino, tú eres el centro.
Intenta cumplir tus sueños, y no dejes
que nadie te los estropee.

Y por último: no hagas caso de los consejos,
ni siquiera de los míos.

***

MAYO

Déjame mirarte a los ojos.
Quiero saber cómo estás.

Rainer W. Fassbinder

Mira, ha entrado mayo,
Ha extendido su párpado azul sobre el puerto.
Ven, hace tiempo que no sé de ti,
Se te ve tembloroso, como esos gatitos que ahogamos siendo niños.
Ven, y hablaremos de las cosas de siempre,
Del valor que tiene ser amable,
De la necesidad de arreglárselas con las dudas,
De cómo llenar los huecos que tenemos dentro.
Ven, siente en tu rostro la mañana,
Cuando estamos tristes, todo nos parece oscuro;
Cuando estamos fuertes, el mundo se desmigaja.
Cada uno de nosotros guarda algo desconocido de las vidas ajenas,
Sea un secreto, un error o un gesto.
Ven y pondremos verdes a los vencedores,
Saltaremos desde el puente riéndonos de nosotros mismos.
Contemplaremos en silencio las grúas del puerto,
Porque estar juntos en silencio es
La mejor prueba de la amistad.
Vente conmigo, quiero cambiar de país,
Dejar este cuerpo mío a un lado
Y meterme contigo en una concha,
Con nuestra pequeñez, como los bígaros.
Ven, te espero,
Continuaremos la historia interrumpida hace un año,
Como si no tuvieran un círculo más
los abedules blancos de la rivera.

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