El escritor y académico José María Merino ha publicado A través del Quijote (Reino de Cordelia), un experimento literario que reúne crónica viajera, ensayo y relato en homenaje a la obra «inmortal» que, en una entrevista con Efe, ha animado a leer con libertad porque su sentido profundo es animar a luchar por los sueños. La edición de A través del Quijote, que también se ocupa del plagio de Avellaneda, está impresa a dos tintas y reúne casi un centenar de ilustraciones sobre el Quijote de 62 dibujantes del siglo XVII al XXI.
—Unamuno, Azorín, Ortega, Borges… más recientemente Trapiello y Salman Rushdie. ¿Es el Quijote inspiración literaria?
—Sin contar que desde el principio inspiró a Avellaneda, influyó notablemente en la literatura inglesa y en la rusa, como señalo en mi libro. Ya no por la voz, desde ese «Desocupado lector…» del prólogo, que fija un discurso en primera persona que quedó implantado en la literatura, sino por cierto tipo de humor, por los arquetipos, por las actitudes de los dos protagonistas, que acabaron influyendo hasta en el cómic… El Quijote es una pieza inmortal, y siempre será motivo de sugerencias literarias.
—¿Convendría advertir que en su A través del Quijote salen coches y carreteras?
—He querido atravesar el Quijote en todos los sentidos: no solo el libro original, capítulo tras capítulo, sino también los espacios supuestamente quijotescos en la actualidad, para reflexionar sobre la condición mítica de esa Mancha que recorren el caballero y el escudero, y que hay muchos que se empeñan en considerarla reproducción fiel de la verdadera… Por otra parte, hasta en la Mancha quijotesca caben coches y carreteras. ¿O es que vamos a olvidarnos del mago Frestón?
—Y hasta una breve aparición de Donald Trump…
—En la edición hay cerca de cien imágenes quijotescas de 62 ilustradores de los siglos XVII al XXI, y una de ellas, del estupendo pintor y dibujante Antonio Madrigal, nos muestra a don Quijote y a Sancho descubriendo a Donald Trump, que va avanzando imperturbable mientras grita «First America». Don Quijote, sorprendido, lo confunde con un gigante, y el pobre Sancho, compungido, comenta: «¡Ya la hemos liado!». Estoy seguro de que, si viviese ahora, don Quijote intentaría retar a Trump, en defensa de los miles de infelices que no deja entrar en su país para intentar sobrevivir…
—Y el juego cervantino de mencionar a su editor, Jesús Egido, en el séptimo capítulo.
—Siempre me ha interesado que la literatura juegue materialmente con la realidad. A mí me gusta decir que la realidad no necesita ser verosímil, en ella se pueden producir las cosas más disparatadas… ¿Por qué exigirle tanto rigor a la literatura y no a la realidad? Por otra parte, Jesús Egido, responsable de la magnífica edición, está tan implicado en el libro como yo.
—Propone una «lectura creativa» del Quijote. ¿Qué es eso?
—Pues que a estas alturas no sé si posmodernas, ese libro admirable, aunque tenga cuatro siglos y pico de antigüedad, hay que leerlo con imaginación, con libertad, sin dejarnos ceñir por la aparente restricción verbal —que es mucha menos de lo que la gente piensa, y la edición de Francisco Rico para la RAE tiene unas notas estupendas a pie de página para resolver lo que resulte confuso— y dispuestos a divertirnos, a pasárnoslo bien. Poner algo de nosotros, caramba.
—¿Se le ocurren, a bote pronto, tres razones para leer el Quijote?
—La primera, porque es un libro cuyo sentido profundo es «cree en tus sueños y lucha por tus sueños»; la segunda, porque es magistral en la historia de la literatura al mostrarnos cómo se puede ser a la vez loco y cuerdo, como don Quijote, o tonto y listo, como Sancho (ojalá muchos de nuestros gobernantes tuviesen el talento que demuestra en la ínsula Barataria), y la tercera, porque nos enseñará a descubrir las muchas historias leídas, o vistas en el cine o la tele, que tal vez admiramos mucho, que provienen de él.
—No sólo sigue la estructura original del Quijote sino que también aborda su plagio, el de Avellaneda. ¿Por qué?
—Por esa tremenda contradicción: sin el robo siniestro de Avellaneda, Cervantes no hubiera escrito la segunda parte del Quijote… Algo tan doloroso para él fue sin embargo el aliciente para cerrar la mejor novela que han visto los siglos…
—En un cuento atribuye la autoría del Quijote de Avellaneda a Miguel Delibes y cuenta que Martín de Riquer viajó en la máquina del tiempo para depositarlo en la época de Cervantes. ¿No teme que le acusen del mismo mal que padeció don Alonso de Quijano?
—El libro está lleno de cuentos y minicuentos de muchos estilos… En este caso, utilizo la ciencia ficción, precisamente para lograr que Cervantes remate su obra. En cuanto al mal que padeció el ingenioso hidalgo y caballero, acaso esto de escribir tiene algo que ver con ello. Al fin y al cabo, don Quijote vivía con naturalidad en el espacio de su imaginación.
—¿Prefiere el término «minicuento» a «microrrelato»?
—Siempre he defendido la denominación «cuento» frente a la de «relato», porque «relato» puede ser desde un prospecto medicinal hasta el acta de una junta de vecinos… Pues en la corta distancia narrativa, lo mismo.
—En la dedicatoria de su libro incluye 49 nombres. ¿Amigos, maestros, compañeros? ¿Todos relacionados con el Quijote?
—Todos gente amiga, o personas con las que tuve una relación afectuosa, lamentablemente fallecida. Me apeteció recordarlos… Forman una especie de epitafio. ¿Y qué lugar más noble que un libro quijotesco?
—Como académico, ¿cree que Cervantes habría aceptado el término «desescalada»?
—Acaso para el descenso de Sierra Morena… Pero las palabras las crean los hablantes, y esa, que a mí no me gusta, no está incorrectamente construida.
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