Wallace Stevens fue un poeta nacido en Reading, Pensilvania, en 1879, adscrito igual que T. S. Eliot a la corriente del modernismo anglosajón. Trabajó toda su vida como abogado de compañías de seguros. En 1955 obtuvo el Premio Pulitzer de Literatura. Su obra recibió más atención tras su muerte, y muchos poetas como John Ashbery o Mark Strand han reconocido su influencia. Aunque algunos de sus mejores poemas están contenidos en Harmonium (1923), Ideas de orden (1935), El hombre con la guitarra azul (1937) y Las auroras de otoño (1950), solo fue reconocido internacionalmente cuando publicó los Poemas completos en 1954. Desde los años treinta, Stevens fue llenando de notas varios cuadernos, con o sin título. A menudo anotaba frases o dichos de otros que le habían llamado la atención leyendo, y a veces también sus propias reflexiones, a las que tituló habitualmente, en latín, Adagia. Los aforismos de Stevens fueron publicados en 1957, dos años después de fallecer. En ellos hay un patente interés por cuestionarse la función de la poesía en el mundo moderno.
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A la larga, la verdad no importa.
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El poeta fabrica vestidos de seda con gusanos.
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Los autores son actores, los libros son teatros.
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No hay ala como el significado.
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Un poema es un meteoro.
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Un nuevo significado es el equivalente de una nueva palabra.
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La sentimentalidad es un fracaso del sentimiento.
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La lengua es un ojo.
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Cuando la mente es como una sala en la cual el pensamiento es como una voz que habla, la voz es siempre la de otro.
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Debe de haber siempre algo de campesino en todo poeta.
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Dios es un postulado del ego.
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Ningún hombre es un héroe para quien le conoce.
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Uno lee poesía con sus nervios.
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Un romántico muerto es una falsificación.
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Un futuro nuevo es un buen negocio.
Muy bueno. Es un poeta que disfruto mucho.