Zenda publica en exclusiva un poema y una carta del escritor Robert Walser (1878-1956) que la revista literaria Turia publica a partir de hoy en un número que dedica 115 páginas al autor de Jakob von Gunten. «¿Qué se me ocurrió?» es el título de los versos que el autor suizo escribió un año antes de ser internado en el psiquiátrico de Waldau (cerca de Berna) en 1929. La carta está fechada el 3 de agosto de 1897 en Zúrich y se dirige a su hermana Lisa, donde comenta: “El mundo se ahoga en falta de hechos”. El escritor se muestra entusiasmado ante las vacaciones y los 3.000 francos que ha logrado su hermana.
El número de Turia se completa con varios artículos sobre Walser firmados por Mercedes Monmany, Berta Vías Mahou, Isabel Hernández, Fernando J. Palacios León, Rafael Narbona, Carlos Fortea y Peter von Matt, entre otros.
Hay que ganar una docena de escaleras y traspasar unas puertas acristaladas para adentrarse en el edificio central del Psyquiatrisches Zentrum de Herisau (Suiza), el manicomio donde Robert Walser (1878-1956) pasó los últimos 23 años de su vida. Pero no es en ese edificio que corona una suave colina (con su imponente reloj, con sus paredes blancas recién pintadas) donde estuvo internado el escritor sino, dando la espalda a esa fachada, en uno de los tres barracones que hay a la derecha. No tenía habitación propia sino que compartió la estancia con otras siete personas. Cada una con sus desvaríos. Walser oía voces. Uno de sus siete hermanos, Hermann, se suicidó en 1919; otro, Ernst, murió en 1917 en el sanatorio para enfermos nerviosos de Waldau. Su madre, “irritable e hipersensible”, a decir de él, también sufrió trastornos.
He de confesar que estuve allí hará unos ocho años con René Kündig, por entonces mi suegro. Él pasó en Herisau, en 1956, tres semanas del servicio militar que se repetían cada dos años, tras una formación militar más completa. Los que estaban en activo, pero en casa, guardaban en un armario el uniforme, los pertrechos y el fúsil reglamentario. Así que pudieron verse en la calle (difícil), en alguna taberna (más probable) o en las laderas de las montañas que arropan esa pequeña ciudad de Appenzell, un cantón de lengua alemana que suele pasar por el más… tradicional, donde se votaba a mano alzada en la plaza. Cada uno tenía sus motivos.
No nos dejaron ver el barracón, pero sí estuvimos en la estación de tren (nada de particular). Ni, como cumplidos nostálgicos, hicimos el último paseo (perfectamente señalizado) que realizó Robert Walser en la tarde del día de Navidad de ese año, cuando cayó boca arriba mientas descendía una pequeña montaña nevada. Iba solo. Unos niños en un trineo y un perro dieron la voz de alarma. Hay fotos. El sombrero estaba algo alejado, la mano derecha sobre el costado (parece que asiendo el abrigo), la derecha extendida, como en cruz. Se aprecia la nieve en el hueco del dibujo de las botas. Un infarto.
Escena 2. “Lo único que siempre me ha salido bien es lo que ha brotado de mí con naturalidad, y lo que de algún modo yo mismo he vivido. Por aquel entonces, hice un par de chapuceros intentos de quitarme la vida. Pero no era capaz ni de hacer un nudo corredizo en condiciones. Finalmente, mi hermana Lisa me llevó al sanatorio de Waldau [cerca de Berna]. Delante de la entrada le pregunté: ¿Estaremos haciendo lo correcto?. Su silencio fue lo bastante elocuente. ¿Qué otra opción me quedaba sino entrar?”.
Son recuerdos que Robert Walser le comentó a Carl Seelig, editor, filántropo y la persona que le visitó en Herisau desde 1936 durante muchos domingos hasta que falleció. Seelig anotó algunas de aquellas conversaciones en diferentes cuadernos y su contenido (jugoso, delicado, íntimo) está publicado bajo el título Paseos con Robert Walser (Siruela). La escena de arriba corresponde a lo ocurrido el 25 de enero de 1929 y fue recordado por Walser el 23 de abril de 1939. Este último día, nublado, Walser (diagnosticado como esquizofrénico) se presentó con su paraguas, un sombrero de fieltro dado de sí, traje muy usado, chaleco y sólidas botas. Recorrerán 26 kilómetros en tres horas y media. Una foto a la vera del camino, delante de lo que parece un álamo seco y al fondo un bosque de abetos, atestigua el largo paseo. Hay otra imagen que Carl Seelig hizo esa misma jornada: Walser, con la manga izquierda de la chaqueta algo corta, mira sin sonreír a la cámara. El pelo lo lleva casi al rape. En la carretera Herisau-Wil, la sombra del escritor es corta.
Todo lo que rodea a Walser inquieta, tanto por su deseo de escapar de cualquier notoriedad como por sus años de internamiento. Hay una atmósfera suave, tranquila, dócil, que emerge de libros como El paseo, Jakob von Gunten o Los hermanos Tanner. Una legión silenciosa pero extensa y fiel sigue esa literatura del detalle, de sacar punta a lo nimio, de disfrutar con la mirada en una tarde de nieve. Entre otros, Enrique Vila-Matas. Ahí está su Doctor Pasavento (Seix Barral), una asombrosa novela y un monumento de citas, conexiones y autores. Aparece y se desvanece la figura del escritor suizo a través de ese laberinto de escenas y donde el escritor barcelonés recoge una carta de Walser a su hermana Lisa poco después de ser internado [creo que en el sanatario de Waldau, anterior al de Herisau] tras un incidente en el restaurante de un hotel donde sufrió “alucinaciones acústicas”: “Tengo una enfermedad mental difícil de definir. Al parecer es incurable, pero no me impide pensar en lo que me place, ser amable con las personas o disfrutar de las cosas, como una buena comida, por ejemplo. Aquí, ante la ciudad, como en un baluarte, he escrito una nueve serie de poemas”.
Años atrás, en 1905, Robert Walser entró en una escuela de Berlín para ser un criado diligente. Y ejerció como tal. Desde octubre hasta final de año sirvió en el castillo Dambrau de la Alta Silesia, según se recoge en el libro ‘Robert Walser. Una biografía literaria’ (Siruela) de Jürg Amann. Lo que aprendió se desliza en Jakob von Gunten (Siruela), la novela escrita cuatro años después y que relata… Veamos su comienzo: “Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada”.
Walser es leyenda y realidad. Ahí están frases que tanto dicen: “Ser incomprendidos nos protege”, “Deseo pasar inadvertido”… Ahí están los 526 microgramas, que se descubrieron ya fallecido y donde anotaba, con lápices muy afilados y en letra minúscula, comentarios varios. Sin tachaduras. En papeles a veces diminutos. Utilizó la otra cara de un calendario y sobres usados. Qué más daba. El caso era escribir. No estar del todo solo. No olvidar. Nada de particular en un hombre que “no tuvo casa jamás, ni una vivienda duradera, ni un solo mueble y, en su guardarropa, en el mejor de los casos, un traje bueno y otro menos bueno (…) Libros no poseía, según creo; ni siquiera los que él mismo había escrito. Los que leía eran casi siempre prestados. Hasta el papel de escribir del que se servía era de segunda mano”: W. G. Sebald, El paseante solitario (Siruela).
El deseo de Walser de vivir ajeno al ruido, de apreciar lo sencillo, lo casi inapreciable, choca y de qué manera hoy. De ahí que sea tan atractivo. No sólo por lo diferente, que por supuesto, sino por lo que sugiere. “Hay en mí algo inefablemente frío pese a las emociones que pueden sobrevenirme”. “Se oyó un ligero susurro que bajaba siseando desde las copas de los abetos”. Tal vez lo que él mismo sintió antes de morir.
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¿Qué se me ocurrió?, de Robert Walser
Sí, me parecía bonito anhelar a la diosa,
todas las plazas, todas las calles
parecían rebosar vitalidad.
Cómo trepidaba en mi alma, desde que
la viera en su magnificencia sin igual,
aunque con franqueza me decía: «Está bizca».
La ausencia de perfección en su belleza
me hizo creer que nadie era más hermoso,
pues la ternura es una artista
en sí misma. ¿Cuán frío se me ha vuelto el corazón
con el tiempo? ¿He olvidado el dolor que
tanto ilumina la vida, que me animaba
cuando no encontraba placer? ¿Cuándo se le perdió
a la mariposa que habita en mí su delicado polvo?
¿Cuándo comenzó, cuándo, dónde empezó lo que
me empalidece, por qué un día ya no fui capaz de morir
por ella, dulcemente, como los amantes comprenden
la fragante muerte? Si a mí todo me parece ahora falto
de magia, ¿no caminan también los demás
desencantados por la larga vida? ¿Qué se me ocurrió,
a mí, alma ebria de belleza?
(Traducción de Lorena Silos)
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Correspondencia inédita
3 de agosto de 1897
Mi querida hermana:
Me alojaré dos meses más en esta habitación. Por ahora me encuentro a gusto. ¿Cómo sigue todo en casa? Bien.
Me aburro terriblemente estos días. Pero, ¿sabes? Pronto dejaré de aburrirme gracias a un hecho muy divertido. Quería hablarte de ello. Pero entonces debería escribir un texto larguísimo y prefiero prescindir de eso, por el momento. Aunque sí quisiera comentar algo: el mundo se ahoga en falta de hechos, en falta de acción. Hoy en día, un único individuo puede conseguir algo colosal con un hecho. Espero que te diviertas muchísimo con Ernst.
¡Ya tienes los 3000 francos! Yo me marearía a la vista de tanto dinero. ¡Eres rica de verdad! Y tienes que estar orgullosa, sí, señor. Seguro que en Berna hay gente de veras agradable y buena, amables bobalicones, cordiales aburguesados. No se necesita nada más. Yo pasaré mis vacaciones con Karl en Stuttgart; después, Karl vendrá aquí.
Un saludo afectuoso para ti, Ernst y Papá,
Robert
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