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El hobby redentor (Arresto domiciliario 70)

El hobby redentor (Arresto domiciliario 70)

Un hobby es como un vicio sin sex appeal. Caes por curiosidad, quizá por ocio, pero igual no te quedas mucho tiempo. Quienes aspiran a practicar hobbies han de ser ordenados, constantes y puntillosos, tres virtudes que algunos sólo combinamos en el cultivo de los malos hábitos. No es usual enterarnos, por ejemplo, de alguien a quien sus hobbies le llevaron hasta el hospital. Porque una cosa es convencerte a solas de que ciertas aberraciones son inofensivas, y otra muy diferente que merezcan el rango de hobby.

No dudo que los hobbies sean de gran ayuda en el apuntalamiento de la estabilidad emocional, pero temo que ciertos celos sistemáticos ocultan desarreglos tanto o más preocupantes que los ya delatados por los vicios. Si tuviera que armar ahora una trama en torno a un asesino serial, elegiría antes a un filatelista que a un heroinómano. Un niño cuarentón que juega a ser soldado de sus obsesiones y de un tiempo a esta parte se ha venido cansando de que todos lo crean inofensivo. ¿Será hora de cobrarse sus desdenes?

"¿Recuerdas el funesto sentimiento de volver a la casa cabizbajo con tu juguete roto?"

Lo cierto es que la envidia me carcome. Ya lo dice su nombre: todo hobby requiere la paciencia de Job. Recuerdo a mi papá llevándome el domingo en la mañana a volar avioncitos de gasolina. Un par de veces se hizo cortadas en los dedos, tratando de impulsar la hélice del avión. No era cosa de niños, me decía, aunque lo pareciera. Reducido al papel de espectador, pasé toda la infancia preguntándome qué sentiría mi padre al hacer al juguete dar vueltas por los aires, aunque fuera en redondo. Tendría que haber sabido desde entonces que la paciencia nunca fue lo mío.

Según especifican sus fabricantes, el E-Revo es un camión de carreras que alcanza, dependiendo del poder de las baterías, entre 60 y 110 kilómetros por hora. Me lo di como premio hace tres años, nada más terminar una novela, y hasta hoy el juguetazo no ha hecho sino amargarme la existencia. Claro que es muy veloz, tanto como evidente es mi torpeza. Puedo decir, no sin algún bochorno, que no ha habido una sola sesión en la que me abstuviera de estrellarlo. ¿Recuerdas el funesto sentimiento de volver a la casa cabizbajo con tu juguete roto? Pues nada que ha cambiado. Lo peor es que antes lo arreglaba tu padre, y hoy ya supones quién será el mecánico.

"He pasado ya largas y numerosas horas reparando mi bólido, y no muchos minutos corriéndolo"

He pasado ya largas y numerosas horas reparando mi bólido, y no muchos minutos corriéndolo. Según mi correclusa, no estaría de más adiestarme unas horas en el manejo de los controles inalámbricos a una velocidad más razonable, pero eso sería tanto como quitarle el sex appeal al juego, de modo que por más que me propongo controlar mis impulsos nihilistas, termino acelerando el aparato hasta hacerlo chocar espectacularmente. Siempre hay un eje o un soporte roto, después de estos eventos deprimentes. Las refacciones tardan semanas en llegar y uno se toma meses para instalarlas. Todo porque no sé tener un hobby sin tratarlo como si fuera vicio.

Hace ya dos cumpleaños que mi hoy correclusa me regaló un equipo de soldadura. “Lo necesito, para el E-Revo”, le había hecho saber. Desde entonces, pospongo la ocasión de enseñarme a soldar circuitos electrónicos. Si todo sale bien, me va a quitar muchas horas preciosas. Y si saliera mal, nada raro sería que incendiara la casa con el puro cautín. Por eso te decía, maldita sea, que no entiendo los hobbies, ni en pandemia.

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