Añadir calificativos para prologar esta entrevista sería casi una irresponsabilidad. Es esta cosa de la banalidad del adjetivo por su sobreempleo: algunas palabras dislocan la atención de las palabras que importan. Baste una presentación: Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000) acaba de publicar dos libros. Por un lado, una suerte de novela autoficcional titulada Reina (Caballo de Troya, 2020). Por otro, un poemario que revisita La tierra baldía de Eliot desde el axioma acontecimental de las revueltas de octubre de 2019 en Barcelona, titulado Excepción (Letraversal, 2020). Hablamos con ella, cosa que a priori parece más interesante que, de hecho, hablar de ella.
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—Empiezo juntando las cosas: Reina y Excepción son dos artefactos muy distintos que han visto la luz casi simultáneamente, pero esconden procesos biográficos claramente diferenciados. ¿Cómo has ido trabajando ambos procesos; cómo ha sido su encuentro en el tiempo?
—Cuando Excepción se empieza a escribir, Reina ya está finiquitado. La primera versión completa del texto de Reina data de marzo de 2019, mientras que Excepción no lo empiezo a escribir hasta que tengo constancia de las revueltas de octubre de 2019 en Barcelona. Han sido procesos muy distintos: muy rápido el de Excepción, muy lento el de Reina —con pequeños cambios alargados en el tiempo—. Considero que también son dos formas de aproximarse al texto totalmente diferentes: Excepción parte de unos hechos específicos —insisto, las revueltas de octubre en Catalunya— que yo no vivo directamente, a los que me aproximo como espectadora a través de fragmentos audiovisuales, tales como pudieron ser las stories de Instagram. Por su parte, Reina juega con todo ese componente de lo autobiográfico, así que su estructura se identifica mucho más con la de mi propia vida. Sin embargo, pese a sus obvias diferencias, considero que son dos textos con algo en común: su interés en poner en cuestión algo o enfrentarse a algo. Ambos son más críticos que propositivos: en el caso de Excepción, la crítica se dirige contra la literatura programática, con programa político; en el caso de Reina, contra la literatura del yo o la autoficción.
—Desde un punto de vista más lingüístico, es también interesante indagar en la forma que has tenido de aproximarte a dos códigos tan diferentes, en cómo has comprendido la distancia entre ambos y las posibilidades de cada uno.
—En el caso de Excepción existe una polifonía de voces que en Reina no está. Por otra parte, es verdad que en Reina yo puedo identificarme fácilmente con una serie de sistemas o lugares comunes relacionados con la juventud, mientras que en Excepción se manifiesta una crítica contra esa misma juventud. La voz poética se dirige en su contra, le dirige mensajes muy explícitos, les dice a los jóvenes: vosotros lo que buscáis es un amo, citando a Lacan. Insisto: evidentemente considero que son dos lenguajes muy distintos, pero creo que se cruzan en su vocación crítica o su voluntad de deconstruir una serie de nociones ya establecidas alrededor de lo que pueden ser la poesía o la narrativa sobre ciertos temas. Pienso que ese algo común tiene que ver con ese lugar político y de enunciación que se pone en cuestión en ambos; con su intención de tomar las partes de un todo y criticarlo desde ellas. Reina y Excepción me parecen dos libros muy críticos y, aunque es cierto que lo son de maneras diferentes, pienso que ambos invitan a una relectura; en el momento en que llegas al final de los dos libros se ponen en cuestión las condiciones de sus primeras partes. Siento que no se pueden comprender sin el final, que funcionan únicamente como conjuntos.
—Teniendo en cuenta que estos dos libros sirven para inaugurar tu trayectoria literaria, me gustaría saber si esta problemática que mencionas —la que parte de ese lugar político de enunciación— era la idea desde la que buscabas partir a la hora desarrollar luego, a un nivel programático, lo que quieres construir en tu obra futura.
—Creo que aquí hay un elemento crucial y es que, aunque más adelante accedas a un ámbito más propositivo o a una lógica más propositiva, en un momento inicial creo que sí que es necesario definirte contra algo o criticando algo. Creo que el cambio de orientación comenzará a notarse cuando saque otras propuestas, otros libros, otros textos. Por ejemplo: la novela que estoy preparando para 2022 o 2023, en comparación, es mucho más propositiva. En lugar de criticar nociones ya establecidas, propone algo. Sin embargo, yo creo que esa proposición no puede generarse sobre el vacío, sino que necesita de una crítica previa, de una delimitación que subyazca. Lo que busco en el futuro es empezar a proponer escrituras mucho más afirmativas, que afirmen un programa de escritura. Pero sí que creo que, al menos en un primer momento, es casi necesario hablar sobre aquello a lo que uno se opone, aquello que uno no es.
—Es cierto que en ambos libros, y particularmente en Excepción, el punto de partida es esencialmente hermenéutico. Nacen a partir de otros textos que son la herencia que recibes y que también te conforman como autora. Creo que es esencial, para comprender ambas obras, esto que comentas: atender a esos sendos puentes finales hacia lo analítico en los que te liberas un poco del yugo del texto del otro y lo replanteas; quizá sea este el mismo puente que tiendes hacia tu obra posterior.
—Tú ya has podido leer, de hecho, algunos fragmentos de una de las cosas que pretendo publicar en el futuro, una obra que en su momento planteé titular Absoluto y que ahora lleva el nombre de Monumento. Ahí también arranco desde la reescritura, pero pienso que es una propuesta mucho más afirmativa, que consiste en proponer algo distinto más allá de la crítica de algo preexistente. Toda esta función ácida de deconstrucción de la literatura previa está muy presente en los libros que he publicado, y creo que lo seguirá estando en los siguientes, pero de un modo distinto.
Yo siempre trato de pensarme —dentro de lo literario— no solamente en tanto a aquello que hago ahora, sino también a aquello que proyecto hacer en el futuro; me parece que, si no tienes esa visión de largo plazo, si no sabes más o menos qué es lo que estás investigando, todo pierde un poco de interés. Personalmente, tengo muy definida la trama estructural de las cosas que quiero proponer y decir con lo que vaya escribiendo a lo largo de los próximos años, y en ese sentido tanto Reina como Excepción me sirven como puntos de partida, más por lo que no son que por lo que son. Me explico: Reina, por ejemplo, pese a estar categorizado comercialmente dentro de la apuesta de Caballo de Troya, pienso que es un libro que, por su contenido teórico, por su forma de girar radicalmente en un último momento, acaba siendo más complejo y experimental de lo que se podría esperar de cualquier obra o novela mainstream, por así decirlo. Creo que es muy difícil ubicar Reina en la categoría estilística de lo habitual que circula en estas esferas de la autoficción porque, precisamente, su intención central es subvertir eso.
—Ya que mencionas esa futura obra titulada Monumento —antes Absoluto—, me interesa ver cómo tu vínculo con tus lecturas y referentes parece estar serenándose o destensándose; ya no es tanta esa agitación, esa boutade hermenéutica de tratar de remedar a todos los autores de los que partes, sino más bien otra voluntad de espacio abierto y compartido, un espacio en el que el texto preexistente convive con el tuyo y contribuye a su construcción, pero no es su exclusivo fundamento retórico.
—Pensé mucho en esto en relación a la entrevista que le hiciste a Juan (Gallego Benot). Él explicaba que las referencias que construyen su obra Oración al huerto le sirven como camino para una disolución del yo; le contesté por Twitter que para mí sucede justamente al contrario. Parafraseando a C. Tangana, yo creo que todas esas referencias que conforman nuestras poéticas no disuelven el yo, sino que precisamente lo afirman, lo hacen más fuerte. Está claro que nos debemos a aquello que leemos, pero también pienso que, más que nada, nos debemos a las limitaciones de nuestra escritura. Yo no creo que las limitaciones, especialmente en estos puntos tan tempranos de nuestras trayectorias literarias, sean algo necesariamente negativo, sino más bien algo central en la construcción de la voz de la persona que escribe, que no es una voz que tenga que construirse obligatoriamente en diálogo estricto con las fuentes de las que bebe. Es cierto que Monumento partirá de la obra central de Roland Barthes, pero formalmente se parece muy poco a ella; mientras, Excepción lo hace a partir de La tierra baldía de T.S. Eliot y tiene exactamente su misma estructura. Creo que este punto de partida es de una cierta humildad, que es algo así como asumir cuáles son los vínculos y lecturas que han conformado la voz poética propia; pero también pienso que, en un momento dado, esa voz poética debe liberarse e irse por otros caminos, evolucionar a partir de esos vínculos. Y conviene no olvidar que somos todo aquello que hemos consumido, no solo dentro de lo literario, sino también en un plano más relacionado con la cultura popular, que es otra riqueza y ayuda inevitablemente a conformar ese yo. Por eso le decía a Juan que su yo me interesaba: porque era particular, porque tenía unas referencias particulares, porque no creo en absoluto que se haya diluido en ellas.
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—Centrándonos un poco más en Reina, quería hablarte de esta función un tanto ambigua del yo como fuerza narradora y presencia literaria. Creo que en el libro, más allá de este planteamiento del valor/contravalor del dispositivo de la autoficción, existe otro elemento particularmente interesante que dialoga directamente contigo, como persona-personaje-proyección: haces interactuar al yo, técnica y narrativamente el centro de la estructura del libro, con un tú que, en realidad, es aquello que articula todo tu discurso, bien a través de las distintas interlocutoras que introduces como, al final, a través de la figura del lector, en una suerte de entrega, de abatimiento ante una humildad inevitable.
—Eudald Espluga, en su lectura de Reina, trazaba un símil con El rey pálido de David Foster Wallace. Explicaba que en ese libro también se habla de la distancia entre el autor de carne y hueso y la figura que está narrando, la voz narradora. Está claro que, respecto a Reina y durante su proceso de escritura, yo no podía ser consciente de cuál iba a ser la repercusión mediática del personaje de Elizabeth Duval —quizá, como mucho, un poco al final de ese proceso—; pero, en tanto ese personaje mediático acaba finalmente existiendo, Reina entra inevitablemente en diálogo con él y distingue tres entidades separadas: por un lado la narradora, por otro el personaje mediático y, finalmente, yo misma como autora —que soy otra cosa distinta, diferenciada—. Todo ese juego se construye posteriormente, cuando el libro ya está preparado para publicarse. Es entonces cuando Reina se convierte, para mucha gente, en una oportunidad para acceder al pensamiento de ese personaje mediático que es Elizabeth Duval, pero lo que hace el libro es subvertir eso, invertir esa relación al preguntar directamente a ese lector, en su última parte: ¿por qué tienes realmente ese interés? ¿Por qué esa voluntad constante, casi morbosa, de querer descubrir más sobre un personaje construido? Todo eso es lo que se pone en cuestión en esa suerte de metarrelato posterior. A mí me sorprende, en relecturas más recientes de Reina, descubrir cómo yo construía, inconscientemente, esa relación tan compleja con una lectura futura. Porque Reina está escrita antes de la entrevista con Lenore, de lo de First Dates, de la entrevista con ICON en El País, de la entrevista con El Mundo. Está escrita antes de que yo tenga cierta relevancia y sin embargo, casi prefigurándose, solo adquiere su sentido actual en el momento en que todo eso ha sucedido, cuando ese personaje puede existir y existe. Eso era lo que yo buscaba, lo que a mí me interesaba.
—En el texto que escribí en Zenda a raíz de Reina en su momento subrayé algo que creo que queda planteado en el libro y que me interesa mucho en relación con esta construcción posterior del personaje, que es tu relación con la humildad. No sé si esta es una característica que tú, manifiestamente, buscas sacar a la superficie, pero pienso que Reina es un libro humilde a la hora de exponerse con esa retórica tan inflada y sincera, como diciendo: esta es la realidad que yo prefiguro, aquí te la muestro y la expongo a tu crítica; para, después, criticarla tú misma, siguiendo el mismo proceso que el lector ha mantenido durante todo el libro. Dado el subrayado de esta retórica grandilocuente que ha significado el proceso mediático posterior, quería preguntarte cómo te has relacionado después con esta idea de resignificarte a ti misma, de replantearte desde la humildad.
—Creo que para mí es imposible concebir todo el revuelo mediático y todo lo que se ha dicho sobre el personaje de Elizabeth Duval sin la conciencia previa de que, en marzo, Reina iba a salir publicado. Toda esa construcción de la figura pública, con sus componentes narcisistas de poder y control, se dibujan a partir de esta refutación futura, de ese libro en el que se ponen sobre la mesa la sinceridad y la humildad que mencionas. El libro contenía una subversión de todo lo que yo pensaba hacer para promocionarlo, una subversión de ese personaje que aparece, en Twitter o en entrevistas, aparentando no tener puntos débiles o estar por encima de absolutamente todo lo que pueda sucederle; un personaje que en Reina se desvela como una cosa totalmente distinta. Reina viene antes de toda esa proyección mediática que, insisto, no puede concebirse sin la conciencia de que pronto vendría algo que la subvirtiese, porque a mí lo que me interesaba era problematizarlo, volverlo más complejo y no quedarme en esa performance vacía de la soberbia y el narcisismo, en todo eso que se podía leer en la configuración inicial de ese personaje mediático de Elizabeth Duval. Eso era lo que me interesaba de la publicación de Reina: ofrecer de repente al lector —y, al mismo tiempo, no hacerlo— una ventana a un lugar mucho más íntimo y vulnerable, dado que el libro no deja de ser una exposición de vulnerabilidades.
—Conecto por esta vía con Excepción, dado que pienso que toda esta huida performativa hacia adelante, después reformulada en Reina desde esa humildad, se subraya de manera bastante radical en el poemario, que es un libro que, directamente, termina proclamando yo soy la supremacía; quizá también porque, dados el dispositivo y los códigos lingüísticos de Excepción, tiene más sentido que el acceso a tu intimidad sea más limitado.
—Una lectura atenta de esos últimos versos de Excepción, en mi opinión, revela un posicionamiento radicalmente masculino, justamente opuesto al de Reina. En esas últimas líneas hay también un componente casi paródico de la figura casi terrorista del poeta que las escribe, una voz poética que se vincula a sí misma con lo incel y que remite al imaginario de una supremacía distinta. Pero esa tampoco es la supremacía que yo performo como personaje público, porque en Excepción no me interesa tanto proyectar sino generar una polifonía; registrar la voz de la manifestación, las voces de las puras espectadoras a través de stories de Instagram, las voces de los policías, las voces de todas esas subjetividades que se conforman. Por eso Excepción es un texto mucho más poliédrico, y en ese sentido remite, una vez más, a La tierra baldía de T.S. Eliot, donde se dan encuentro muchas voces distintas y situaciones de enunciación que no tienen nada que ver las unas con las otras.
—Yo te he leído a veces, y precisamente en Monumento, jugar mucho con el espacio y las formas, no solo desde un punto de vista estructural, sino directamente geométrico; complejizar el texto tratando de subrayar esta idea de inaccesibilidad. Creo que en Excepción haces esto de una manera que también roza a veces lo paródico —por ejemplo, al construir esa barricada de letras, que no deja de ser una idea muy básica dentro de los posibles estudios poéticos del espacio—. Es como si dijeses, en un tono algo burlón: observad cómo juego con el lenguaje para fundar imágenes visuales, pero lo hicieses desde un lugar que simplifica mucho lo que después es el núcleo del poemario, que aparece en forma de ramalazos de erudición enfrentados a este tipo de juegos retóricos.
—Es que, de hecho, para hacer más fuerte esa parodia, la barricada que mencionas aparece dos veces. La segunda, como parodia de la primera, diciendo formaré OTRA VEZ una barricada de palabras. A mí en este caso me interesaba —más allá de la pura relación con el lenguaje, que es una cosa que yo trabajo más a nivel teórico— todo el componente estético o performático que tienen las manifestaciones, especialmente las manifestaciones políticas. Analizando muchos casos te das cuenta de que éstas no surgen puramente por un deseo de justicia o por una genuina indignación frente a una situación vivida, sino que se producen para conceder un sentido a la vida de aquellos sujetos que participan de ella. Es decir: la manifestación es un espacio autónomo, de violencia en algunos casos, donde uno puede reconocerse como sujeto, vivir como sujeto que se manifiesta y gozar e ello. Hablaba sobre eso a raíz de la popularización, en Francia, del lanzamiento de sprays de agua contra los manifestantes, y es que pienso que hay una suerte de gusto perverso en todo eso, en el hecho de que te gaseen en una manifestación con gas lacrimógeno o de que te lancen sprays de agua; un goce que parte de tu reafirmación como sujeto posible de la manifestación. La elaboración de las barricadas, que no es algo que yo condene pero que sí me interesaba analizar, también es consustancial a todo eso, participa de ese componente más estético que puramente político.
En Excepción, al fin y al cabo, los conceptos políticos son muy poco importantes. Lo que importa es lo estético, esa estética de barricada; me parece que en muchos casos, en actos tan presuntamente políticos como el de manifestarse, lo político acaba siendo secundario frente a ese componente estético, que es lo que proporciona sentido a la vida propia. En ellas, con frecuencia, las ideas o reivindicaciones políticas son mucho menos fundamentales. Lo mencionaba en otra entrevista, en referencia a las revueltas de octubre en Catalunya, argumentando que, más allá de esta idea de justicia y libertad, de confrontación frente a la situación de los presos políticos o al juicio del Procés; para mucha gente estos acontecimientos se justificaron de base alrededor de una ausencia de perspectiva de futuro en su vida cotidiana: era una juventud que, por una multitud de circunstancias, había sido privada de esa idea de futuro. Eso era lo que más me interesaba: la problematización de esa estética, de cómo, llevada a sus límites, muchas veces roza también el ridículo o la parodia.
—Es curioso: en referencia a la aproximación a lo político de cada uno de tus dos libros, creo que se revierte la cronología biográfica que mencionábamos al principio de la entrevista. En Excepción se analiza un posicionamiento político más vinculado a un elemento estético, cuestión que yo considero también como una especie de recordatorio de la persona que tú has sido, de cuál es tu herencia política y del lugar del que procedes, de cómo ha sido tu adolescencia, de cuáles han sido tus reclamos y tu participación pública en los distintos procesos políticos. Sin embargo, en Reina todo esto sucede intertextualmente, y la política adquiere una dimensión menos estética y más pura; es como si todo se diese la vuelta y lo escrito con anterioridad fuese, de algún modo, posterior a nivel de construcción de discurso político.
—En las entrevistas que daba en torno a Excepción hace unos cuantos meses yo hablaba mucho de esto, decía algo así como que el libro tendría sentido cuando ardiera en una barricada. A mí, políticamente, el hecho de que Excepción sirva como lumbre me da completamente igual, porque si este libro hace una cosa en sus últimas páginas es reivindicar que la literatura puede afectar muy poco a lo político; que la escritura, realmente, dentro del género político, tiene una influencia básicamente nula. Sirve para recoger testigo y expresar las cosas de una forma que tienda hacia la belleza afirmativamente, pero su capacidad para modificar la realidad políticamente es básicamente irrisoria. Reina es un libro que ya ha asumido esa conciencia, no necesita la explicación de esos motivos porque ya acepta que lo literario no puede cambiar lo político. Yo creo, y esto es algo que mantengo firmemente después de haber escrito ambos libros, que las esferas de lo político y lo literario son muy distintas, y que lo literario no incide tanto en la política. En una entrevista para Excepción hablé de un premio de novela negra que convocó Ada Colau, tematizado alrededor de la situación del alquiler en Barcelona en relación con los pisos turísticos y Airbnbs: esta es una realidad que encuentro realmente problemática y sustancial, pero no pienso que este hecho fuese a provocar que los relatos presentados fuesen a tener mayor interés o influencia literaria, que no había un sentido real en esa correlación. Insisto: creo que el poder de lo literario para incidir en lo político, al menos de lo narrativo y lo poético, es prácticamente nulo.
—En Excepción lo explicitas de forma muy clara cuando dices: como si las palabras no fueran en todos los casos contingencia / la más limpia de las contingencias. En ese sentido, me interesa mucho conocer cuál consideras que es la función social —si es que puede tenerla— del escritor a la hora de construir discurso, de ser partícipe del discurso político o de intervenir en él puramente desde la escritura, o si crees que esto se da más bien en sus contornos, en toda esta construcción mediática que interactúa directamente con los focos de poder y que sucede de forma periférica a lo literario.
—Yo creo que el escritor no debe querer ser político y no debe aspirar a lo político, sino que la aspiración máxima a la que puede ligarse —al menos en poesía o narrativa, insisto— no es otra que la de dejar un testimonio y tratar, de la manera más compleja posible y aunando la mayor cantidad de perspectivas posibles, recoger un momento histórico, con sus ambientes y pensamientos. Cualquier escritor actual que crea que su poesía o su obra puede afectar políticamente a la realidad pienso que estará siendo más bien ingenuo, y creo que no hay que caer en esa ingenuidad, que hay que asumir que nuestro papel es mucho más humilde y nuestra influencia muy inferior a lo que podemos imaginar. Que simplemente podemos limitarnos a tratar de recoger un cierto espíritu del tiempo que vivimos para incorporarlo a nuestras poéticas, pero esa tesis marxista de que los filósofos han interpretado la historia y ahora lo que toca es transformarla creo que es muy ingenua desde un punto de vista estrictamente literario. Creo que no funciona así, que no hay cambios políticos posibles a través de la escritura.
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—Me agarro a tu referencia a Marx para hacer un breve paréntesis y hablar un poco sobre tu construcción como pensadora, sobre cómo comprendes la cosmología artística que te rodea. Tu formación, al fin y al cabo, es fundamentalmente filosófica, más allá de que como persona puedas estar interesada en las diferentes corrientes narrativas y poéticas. Pienso que tu núcleo es filosófico, que es desde ahí que construyes tu obra y observas la realidad. Me interesa saber cómo equilibras y proyectas tú esa construcción en tu proceso creativo.
—Es cierto que mi formación es fundamentalmente filosófica, pero también cabe apuntar que sí, yo estudio una filología, pero es la filología francesa, que tiene muy poco que ver con el ámbito literario en el que luego yo actúo, dado que beben de tradiciones y formas de actuar muy distintas. Evidentemente, también he leído literatura española, pero mi formación académica y de análisis literario procede de la literatura francesa. Estos días surgió en Twitter la cuestión del análisis literario por generaciones, aquello de estar envueltos en dinámicas generacionales de afecto, de amistad… y yo decía respecto a esto que hay autores de mi generación que me interesan mucho, como pueden ser Juan Gallego Benot, Rodrigo García Marina o Sara Torres, personas que experimentan con el lenguaje —aunque quizá este no sea tan estrictamente el caso de Juan, pero él también me interesa mucho por otras cuestiones, como su interacción con distintas tradiciones—; pero que después también hay una suerte de epígonos o partes de generaciones biográficamente anteriores cuya literatura encuentro muy estimulante analizar, como en los casos particulares de autores como Luis Magrinyá o Gonzalo Torné, de quienes he leído prácticamente sus obras completas con enorme interés.
Sí que creo que mi núcleo es filosófico, porque las preguntas que me planteo —al menos en este momento— son fundamentalmente filosóficas. En el caso de Excepción y Reina, en concreto, están vinculadas a cuestiones relacionadas con la crítica filosófica y la crítica literaria. Sin embargo, creo que esta interrogación no puede estar completa si no toma una parte de lo filológico o puramente literario, asumiéndolo también. Decía el otro día (Gonzalo) Torné que nos han sido legadas una serie de tradiciones de escritura, y que nos corresponde ahora a nosotros dar continuidad a ciertos caminos o comenzar otros distintos. Eso también me interesa: ver lo que hace la gente ahora, no solamente plantear preguntas filosóficas sino también a nivel de formato y puramente textual, comprobar qué es lo que se puede seguir haciendo, por dónde se puede seguir buscando.
—Respecto a tu aproximación a lo cultural y lo textual, respectivamente, me interesa comentar contigo dos cuestiones que, en el fondo, considero bastante superficiales dentro de tu concepción de lo literario, pero que no dejan de estar ahí como gesto: por un lado, la constante presencia en tu obra de la cultura pop, especialmente la musical; por otro, ese juego que llevas a cabo con el salto idiomático constante, que está muy presente en Excepción con esos pies de página en francés, italiano, inglés o alemán y esa cita de apertura de Antígona escrita en griego y sin traducción.
—Respecto a la cultura pop, yo me acerco a ella como a una mitología de nuestro tiempo. Es una variable difícil de medir, porque las cosas en el presente suceden y cambian muy rápido; es difícil distinguir qué es lo que va a perdurar como ejemplo de lo que se leía y escuchaba en nuestro tiempo, pero yo pienso que es importante para un artista implicarse en un diálogo no solo con lo literario de su época y de épocas anteriores, sino con todo lo que sucede en un ámbito interdisciplinar, con las formas de sensibilidad que expresan el presente en que se incrusta biográfica y artísticamente. Encuentro genuinamente interesantes los trabajos de C. Tangana y otros artistas del trap, pero lo que más me interesa es entablar un diálogo con ellos, decir: esto, en un cierto momento histórico, representa algo que a mí me interesa discutir y debatir. Es por eso que lo trato.
En lo referente a ese juego con el lenguaje al que haces referencia, supongo que también incide de forma casi inconsciente mi escaso interés en esa idea de acercarme al lector más amplio posible, sino de concebir que la inteligencia del lector posible es suficiente como para que, si quiere acceder a ciertas lecturas, tenga la libertad de hacerlo. Una de mis máximas es la de no tomar por tonto al lector o asumir que no tiene la suficiente capacidad investigadora. Es por ello que no me importa demasiado si la cita está en inglés, italiano o alemán, me interesa más preservar su forma lingüística original, como es el caso de esa cita de Antígona que mencionas y que abre Excepción en puro griego, sobre la contraposición entre la justicia de la polis y la justicia divina. Puede parecer paradójico, pero para mí esta es una posición mucho más humilde y sincera, porque ese poliglotismo me parece significativo de las sociedades y los mundos que habitamos de forma contemporánea. Una buena parte de la juventud se ha visto obligada a la emigración a diferentes países para estudiar una carrera o buscar un futuro laboral que en España no se le ofrecía necesariamente, y este mestizaje o mezcla posible es una cosa que se da. Por otra parte, como persona que, en Francia, vive todo el tiempo en francés y escribe siempre en castellano, esto es algo que me interesa explorar. Y también creo que analizar cómo la sintaxis o la gramática del francés se puede colar en la del español también resulta interesante. No lo veo como un entorpecimiento o una forma de ensuciar la lengua, sino como una vía contemporánea a través de la cual esa lengua se desarrolla.
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—Por cerrar este paréntesis y reenlazar con la cuestión de tu proyección mediática, a lo largo de los últimos meses se ha producido una cosa muy curiosa: tuviste un otoño-invierno muy agitado, aun siendo una autora inédita; sin embargo, tu primavera está siéndolo mucho menos —evidentemente, el contexto del que participas tiene mucho que ver en esto—, a pesar de ser una autora ya editada. Es un contraste extraño, como que te prologaste a ti misma de manera muy estruendosa y ahora, sin embargo, te leo con frecuencia quejarte de que no se te está leyendo, de que quizá esto no está siendo lo que anticipaba tu plataforma de lanzamiento. No sé cómo estás interactuando también con las expectativas que podías haberte creado a ti misma, o si incluso esto te ha ayudado a frenar y a replantearte las circunstancias que, imbuida por esa nube de repercusión, podías haber perdido un poco de vista.
—No sé si diría que mi primavera está siendo tranquila. Es cierto que está siendo particular, pero es algo coyuntural. Respecto a este tema, y manteniéndome exclusivamente dentro del ámbito literario, me parece que cualquier sufrimiento que podamos tener los escritores será siempre menor al de las librerías pequeñas e independientes, muchas de las cuales se están viendo abocadas a cerrar debido a la crisis de la COVID-19. Pienso que tenemos que relativizar nuestro sufrimiento. Si Hidrogenesse cantaban aquello de no hay nada más triste que lo tuyo, en este caso sí que hay cosas más tristes.
Respecto a la conversación que se pueda estar generando alrededor del libro, sí creo que hay críticas y comentarios al respecto, pero también pienso que, por la situación que lo rodea, están pasando más o menos inadvertidos. Me inquieta, por ejemplo, que tengan mucha mayor repercusión cuestiones como la entrevista concedida hace un par de semanas por Juana Dolores en Núvol, que me incorporaba en una triada junto a Joan Margarit y Luna Miguel, diciendo que éramos tres personas famosas haciendo poesía de mierda. Yo le respondí que, realmente, hay que tener muy poca idea de poesía para agrupar a esas tres personas, que no tenemos nada en común, en una misma categoría. Al mismo tiempo que eso sucede, también han ido saliendo publicadas críticas serias y razonadas procedentes de un sector, digamos, más académico, pero sí es cierto que han pasado prácticamente inadvertidas.
Las reacciones a Reina y Excepción han sido mayormente positivas, pero sí que es cierto que tengo la sensación de que nadie hubiese hablado de ellas en ningún momento, aunque no sea cierto. Por otra parte, tampoco es una cosa que a mí me enerve particularmente, sino que me da más o menos igual: por todo lo que hice en otoño-invierno y por cosas que sigo haciendo, tengo el privilegio de disponer de una posición, dentro del mundo literario, más o menos asegurada a medio plazo. Puedo existir y seguir existiendo aquí de una manera determinada, y no tengo que preocuparme tanto por asegurarme un futuro. Ya sé lo que voy a estar haciendo hasta 2022 o 2023, y eso me permite, en cierta manera, relativizarlo todo. Estoy tranquila, mayormente, por dos motivos: primero, porque la recepción de los libros que he sacado ha sido buena; segundo, porque ya tengo proyectos firmados o asegurados para el año que viene, e incluso para más adelante. En cierta medida, casi he agradecido el parón, porque me ha permitido relajarme respecto al ritmo frenético que venía manteniendo los meses anteriores. Quizá por eso puede dar la sensación de que me he serenado, pero simplemente creo que es que ya no tengo la necesidad de estar tan al pie del cañón.
—Esto pone también de relieve el contraste entre la repercusión de aquellos contenidos más periféricos, polémicos o… atractivos desde un punto de vista periodístico, como los que producías antes de lanzar los libros, y la que puede tener una crítica académica. Esto también establece tu convivencia con esas dos realidades, que tienen una relación delicada y no muchas veces se materializa de una manera tan clara como en la tuya. Eso te puede convertir en un personaje bastante ambiguo y susceptible de caer en lecturas simplificadoras.
—Hace poco escribí un hilo en Twitter respondiendo a ciertas declaraciones en las que se me acusaba de haber sido publicada por amiguismos y por campañas de índole monetario. En primer lugar, probaba que no era cierto; después decía que yo era estrictamente responsable, dentro de lo que hago en la esfera literaria, de lo que hago y digo, y de que no puedo responsabilizarme de las palabras que otros han dicho en torno a mí. Por poner un ejemplo, creo que las palabras de otras personas han influido mucho más que las mías en la construcción de la imagen de la Elizabeth Duval ególatra y narcisista. Creo que la gente que me ha laureado y coronado como la reina del 2020, la gente que me ha calificado como escritora generacional… siempre han sido terceras personas. Yo nunca me he reivindicado como tal, nunca he tenido el coraje de autodenominarme generacional ni proclamarme como la revelación del año. Lo único que he hecho ha sido responder a las preguntas que se me han planteado sobre mis libros y sobre una serie de circunstancias socioculturales.
También es cierto que, una vez se te coloca encima, esta imagen de egolatría es algo con lo que te ves forzada a jugar; tienes que hacerlo porque, hagas lo que hagas, las críticas van a caer de cualquier parte. Toda esa superioridad moral que proyecto no es algo que yo haya buscado activamente, sino que pienso que se ha construido a pesar de mí, que es algo con lo que yo he tenido que jugar necesariamente.
—Terminamos, Elizabeth: me gustaría saber, para acabar, cómo ha interactuado esta mirada que la gente pueda tener sobre ti con tu vulnerabilidad como persona.
—Evidentemente, en Twitter y en entrevistas tienes que aparentar otra cosa, pero yo he estado lejos de ser invulnerable a todo esto. Evidentemente me ha provocado episodios de ansiedad, angustia y sufrimiento, particularmente porque siempre he considerado que se daba una injusticia o un desequilibrio entre lo que yo decía de mí misma y lo que el mecanismo mediático se encargaba de proyectar de mí. Claro que se sufre, pero creo que una de las cosas que hay que aceptar, una vez dentro de ese ruedo mediático, es que hagas lo que hagas se te van a tirar encima. Da igual que te muestres humilde o arrogante. Simplemente hay que aprender a jugarlo y a posicionarse en el centro de todo eso, ¡de ahí lo de coronarme Reina, como un gesto retórico!: es una posición desde la que te van a juzgar y a criticar de la misma manera que desde el resto de posiciones.
La vulnerabilidad sigue ahí, es imposible dejar de ser vulnerable. Pero, quiero decir: en el momento en que has salido en entrevistas de El Mundo como activista trans con 16 años o has sido portada de Tentaciones con 17 por el mismo motivo; una vez has recibido ya ese odio, es realmente difícil que otros tipos de odio te afecten, o al menos que lo hagan gravemente. Siempre van a poder herirte, pero cada vez la herida es menos grave.
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Autora: Elizabeth Duval. Título: Reina. Editorial: Caballo de Troya. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Autora: Elizabeth Duval. Título: Excepción. Editorial: Letraversal. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.
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