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Joël Dicker: «Los libros proporcionan momentos más potentes e intensos que el móvil»

Joël Dicker: «Los libros proporcionan momentos más potentes e intensos que el móvil»

Joël Dicker principió con un best seller de canon, La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara), que no solo arrasó en las librerías y los quioscos de las estaciones de tren, sino que derivó en una miniserie (dirigida por Jean-Jacques Annaud, el de El nombre de la rosa y El amante) porque este parece ser ahora el destino último de los novelones de éxito. Dicker venía así trabajándose una carrera calafateada de triunfos que respondía muy bien a la idea de título para el verano, de libro para leer en la playa o el reposo estival, y que contaba con el aplauso del público, que se enganchaba mucho a sus crímenes, y la permisividad de la crítica. Como todo alquimista del misterio, en cada título apretaba la trama y también improvisaba giros para desconcertar al lector y mantenerlo atado a la página.

Pero hace bastantes inviernos que Joël Dicker ha dejado de ser un autor sorprendido por la fama y ha dado una vuelta al género, que es lo que suele hacer un creador cuando encuentra el estilo y la desenvoltura. En El enigma de la habitación 622 ha decidido pasar de actor pasivo a activo y directamente se ha incluido como personaje. Todo comenzó como unas páginas emborronadas con los recuerdos de su editor, Bernard de Fallois, que falleció a los 92 años, el hombre a quien le debía todo. El éxito y la fama los había conseguido gracias a él. «Me llamaban «el escritor» gracias a él. Me elegían gracias a él», según se lee al inicio del libro. Fue tomando altura y dimensión literaria hasta alzarse en un híbrido que cruza memoria, asesinato y evocaciones personales, las de su Suiza natal. El argumento parte de un escritor obsesionado con la escritura que decide enclaustrarse (mejor que usar la palabra «confinarse», que está ya muy desgastada) en los Alpes suizos, en el Palace de Verbier. Durante su estancia reparará que la numeración de las habitaciones se salta la 622, y eso le conducirá a un secreto donde se mezclarán la realidad y la ficción, las vivencias de Dicker con su editor y la banca suiza, el poder, los celos, el dinero y la pasión.

—El escritor de su novela sacrifica una relación personal por escribir. ¿La escritura tiene ese punto de obsesión?

"La escritura es como una doble vida"

—Para mí es una obsesión. Una razón para vivir más, incluso, que una necesidad. Todo empieza con el impulso de abordar una novela. Cuando deseo escribir un libro no es porque tenga el argumento, sino porque tengo ganas de zambullirme en la escritura. En cuanto arranco, empiezan a surgir ideas. A partir de ese instante ya todo es una obsesión. ¿Qué le va a pasar a este personaje? ¿Y a ese otro? Estoy con estas preocupaciones en la cabeza durante todo el día, por la mañana, por la tarde, por la noche, mientras practico deporte, o estoy en la cama. La escritura es como una doble vida.

—En esta novela habla de las reglas de un escritor. ¿Las tiene usted?

—Existe una regla general y que es esencial: me tiene que gustar lo que estoy escribiendo. Tengo que disfrutar con lo que estoy redactando. Cuando trabajas en un libro, seamos sinceros, no es fácil que siempre sea un placer. Por eso resulta fundamental que me guste, que me apasione lo que estoy contando. Escribir una obra me lleva entre dos o tres años, de antemano. Y nunca sabes si va a gustar o no, si tendrá un éxito comercial o no. Pero sí puedo, en cambio, dominar el placer que supone escribirlo. Cuando escribo tiene que ser una experiencia placentera.

—Habla de fracaso. ¿Qué consecuencias trae la fama?

—Las propias del éxito. El problema es que cada uno tiene su propia relación con el éxito. Para mí ha resultado muy beneficioso. Me ha permitido aceptar mi identidad como escritor. Durante años no estaba contento con esa identidad. Me costaba aceptarla, convivir con ella, que fuera yo. Pero el éxito me ha permitido que la viva de una manera plena.

—¿La fama le influye a la hora de escribir?

"Escribo sin plan. No sé, en realidad, muy bien hacia dónde voy"

—Trato de no pensar en ello. No quiero meterme en esa vía. Intento encerrarme en una burbuja, concentrarme en la escritura del libro. Solo tengo en mente la escritura. Escribo sin plan. No sé, en realidad, muy bien hacia dónde voy. En un momento dado me encuentro inmerso en un trabajo minucioso. Lo principal es centrarme en lo que hago y aislarme del resto.

—¿El fracaso es una amenaza para un autor de tanto éxito?

—Más que fracaso, usaría la palabra «rechazo». A veces reflexiono sobre ello. Cuando se publique esta, me pregunto: «¿Gustará? ¿Se comprenderá? ¿Cómo la va a recibir la gente?». Pienso más en el rechazo que en el éxito.

—De hecho, en sus inicios escribió cinco libros y los cinco fueron rechazados por las editoriales. ¿Cómo hizo para no desfallecer, para no rendirse?

—Hay que escuchar el deseo interior de uno, independientemente de lo que digan otros, que en muchas ocasiones no sirve de nada. Si tienes ese deseo, nada te puede detener ni impedir que sigas escribiendo. Hay que aprender a escucharse a uno mismo. Es como una especie de intuición. Cada uno debe ocuparse de sí mismo. Existe una frase que asegura: «Sé tú mismo, porque los otros ya están cogidos». A eso me refiero.

—Pues lo de escucharse a sí mismo no está de moda hoy en día.

"Necesitamos que las redes sociales nos validen con likes. Esto es muy problemático"

—Tiene razón. En efecto, porque estamos en una sociedad en que nuestros impulsos o deseos se ven controlados por lo que nos rodea, este mundo global que existe a nuestro alrededor y que nos obliga a tener en cuenta al otro. Necesitamos que las redes sociales nos validen con likes. Esto es muy problemático, porque estamos todo el rato a la búsqueda de los demás. Si quieres ser escritor, como abogado, médico o cualquier otro estudio, hay que tomárselo en serio. Por eso deberíamos plantearnos algunas preguntas y, sobre todo, tienen que ser respondidas. Tenemos que dialogar con nosotros. Eso nos ayudará a orientarnos. No permitirá acceder a claves esenciales. Este es el trabajo que quiero: escribir. La lectura también es importante por eso, porque nos lleva hacia nosotros, no hacia el exterior.

—A propósito de la lectura, ¿ha sido importante en esta época de coronavirus?

—Es una suerte enorme disponer de lectura para escapar a la actualidad. Esto lo veía ya antes, porque como lector, por ejemplo, si acudía a un hospital, leía, y esto hacía que me olvidara de que estaba allí. Si atravesaba una fase personal que me resultaba dura, me metía en un libro y me ayudaba a evadirme. Es el poder de la literatura en general. En un momento de confinamiento, como el que hemos atravesado o atravesamos, escapar a la realidad es bueno. Me alegraría mucho que la gente hubiera descubierto la lectura en estos meses. Yo siempre propongo un reto. ¿Se lo cuento?

—Diga.

"En Instagram estamos viendo todo el rato las mismas imágenes. Hay que escapar de ahí"

—Hay que leer siempre en los momentos de aburrimiento, cuando se va en el metro, cuando se espera el autobús, cuando estamos en un sitio solos y no sabemos qué hacer. En estos minutos es bueno tener un libro. De esta manera podemos convertirnos en lector. No se trata de estar tres horas leyendo, que si te gusta es genial, pero creo que el primer reflejo es estar cerca de un libro, ir leyéndolo diez minutos aquí, otros diez en otro lado. A aquellos que no son lectores les reto a que tengan siempre uno a mano. Que hagan esta prueba: que lleven consigo uno y que en los momentos muertos lo lean. Enseguida se convertirán en lectores. Y cuando ocurra, se darán cuenta de que los libros proporcionan momentos más potentes, intensos e interesantes que el teléfono móvil o las noticias, que son siempre las mismas, una y otra vez. Igual que en Instagram: estamos viendo todo el rato las mismas imágenes. Hay que escapar de ahí; hay que hacer el esfuerzo de huir de ahí. Yo lanzaría este desafío: el de los diez minutos y siempre tener al lado un libro.

—En El enigma de la habitación 622 se mezcla un asesinato con la banca suiza.

—Se articulan la pasión y el dinero. Están muy ligados en el fondo. Vivimos el dinero como medio de poder, como un medio de reinar entre los demás, como un fin en sí mismo. La gente se muestra a través del coche, los relojes… Pero en esta novela existe un personaje que descubre su destino, que no se pliega a las necesidades de la sociedad del dinero, que contradice esa existencia.

—También existe un crimen en el seno de una familia que es propietaria de un banco.

"Lo que me interesa de una muerte no es lo que dice de nuestra sociedad, sino qué es lo que impulsa a matar"

—Lo importante jamás es el asesinato para mí, sino tratar de explicar lo que ocurre. Cuando se narra un crimen, también se cuentan las relaciones que existen a su alrededor, la situación en la que está envuelto el asesino, por ejemplo. Si una mujer mata a un hombre que la está pegando con brutalidad, no es que esté justificado, pero puedes llegar a entender su reacción, su miedo, y te das cuenta por qué actúa de esa manera. Lo que me interesa de una muerte no es lo que dice de nuestra sociedad, sino qué es lo que impulsa a matar y cómo los vínculos entre las personas se deterioran. Por eso un tribunal jamás juzga de la misma manera un crimen. Siempre es diferente y siempre se abren debates. Siempre se tratan de comprender las circunstancias de un asesinato.

—¿Por qué nos intrigan los misterios?

—Porque somos curiosos. En los accidentes de tráfico la gente detiene el coche para saber qué ha ocurrido. No podemos evitar mirar. Queremos entender y luego contárselo a los demás. La curiosidad es algo innato en los seres humanos. Siempre hemos estado contándonos historias. Si vemos a un hombre por la calle con una mujer que no es su esposa, enseguida reflexionamos y nos preguntamos quién puede ser. ¿Será su amante? Todo gira en torno a una investigación, una curiosidad. En las novelas, también.

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