El francés Olivier Megaton, curtido a base de tortas en la factoría Luc Besson con las secuelas de Venganza, con Liam Neeson, o Colombiana, con Zoe Saldana, aborda en Los últimos días del crimen su proyecto más claramente ambicioso. Basándose en una novela gráfica de Rick Remender y Greg Tocchini, la película ha acabado en Netflix pese a que su factura y aspiraciones son claramente cinematográficas. No estamos, pues, ante un telefilm, por mucho que ese término se haya ya devaluado definitivamente con el establecimiento de las plataformas de streaming. La película, eso sí, se ha ganado esta semana cierto número de artículos y una notable reputación por la pésima calificación de un 0% que se ha ganado en el agregador de críticas Rotten Tomatoes. Es decir, un tremendo y enorme cero pelotero. Otro día podemos hablar de la legitimidad de ese portal e incluso de los críticos a la hora de despachar este tipo de productos, porque… en efecto, Los últimos días del crimen, con todo su caos de propuestas y estilos, tampoco es tan terrible.
A lo largo y ancho de las ¡dos horas y media! de Los últimos días del crimen Megaton trata de gestionar las mil influencias que probablemente anidaban ya en el trabajo original de Remender. La irreverencia del primer John Carpenter, el músculo visual y romántico de Tony Scott, la épica concepción del thriller y la moral de Michael Mann y la locura general de Neveldine y Taylor, que facturaron Crank y su secuela. Naturalmente, lejos de lograr un fructífero punto de encuentro, en Los últimos días del crimen todo se sucede de manera tan apresurada como, a la vez, dilatada (¿qué hace Sharlto Copley en esta película?) sin que las resonancias políticas se coordinen con el tono excesivo, grotesco, de irreverente cómic de acción que se respira en muchos momentos del relato.
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