Dean Martin en ‘Río Bravo’
Javier Marías recuerda en este artículo, publicado en 1997, la voz extraordinaria y las interpretaciones memorables de Dean Martin.
En los últimos días he «redescubierto» a Dean Marin y, como suelo hacer en estos casos o en los de meros «descubrimientos», casi he agotado las existencias de sus discos en las tiendas de mi ciudad porque me he dedicado no sólo a comprármelos sino a regalárselos a todas las personas que me rodean, al menos a las que quiero bien. Me gusta compartir mis debilidades y mis hallazgos, y tampoco me privé de ello hace unos meses cuando «descubrí» otro disco de un actor que jamás fue famoso como cantante, a diferencia de Dean Martin, y al que en principio uno no esperaría oír interpretar calipsos, a saber: Robert Mitchum. El CD no tiene desperdicio: no sólo hace Mitchum una perfecta imitación de la voz y el acento negros con que solían cantarse esos ritmos jamaicanos, sino que además el cuadernillo lleva dos fotos impagables del aparentemente serio y manifiestamente viril actor, con maracas en las manos o con copa de ron e indígena caribeña al lado, no sé si lamiéndole el lóbulo.
Muchos lectores jóvenes no tendrán ya ni idea de quién era Dean Martin ni habrán escuchado en su vida un calipso, y si saben quién es Mitchum será debido a que aún sigue vivo y trabaja de vez en cuando pese a su edad provecta. Supongo que así como «Jean and Dinah» o «I Learn a Merengue, Mamá», lo más probable es que encontrasen las melodías suaves o las baladas semicountry de Martin insoportablemente anticuadas, con sus orquestaciones americanísimas llenas de viento. Y no digamos sus frecuentes «italianadas», versiones medio en inglés medio en lengua original de «Arrivederci Roma» o «Ritorna-Me / Return to Me». Dean Martin, nacido Dino Paul Crocetti en 1917, murió hace sólo dos años, si no en el olvido sí en la penumbra. Hacía bastante tiempo que no se le veía en películas nuevas y quizá aún más tiempo que sus canciones y su voz extraordinaria habían pasado a formar parte de la legión inmensa de recuerdos muy vagos que dormitan en los inconstantes y olvidadizos oídos de las gentes. Cuando murió leí algunas necrológicas, y en todas ellas se lo trataba con displicencia por partida doble, como actor y como cantante. En esa segunda faceta se vio oscurecido siempre por su amigo y jefe Frank Sinatra, a cuyo clan pertenecía y de quien fue fiel lugarteniente en numerosas películas. Carecía de las pretensiones de quien aún es llamado «La Voz», también de sus ambiciones y politiqueos. Como actor no era un prodigio, pero dejó cuatro interpretaciones memorables, que hoy en día, en que tan poco se exige, habrían bastado para convertir en mito a cualquier principiante: Río Bravo, de Hawks, Como un torrente y Suena el teléfono, de Minnelli, Bésame, tonto, de Billy Wilder. Y fue un augusto perfecto para mi ídolo Jerry Lewis durante años.
Y hay que añadir que fue famosísimo, precisamente porque compaginaba dos actividades muy populares. El olvido de actores y músicos —asimismo el de escritores— parece en un sentido el más triste de todos, justamente porque son los personajes que más posibilidades objetivas tienen de ser recordados. La índole de sus trabajos es de las más duraderas que puedan imaginarse, mucho más que la de los políticos o los banqueros o los jueces o los militares, por mencionar profesiones de trascendencia y huella, gente de quien demasiado a menudo depende la suerte de sus contemporáneos. Pero una película puede seguirse viendo y el actor respira en ella; un disco puede escucharse hasta el infinito, como en uno de la Argentinita se oye tocar el piano a García Lorca, acompañándola en 1931, cinco años antes de lo que asesinaran, y es extraño que perviva el sonido que arrancaron sus dedos hace más de medio siglo y que esté a nuestro alcance; a un escritor se le puede seguir acompañando siglos después de su muerte, basta con leer lo que contó o dijo. Así, no durar en aquello que precisamente permite alguna forma de durabilidad parece un duplicado fracaso, un doble olvido. A veces hay «recuperaciones» y vuelve a ponerse de moda alguien que habitaba en su purgatorio de la desmemoria. A veces es gracias a otro alguien de «ahora», a los vivos se les hace caso pese a su poca importancia, también en lo que recomiendan o promocionan. Y como yo estoy todavía vivo, me alegra poder hoy afirmar que, por anticuado que resulte, el despreciado Dean Martin es la verdadera «Voz» y el mejor crooner o cantante melódico de la segunda mitad del siglo. Por lo menos ya he logrado que lo escuchen unos cuantos amigos.
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Artículo recogido en los libros de Javier Marías Seré amado cuando falte (Alfaguara, 1999) y Donde todo ha sucedido: Al salir del cine (Debolsillo, 2007; Galaxia Gutenberg, 2014). Venta en Todostuslibros y Amazon
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