Kevin Cuadrado es un poeta, narrador, editor y promotor cultural nacido en Quito, Ecuador, en 1993. Dirige el sello independiente Bichito Editores. Ganador de la Convocatoria a Publicaciones 2019-2020, Casa de la Cultura, Cuenca. Ganador del Fomento para las Artes y la Cultura del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador 2018-2019. Ganador de la convocatoria 2018, narrativa, Alianza Francesa y La Souris Qui Raconte, Ecuador/Francia. Dos menciones de honor en el premio Ileana Espinel, Guayaquil, poesía, 2016-2017. Ha publicado: Ouróboros: el reloj del viento, relato, 2019; El tornillo perdido, cuento, 2019; Historia de las ideas, relato, 2019; La tristeza del pájaro azul, edición bilingüe español/francés, cuento, 2018; “El devenir dios en la poesía de César Dávila Andrade”, en Distante presencia del olvido, ensayo, 2018; y el disco Tarea poética: fonografías de César Dávila Andrade, 2016. Ha sido traducido al portugués y al francés. Además, forma parte de varias antologías, revistas y cortometrajes.
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El hombre mira el retrato de su niño futuro
Si quitara el nombre ‘casa’ a una casa,
esta ya no funcionaría como una.
Su significado sería otro
y al instante cada recuerdo desaparecería.
Inútilmente busco a mi madre entre estas paredes
que fueron alguna vez una casa.
Recorro en vano las habitaciones
identificándome con las piedras y el polvo
pero no es mi madre
la mujer que sujeto entre los dedos.
Somos otros,
alguien, en algún lugar,
nos ha quitado el nombre
(debo encontrar
la palabra
con la que ahora se nos nombra).
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La sonrisa de un hombre en un anuncio militar que convoca a la desaparición de todos los paisajes
Un hombre mira la tierra bajo sus zapatos.
Sabe que es tierra de ciudad,
de un parque de niños y madres felices,
que pertenece a un terreno baldío junto a una casa,
a dos calles de la biblioteca.
El hombre recobra el sentido.
El sol lastima como un latigazo en la espalda.
El calor le recuerda la sopa y la mesa casera,
el delantal de mamá y el periódico,
le recuerda una mañana de marzo.
Debe seguir caminando.
Anochece y entre las hojas
silba una bala.
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Lo que está fuera de tiempo
Recordamos solo aquello que nos recuerda,
lo que está fuera de tiempo.
Sobre la mesa de la cocina
las verduras crudas parecen cadáveres
hasta que llegan a las manos de mamá
donde se convierten en alimento y memoria.
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La palabra dice cosas que no comprende
La noche no es un objeto al que podamos nombrar,
tampoco es un lugar para el sueño.
Diremos de ella, únicamente,
lo que ella ha dicho acerca de nosotros.
La noche, decimos, es una taza de café.
La noche, pensamos, no es un árbol florecido.
La palabra es un límite engañoso.
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La sencillez cotidiana de vivir
Es más fácil decir
existo bajo el cielo de mayo
que decir existo en un lugar específico.
No es lo mismo regirse por el lenguaje de los días
que por el idioma de las cosas.
Yo diré: canario, rosa, beso
y en mayo serán un canario, una rosa y un beso.
Pero en una ciudad distinta
tendrán otros significados
y será un lugar
sin canarios sin rosas ni besos.
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El búho juega con su reloj de agua
La tarde sucede entre los pasos mientras escucho el paisaje,
sus sonidos vienen lentos en imágenes amarillas
como una flor deshojada por la quietud.
Conozco cada uno de sus sonidos.
El riachuelo se estrecha entre dos rocas
y pasa lento ignorando que adelante hay una pendiente.
(El agua se pierde en otro paisaje.)
Regreso a casa
donde no hay ríos y los árboles se alzan presurosos.
El árbol, entonces, es una casa.
Un búho marca la hora en su reloj de agua
−del que bebe para no dormir−
y la noche asusta a los niños
desde el otro lado de las hojas.
El búho ha perdido su reloj
y la tarde pausadísima desaparece
con el ulular escondido entre las ramas,
cuando los árboles se abandonan al silencio.
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