Siempre he pensado que escribir es como desnudarse por dentro. De hecho, se enseña mucho más que un simple cuerpo. Se descubre aquella parte que solo uno mismo conoce y que empuja al subconsciente a desenterrar miedos, deseos y vergüenzas. Si además se puede disponer de un buen archivo de recuerdos familiares, las posibilidades son enormes.
Pero para eso hay que ser aficionado a escuchar a nuestros mayores. Yo lo soy, y es algo que recomiendo. Prestándoles un poco de atención, te das cuenta de que aquellas personas que forman parte de nuestro paisaje cotidiano —y a las que pocas veces hacemos caso— son auténticos héroes de sus propias historias, con experiencia sobrada y muchas cosas que contar. Lo hacen despacio y suelen repetir lo mismo muchas veces, pero es porque su mente está cansada y ya tienen sus recuerdos un poco desordenados. Los mundos que nos ofrecen de primera mano, adornados con sentimientos y sensaciones son, por lo general, mejores que algunas buenas películas, con el valor añadido de una sonrisa nostálgica. Y todo a cambio de un poquito de paciencia.
Igual que en Geranios en el balcón utilicé las vivencias de mis abuelos paternos, para Los juguetes de la guerra me inspiré en los recuerdos infantiles de mi madre, alemana de nacimiento, durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial y los primeros de posguerra. Ella era muy pequeña entonces, y todo lo que me contaba era más parecido a un juego dentro de un contexto extraño que a las consecuencias de una guerra sin sentido. Hice el ejercicio de imaginar las mismas circunstancias a través de niños más mayores y mi reacción fue muy distinta. Aún lo fue más cuando las pensé con mente adulta. Y creí que eso había que contarlo.
Entonces empecé a investigar. Hay mucho escrito, dibujado, fotografiado, explicado y filmado sobre este momento histórico. Pero mucho. Pasé días de angustia y lloré más de lo que me hubiera gustado. Fueron una enorme cantidad de horas de lectura y visionado para saber qué era lo que no quería contar. Tenía claro que no quería convertir mi novela en un relato bélico ni concentrarme solamente en horrores y terrores. No quería que juguetes, que es como lo llamamos en familia, fuera una crónica más. Necesitaba que mis personajes tuvieran una posibilidad. Necesitaba darles un poco de esperanza en un mundo lleno de espantos. Por eso me concentré en la evolución de un grupo de niños de muy distintas edades durante ese periodo de tiempo, e imaginé a una madre coraje que pudiera acompañarlos en el camino. Empecé a trabajar sobre su capacidad de adaptación, su desarrollo como personas, sus distintas reacciones hacia mismos estímulos, para mostrar cómo para unos fue un juego, para otros una aventura y para los más mayores una catástrofe que destrozó la única vida que conocían. Todo esto envuelto en un entorno rural con sus correspondientes rencillas ancestrales y los correveidile vecinales de un pueblo pequeño deseoso de novedades, no tan expuesto a batallas y bombardeos, pero sí al miedo y a las presiones de los comisarios de partido.
También tenía ganas de hablar del proceso de reconstrucción desde el punto de vista de los perdedores, de los que tuvieron la inspiración y la valentía para salir adelante en los momentos más difíciles, sufriendo las represalias de los vencedores y cargando con las consecuencias de un conflicto que los había utilizado como fichas en una partida de ajedrez, como a juguetes de la guerra de unos cuantos.
Pero también quería mostrar una realidad intemporal en la que no todo es lo que parece, donde a veces los enemigos están en tu propia casa y los supuestos agresores amparan mucho más de lo imaginable.
Al cóctel quise añadirle una historia de amor que hiciera olvidar a la protagonista los recuerdos de un matrimonio desgraciado.
Incorporando un poco de amistad, cierta amargura y algunos sustos, el resultado es Los juguetes de la guerra, una versión particular de un conflicto que cambió la vida de muchos y que jamás debería haber sucedido.
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Autora: Carolina Pobla. Título: Los juguetes de la guerra. Editorial: Maeva. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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