Rebecca Solnit es editora y colaboradora de la revista Harper, donde escribe regularmente sobre una amplísima variedad de temas que van desde la política hasta el medio ambiente o el arte, y es autora también del muy comentado libro Los hombres me explican cosas (Capitán Swing), un conjunto de ensayos sobre la persistente desigualdad entre hombres y mujeres y la violencia basada en el género, así como de Un paraíso construido en el infierno. Escribe esta vez sobre el arte de perderse tanto física como metafóricamente. “No nos encontramos a nosotros mismos hasta que estamos perdidos”, decía Thoreau en Walden, y ese pensamiento parece que pudo ser un desencadenante en Solnit para adentrarse en este libro. Cuenta en sus primeras páginas que cuando todo iba mal en su vida, sus amigos empezaron a regalarle historias. Una de estas amigas le envió un largo pasaje de Virginia Woolf sobre una madre y esposa, a solas al final del día, que decía “porque ahora era cuando no tenía que pensar en nadie obligatoriamente. Podía ser ella misma, dedicarse a sí misma”, y eso era precisamente lo que Solnit necesitaba: “Pensar; o quizá ni tan siquiera pensar. Estar en silencio, quedarse sola”. Porque existen multitud de formas de perderse, y de casi todas ellas habla esta autora, desde perder cosas que tienen que ver con la desaparición de lo conocido hasta perderse, que, según ella, tiene más que ver con la aparición de lo desconocido. En ambos casos, añade Solnit sabiamente, se produce una pérdida de control. Porque, en este libro, Solnit mezcla con habilidad lo material con lo personal y lo sentimental. Es un libro de poco más de 150 páginas repleto de sabiduría y filosofía. Es un ensayo íntimo que, como ella misma aclara, habla de sus propios mapas, físicos y mentales, porque “perderse no es el arte de olvidar, sino de saber dejar atrás, y cuando todo lo demás ha desaparecido, puedes ser rico en pérdida”.
Un concepto que Solnit maneja con destreza es el de “el azul de la distancia”, que para ella es la distancia que existe entre nosotros y el objeto de deseo. En el siglo XV, cuenta Solnit, los artistas europeos empezaron a pintar ese “azul de la distancia”. En esos tiempos en que el arte de la perspectiva se estaba desarrollando, los pintores usaron el azul de la distancia como una forma más de dar profundidad y volumen a su obra. Los pintores anteriores no habían prestado demasiada atención a lo remoto en sus obras. El azul de la distancia llega con el tiempo, “con el descubrimiento de la melancolía y con la complejidad del terreno que atravesamos”. La autora cierra este capítulo con una frase que resume muy bien lo tratado: “Hay cosas que solo poseemos si están ausentes, hay cosas que no están ausentes si de ellas nos separa la distancia”.
La familia de Solnit es una parte importante en este libro. Cuenta la autora cómo en su familia las cosas tienen tendencia a desaparecer y cómo su abuela apareció en su vida tan repentinamente como debió de desaparecer su madre. Rebecca llega a decir que se hizo historiadora porque no tenía historia y porque le interesaba contar la verdad en una familia donde la verdad era escurridiza.
Solnit consigue atrapar al lector en estos ensayos, aparentemente autobiográficos, porque hace de lo íntimo algo universal. Lo mismo habla de la inmigración, de la naturaleza, de las ciudades, de la idea de Dios, del amor o de literatura. Se pierde a través de Shakespeare o de El Gran Gatsby, para volver a encontrarse.
Sin duda alguna, la palabra «perdido» o el verbo «perderse» tienen muchos matices, y Rebecca Solnit ha resumido no solo los más llamativos, sino también los más creativos, de una manera muy inteligente y entretenida. Este conjunto de ensayos merecen ser leídos, releídos y perderse en ellos. Como bien dice el título, es una magnífica guía sobre el arte de perderse. ¿Y qué mejor manera de empezar a perderse que leyendo?
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Autora: Rebecca Solnit. Traductora: Clara Ministral. Título: Una guía sobre el arte de perderse. Editorial: Capitán Swing. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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