Dimas Prychyslyy (Kirovograd, Ucrania, 1992) es graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado el poemario Mudocinética (Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2010), colaborado en la antología Despropósitos (2014) y en distintas revistas del ámbito cultural y académico. Ha coordinado la antología camp La devoción inflamada (La Malvaloca, 2016) y ha sido galardonado con el Premio València Nova en su categoría de poesía en castellano por Molly House (Hiperión, 2017). Durante el curso 2016-2017 formó parte de la XV promoción en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. Escribe tanto poesía como prosa, que considera distintas caras de la misma moneda para acercarse a temas como la identidad, la marginalidad o el homoerotismo.
Sigue siendo un joven escritor, a tenor de la modalidad del galardón que le acaban de otorgar en Logroño por el libro de relatos Tres en raya (Algaida).
Hemos conversado con él mediante correo electrónico.
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—Con Molly House gana el premio València Nova de poesía en castellano que publicó la editorial Hiperión en 2017, y este año, con el libro de relatos Tres en raya, se lleva el premio Logroño para Jóvenes Escritores. ¿Hasta qué punto los premios son significativos al comienzo de una carrera literaria?
—Está claro que alzarse con un premio literario puede ayudar a que te ubiquen, a que se fijen en ti, es un empujón importante, aunque por otro lado los premios nunca han sido significativos de nada. Un premio no garantiza el talento, aunque el talento puede verse recompensado por un premio. Basta mirar las nóminas de algunos galardones prestigiosos, sobre todo de poesía, para darse cuenta que están llenas de nombres desconocidos, u olvidados, que es peor. Lo difícil en esta profesión es mantenerse en el candelero. Por otra parte la forma más rápida de publicar es ganando un premio. Lo difícil y realmente azaroso es ganarlo.
—¿Qué significa en su vida de creador haber pasado por la Fundación Antonio Gala, que ha dado tantos nombres con obra publicada y un importante respaldo de la crítica, como Alba Carballal, Ben Clark, Cristina Morales, María Zaragoza, Juan Gómez Bárcena, Eduardo de los Santos…?
—Me gusta esto del ustedeo, tan demodé, tan blanco y negro. Pues mire, en primer lugar haberme encontrado con compañeros de fatigas. La Fundación Antonio Gala es como Alcohólicos Anónimos pero a la inversa: reúnen a un grupo de desgraciados con cierto talento que lo que quieren es engancharse, engancharse al incierto mundo de la cultura y no morir de hambre en el intento, y creo que en un noventa por ciento de los casos se consigue. Esa trabazón a la que me refiero, de la que tanto ha hablado Antonio Gala, consiste en una estrecha convivencia con personas que siendo afines te ayudan a crecer desde la diferencia. La primera vez que oí hablar de la FAG fue por boca de Ben Clark, que presentaba con Andrés Catalán un poemario que habían escrito entre los dos, en el Aula Magna del Palacio de Anaya; creo que nunca le he contado esto. La idea de una estancia de un año, con todo cubierto y la única obligación de completar un proyecto literario me pareció algo increíble. Reconozco que me sentí un poco estúpido: yo me había mudado a Salamanca en busca de literaturas varias, que solo encontré en los bares que compartían calle con la casa de Beatriz Galindo, y me veía naufragar en fonéticas históricas —»histéricas», decíamos— y galimatías sintácticos. No fui tan osado como Ben, me arrepiento, y una vez acabada la carrera solicité sin ningún tipo de esperanza la beca. Y me la dieron, siempre he creído que por aportar exotismo al catálogo. Les salió mal la jugada.
La Fundación consiguió borrar un poco esa sensación tan Clarice Lispector, y tan mía, de la soledad de no pertenecer. Tras el paso por el “Convento” sentí que pertenecía a un lugar, a una familia, que tenía casa. Más allá de la proyección que te ofrece, bien lo sabe usted, dado que nos conocimos allí a principios de 2017, la Fundación también me dio amigos de esos que sabes que te van a durar de por vida, como Alba Carballal, María Zaragoza —que además fue tutora nuestra— y Edu de los Santos, y también algo más que amigos… En uno de los relatos de este libro lo cuento. Respecto a Cristina Morales y Gómez Bárcena da cierto vértigo que te metan en el mismo saco. No tengo el placer de conocerlos, pero sí los admiro y me enorgullezco —decir lo contrario sería una idiotez— por compartir el vínculo de Gala y de Córdoba.
—“Los raros”, “Las perdidas”, “Los infelices”, podrían ser títulos de novelas suyas —aunque también podrían ser homenajes a Rafael Azcona—, pero son los tres bloques en los que ha organizado su libro.
—Rarezas me sobran, no seré yo quien lo niegue. También me he considerado una perdida —muy perdida y mucho perdida—, y un infelice, a lo Segismundo, y a lo posmoderno. Una de las ventajas de escribir es poder desdoblarte, poder poseer otros cuerpos y otras identidades para, de algún modo, explicarse mejor. La otredad como fuente de conocimiento, y como teatreo, es algo que siempre me ha seducido. Todos los personajes que protagonizan estos relatos son unos incomprendidos, todos se encuentran atrapados. Aunque a veces las circunstancias que viven pueden resultar insignificantes y anecdóticas, lo cierto es que los acorralan. Lo único que les queda es la resignación, el empate.
—He dicho que podrían ser novelas suyas aunque, de momento, ha publicado poesía y relatos. ¿Podemos esperar una novela?, me da la impresión de que no va a dejar ningún género literario por explorar.
—No entiendo muy bien eso de cultivar un solo género. Creo que en el fondo asocio a los que siguen esas prácticas con cierta discapacidad y mucha pereza, y yo intento huir de ambas. La novela ya está escrita, me empeñé en acabarla a los 27, no quería que la vida comenzara a ir en serio con ese proyecto a medias. Ahora toca corregir y corregir hasta que la deteste y comience a odiar a todos sus personajes. Es algo estúpido, espero que usted me entienda, pero a los 27 uno o la palma o se pone serio.
—Me ha gustado esto de que “los personajes de las historias de Tres en raya entienden que no hay victoria posible, el empate es la única forma de salir airosos”.
—Creo que esto es algo generacional, algo que tiene que ver con nuestra educación pero que nos empeñamos en negar. Creo que nos hemos criado sobre una mentira, en un mundo falseado construido sobre los traumas, los sueños no logrados, de nuestros padres. Si uno decía de pequeño que quería ser astronauta podía llegar a serlo, y si decía que quería ser policía los findes y regentar un anticuario el resto de la semana no había más que hablar: «seguro que lo consigues, hijo», nos decían. Luego descubrimos, y usted perdone, que una mierda íbamos a ser lo que nos propusiéramos. Hay dos males que atribulan mi generación: el inconformismo y la incapacidad de resignación. Esto es lo que he intentado abordar en este libro, he intentado dibujar el fracaso como parte del día a día, he intentado reconciliarme con esa idea de “no llegar”. No pasa nada por haber acabado una carrera, dos másters y estar haciendo la tesis mientras doblas camisas en Zara. Eso es lo que entiendo como un empate: el punto de choque de dos estados desfavorables. Nadie está plenamente satisfecho, pero se va tirando; ninguno está por encima del otro, hay una tibia equidad, un equilibrio. Esa es la única victoria posible.
—“El juego de hacer versos / —que no es un juego— es algo / parecido en principio / al placer solitario”, escribió Jaime Gil de Biedma. ¿Alguna similitud con usted?
—Si le soy sincero, todas. Es un tema este sobre el que vengo reflexionando hace tiempo. En una entrevista, si no recuerdo mal de Maruja Torres, Gil de Biedma decía que escribir un poema era como hacer el amor postergando una y otra vez el momento de correrse. Sabrá usted que eso en otros contextos se conoce como edging. No sé si es plagio o no, pero yo llevo algunos años predicando el edging literario. El encabalgamiento de Jaime acaso disimule la rima, pero esta actividad de la que le hablo también entiende de soledades y de onanismos. De hecho, es de lo que más y mejor entiende. Toda escritura es solitaria, y precisamente por ello muy frustrante. He podido conocer a algunos amigos escritores, con prometedoras carreras, que se han visto superados por esa esterilidad de la escritura, no han sabido ver el placer en ella, precisamente el placer de “no llegar”, y han salido corriendo al mínimo guiño procedente de otros campos más fructíferos que los literarios. Hay que tener mucha disciplina, y saber conformarse, repito. Tengo la esperanza de que los acontecimientos de los últimos meses nos hayan enseñado a estar solos, a apreciar el silencio —y la compañía—, a aceptar las incertidumbres, el no saber qué va a pasar, ver la vida como una obra cuyo único fin sea el argumento.
—¿La única libertad que conoce está en la escritura?
—Yo diría que la libertad está en el dinero. Puede reírse, yo también sé que la escritura, salvo inexplicables excepciones, es un mal camino para conseguirlo. Le seré políticamente incorrecto respecto a la libertad: me viene a la mente eso de “Libertad no conozco / sino la libertad de estar preso en alguien”. Eso también es un tipo de libertad, por fortuna extraliteraria y muy cómoda si se elige bien al carcelero y uno se queda con las llaves. Sin embargo si uno está en mis circunstancias, con carcelero pluriempleado y tiritante cuenta bancaria, la escritura libera, o por lo menos te engatusa para sentirte libre.
—Prychyslyy es graduado en filología hispánica y máster en escritura creativa. Un apellido complicado para una educación tan española.
—Es cuestión de acostumbrarse, yo aún estoy en ello. Lo que es complicado para una educación hispánica son las cuatro i griegas y en concreto las dos finales. Son como cuatro espadas de Damocles recordándote de dónde vienes. La dictadura de pertenecer.
—¿Cómo es posible que un escritor al que se le reconocen tantos méritos y vive aquí desde niño, con las obligaciones que eso supone, por ejemplo, la de cumplir con Hacienda, no pueda acceder, como uno más, a los derechos, siendo el más flagrante el de votar? ¿Aprovechamos esta ocasión para solicitar a quien corresponda que le nacionalicen ya en este país, que es tan suyo como mío?
—Sé que es extraño, pero le confieso que nunca he votado. Eso no significa que no haya podido votar: habría podido en mi país, en ese país que figura en mi pasaporte y en el que he nacido y con el que no tengo más vínculo que la casualidad. Votar en un país cuyo idioma no domino sería como si usted votara en Burkina Faso, además con los mismos resultados. Pedir algo sería cantar eso de “Dame limosnas de amores, Dolores, / dámelas por cariá”, cumplir con Hacienda evita pedir a largo plazo una peseta a cada español. No estoy muy puesto en el tema, pero tengo entendido que otros países te ofrecen la ciudadanía como un derecho al que puedes optar y no como un favor que pides. Aquí hay que solicitarla, proceso costosísimo y disuasorio, como el del carné de conducir. En el fondo le confieso que me gustaría no pertenecer a ningún sitio, tener una especie de francobollo de libre circulación que te absolviese de las fronteras burocráticas y del “vuelva usted mañana”. Cuando uno no es de ninguna parte puede elegir ser de donde le salga de los… ¿Me entiende?
—¿Qué hace un poeta como usted en un mundo como este?
—Pues, en primer lugar, esperar que me entrevistara; ya me puedo ir más tranquilo. Para continuar, todo lo que hago se debe a una especie de morbo, de voyeurismo social, me interesa saber qué puede pasar y cómo, quién caerá antes, quién me sorprenderá más, con quién me llevaré las manos a la cabeza o las rodillas a las sienes, quién me meterá la mayor puñalada. Es como leer un libro a sabiendas de que es malo, pero sin poder dejarlo. ¿He cumplido? ¿He satisfecho sus expectativas, las de sus lectores? Bien. Ahora le diré la verdad. No me gusta que me llamen poeta, tiene un aire como cursi y como de otra época, innecesario. Cuando no escribo bebo, que es la mayor parte del tiempo, y el resto lo invierto en leer y en poner en orden mis remordimientos. Netflix, HBO, envío currículums, mis sesiones en escritores.org superan con creces las de Chaturbate, tengo conversaciones superfluas en Facebook, y en el Grindr a escondidas. Más allá de eso no sé qué se puede hacer en un mundo como este. Ilumíneme. ¿Usted qué hace?
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Autor: Dimas Prychyslyy. Título: Tres en raya. Editorial: Algaida. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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