¿Esa sensación de no estar en tu cuerpo, la tienes? Ocurre de manera muy similar para muchas personas: de pronto la respiración se convierte en un esfuerzo, pese a estar en calma; la cabeza piensa como en una nebulosa parecida al mareo: casi puedes observarte desde fuera. Te ves, ahí, sentado en el ordenador, escribiendo algunas líneas que no sabes muy bien en qué acabarán. O en la calle, de su mano, mientras París o Madrid o un bosque crecen alrededor sin que apenas puedas ser consciente. Existes como un nuevo Sísifo, solo que la piedra y la montaña se llaman inspiración y espiración, y no se trata de mitología, sino de la vida.
Es necesario para seguir leyendo este texto y penetrar en otra persona. Una mujer que escribe también desde fuera su cuerpo, que analiza lo que ocurre en órganos, sangre, huesos… y lo convierte en poemas que son vientre, maternidad, sangre, dolencia, herida, muerte.
Nacer
ese verbo luminoso que consiste enengancharse y desgarrarse
de pececillos al útero
como anclasEl tajo necesario el terciopelo del moho unas
cuantas ramas en los pulmones
Cómo se ahuecó mi pecho
la primera vez que oí decirlo,Madre.
¿Eres consciente de ti ahora? Sí. Ya notas el latido, ese insignificante pulso muscular que lo genera todo. Acaricias tu antebrazo y te sorprendes de la perfección del sentido del tacto: eres perfectamente capaz de distinguir el fino vello, casi transparente a los ojos, e incluso percibes el relieve de la quemadura de tinta negra que forma tu primer tatuaje. Estar en ti es eso: sentirte, ser capaz de percibir —entender no es necesario— cómo funciona el movimiento, qué posibilita la vida, por qué surge la memoria, lo sensible.
Yasmín C. Moreno guarda en sus puños todo este misterio que rodea al cuerpo y a la existencia. Poeta nacida en Madrid en 1993, en sus dos últimos libros, Trema y Saudade, editados ambos en Amargord, escribe un largo poema lleno de extremidades que acaban en un mismo centro: el yo biológico. “Me muevo en un lugar incómodo en el que surge la deconstrucción y que está plagado de preguntas que van cambiando dependiendo del momento”, explica la autora desde la capital de Francia. La pregunta era algo así: ¿Por qué abordas esos temas en tu escritura?. Y dice más: “En un momento dado me obsesionó el tema de la enfermedad”.
Esta es mi sangre
Graduada en Psicología, el estudio de las dolencias mentales la lleva, asume, a “sentir afinidad por ese tema, por estados del cuerpo disidentes, fuera de la norma”. Y en ese lugar incómodo escribe libros que son como un suspiro suspendido en el espacio, una especie de firmamento en el que sus composiciones forman las constelaciones de un cielo único: los padecimientos del ser, aquello que le duele.
Como un enfermo terminal que resiste
la cuerda tensa que le ata a la vida
así agradecía yo el milagro de nuestro encuentro.Todo comenzó
y terminó
con unas décimas de fiebre y una frente
La primera palabra que oí de ella fue: hoguera, y la última: hogueraManos agitando su abstinencia
en ese colgar en la clavícula
los corales de la despedida
Pese al asunto central, sus trabajos son un pecho en el que aovillarse. No hay víscera que asquee; no huele a muerte, sino a almizcle; los tajos en la piel no sangran, supuran recuerdos, memoria, árbol genealógico. Por eso el lector cae atrapado en la lectura, y abandona su ser y, de nuevo, se observa desde lejos, en un sutil plano picado, mientras por sus manos, ante sus ojos, pasan versos que despiden un calor como de interior de pajarillo herido. El vuelo de una mariposa hacia la boca de un volcán en erupción.
“Yasmín C. Moreno escribe una poesía que todavía no existe, que invoca un lugar aún por inventar, y por habitar. Un lugar que permanece a la espera. Se anticipa así de un modo delicado a todo aquello que va a crecer”. Estas palabras con las que la poeta Tulia Guisado retrata la obra de Yasmín son un Evangelio para comprender la creación poética de esta autora que “invoca al cuerpo del amor y la carne para encontrar, tal vez, el cuerpo que le pertenece”.
Tu ombligo es la primera herida
La palabra umbilical está presente en la obra de Yasmín C. Moreno. Es como una metáfora de sus propias metáforas. La escritora se conecta con el poema, que irriga y alimenta con sus experiencias en el acto de la escritura.
En su vientre se construyen las imágenes que atrapa al vuelo del mundo y que gesta en su interior, muy lentamente, hasta convertirlas en palabras. Breves, suaves, con ese aroma a recién nacido que no puede abrir los ojos, los apéndices del largo poema que escribe Yasmín se disponen en las páginas de sus libros que trenza “con las manos ensangrentadas”.
El obligo es la primera herida, “la cicatriz primera del alma”, y a ella le siguen todas las demás: el cartílago, el vientre, la sangre, el útero, la fiebre… todo son costurones que se imbrican con la vida, ese gran hueco que nos obcecamos por llenar y que, al cabo, es solo una acumulación mesurada de impactos involuntarios e inesperados contra la biografía.
Saudade:
poema – umbilical
árbol cincelado letra a letra
de raíz a copaEl amor es algo que se hace con las manos
Y el poema todo aquello que se riega desde los labios
Como radiografías que no esconden nada, que muestran el tumor. Como la voz quieta del médico intentando ser amable, comprensivo, acogedor, cuando da la noticia. Así son los textos de Saudade, de Trema, así la obra de Yasmín C. Moreno.
“Son poemas breves, muy muy breves”, cuenta la autora: “surgen como una imagen o destello, tienen que ver con un momento de brevedad en el tiempo”. Y a la cabeza acuden palabras como orgasmo, corte, temblor, caída, pestañeo, roce, arañazo, grito, beso. Y también otras, menos corporales, pero tan humanas: polilla, memoria, espera, locura, miedo, raíz, rezo, nudo, cielo.
Yasmín posa sus manos de orfebre en cada palabra. Asume su posición de sacerdotisa de la belleza y trabaja en esos poemas breves, llenos de significado, pero que tienen por centro la sonoridad: “La belleza de cada palabra, el detalle”. Páginas que son la traducción de exquisitas pinturas de anatomía y costumbre.
Imagino a una mujer paseando por Montmartre
Una tarde azul. Otro verano. La poeta, con su cuerpo pequeño de milagro, pasea por las calles de París. Vive en la ciudad. Ama ese lugar, en el que lee a escritoras como Pizarnik, Plath, Sexton, Sharon Olds, María Mercè Marçal. Tal vez sobre el césped de algún parque, caminando despacio por alguno de los puentes que cruzan el Sena…
Conecta con la matriz de todos esos escritos anteriores y paralelos, de los que trata de extraer más preguntas para no responder jamás a sus interrogantes propios: ¿Qué es la mujer? ¿Por qué mi cuerpo? ¿Es cáncer o ansiedad, locura o amor? ¿Qué me eriza la piel? ¿Para qué lo escribo? ¿Para quién lo escribo? ¿De qué sirve leer mientras estás muriendo? ¿Cómo curar la herida con un papel impreso? ¿Acaso la herida ha de curar? ¿Así ha de ser la vida?
Y así, escribe a ratos, como a intervalos de luz que se cuelan por las rendijas de lo oscuro. Y publica libros hermosos, llenos del almíbar de alguna fruta amarga relacionada con lo humano. Una granada, un higo dulce y rebosante, un melocotón flotando en vino.
La melena enmarañada sobre la cara, fuera de sí misma y a la vez tan dentro del cuerpo, del suyo y del de otros, de un cuerpo universal y enfermo que se aprieta el estómago hasta sentir el temblor, la nostalgia ajena, todo lo que somos.
La herida antecede a la sangre
como la sangre antecede a la espuma
como la espuma antecede al sexo
como el sexo antecede a
la espina
como la espina antecede al trema
como el trema antecede a la locura.
Y la locura.
La locura antecede a la herida.
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