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El detective precario

La crisis financiera de 2008 regó un número amplio de novelas españolas recientes con muchas penurias sociales en las cuales era una figura frecuente el precario, ese trabajador con derechos mermados, sin ninguna seguridad en el empleo y con un futuro negro como el betún. Se trataba de un personaje complementario de los otros males causados por el insaciable capitalismo: desahucios, estafas bancarias e inmobiliarias, trapicheos de las grandes corporaciones industriales… Pero el tipo tiene tanta entidad por sí mismo que algunas obras lo han situado en el centro de la trama argumental y le han dedicado, diríamos que monográficamente, la ficción. Así ocurre en la sorprendente opera prima de Raquel Taranilla, Noche y océano (Editorial Seix Barral), último Premio Biblioteca Breve. Taranilla pone, por medio de su neurótica protagonista, la diana de su crítica en algo que conoce de primera mano, el profesorado universitario: la inestabilidad en el empleo, la retribución insuficiente, la arbitrariedad de los jefes departamentales. Un sinvivir profesional, laboral, académico y vital. Otro autor también de una primera novela, Eduard Palomares, elige como figura principal de su historia, No cerramos en agosto, a un precario, a un alevín de detective privado.

El detective de marras es un joven, Jordi Viassolo, que usa el metafórico alias de Solo, a quien la agencia Private Eye contrata para que no haga nada, salvo crear una fraudulenta página de internet. Su labor será mantener abierta la empresa el mes de agosto y con la tajante orden de no aceptar encargo alguno si la ocasión de presentara. Y se presenta. En las glamurosas oficinas aparece un afligido esposo, Óscar Giralt, cuya mujer, Sara, se ha marchado de casa dejándole un escrito de sospechosa autenticidad. Solo ve una posibilidad de iniciarse en su carrera de sabueso y, desoyendo las instrucciones de la autoritaria Marina del Duque, dueña de Private Eye, decide aceptar el encargo de localizar a la desaparecida, o tal vez fugada o raptada. Para ello conseguirá el apoyo del otro detective de guardia, el veterano Recasens. La incógnita de Sara encierra, en efecto, una compleja red de complicidades, el asunto se complica, hay un asesinato y al fondo de la historia aparecen oscuras operaciones bancarias y tenebrosas tramas orientales vinculadas con la especulación inmobiliaria. La anécdota dura varios meses. El novato Solo ha hecho un auténtico aprendizaje de maduración personal y profesional bajo el magisterio de Recasens y el asunto se resuelve. Al fin, Solo quedará en expectativa ilusoria de un contrato fijo y de poder cumplir un proyecto vital satisfactorio cuando ha alcanzado una edad, los veinticinco años, propicia para ello.

"Como novela criminal, la trama de No cerramos en agosto tiene las dosis necesarias de intriga, de rebuscamiento anecdótico y de habilidad para plantear situaciones embrolladas"

Eduard Palomares, revela una natural interiorización de las reglas formales del género noir en el que inserta, con toda deliberación y no poco de homenaje, su novela. Además, periodista de profesión, muestra buena capacidad de observación de la realidad. La confluencia de ambos factores produce un relato muy conseguido.

Como novela criminal, la trama de No cerramos en agosto tiene las dosis necesarias de intriga, de rebuscamiento anecdótico y de habilidad para plantear situaciones embrolladas seguidas de coherentes e ingeniosas resoluciones. También se da muy buena mano para meter esa materia delictiva en el ambiente de la privacidad del protagonista, a lo cual contribuye decisivamente que sea el propio Solo quien narre de forma directa, coloquial y con calculada sencillez. El grupo de amiguetes —ampliación del problemático precariado— con quienes tomas copas y comparte confidencias le proporciona a la narración humanidad y cercanía. Lo mismo ocurre con la relación del protagonista con su entrenadora de gimnasia a modo de subtrama sentimental. Y todo ello lo refuerza un detalle verista, pero que funciona bien en el sentido que señalo: el que a esa edad en que Solo tendría que haberse independizado, viva todavía en el domicilio familiar. Igualmente funciona bien en esta dimensión de veracidad ambiental la notable creación de Recasens. Sin tratarse de un invento novedoso —cientos de novelas utilizan el doble investigador, secuela de la invención de Sherlock Holmes y Watson—, el veterano funciona como gruñón y paternal maestro, el que abre los ojos a Solo a las siempre engañosas apariencias del mundo.

"Eduard Palomares ha escrito una novela entretenida, sencilla y reflejo tan creativo como agudo de una época. Maneja el humor con el buen instinto de cómo lo leve ameniza lo duro"

Los detalles de la situación social apuntalan su alcance testimonial. Las condiciones del trabajo como becario de Solo apuntan a un estado general muy cierto: su “generoso” contrato con Private Eye supone un suelto de doscientos cincuenta euros al mes y sin alta en la Seguridad Social. Otras señales amplían el documento de época. De este modo, la peripecia del detective se convierte en ocasión de un testimonio colectivo. Pero no es aquélla pretexto para esto, sino una atinada aleación de ambas vertientes, la criminal y la socio-económica con trasfondo de denuncia.

Eduard Palomares ha escrito una novela entretenida, sencilla y reflejo tan creativo como agudo de una época. Maneja el humor con el buen instinto de cómo lo leve ameniza lo duro. Escribe con la prosa pertinente al objetivo que busca. Y demuestra a lo largo del relato tener habilidades y oficio propios de un buen fabulador. No es temerario ver en esta primera novela el nacimiento de un narrador de mucho porvenir.

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Autor: Eduard Palomares. Título: No cerramos en agosto. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todostuslibros y Amazon

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