El encanto y el éxito de David Sedaris (Nueva York, 1956) en muchos de los países donde ha aparecido publicada su obra dice mucho del mundo que lo ha visto emerger y resulta igualmente elocuente a propósito del estado de cosas en el que andamos inmersos. Son muchos los humoristas que se han percatado del debilitamiento y mengua de su espacio de trabajo. Con ello quiero decir que existe la impresión de que hoy cuesta mucho más hablar de lo que siempre se habló sin tantos tapujos, sin los miramientos que en la actualidad tiene el colectivo de creadores que trabajan con la materia prima del humor en cualquiera de sus manifestaciones, por no hablar del común de los mortales. Porque de humor va la cosa, de esa sustancia tan permeable a la ofensa, y al tiempo tan necesaria para la buena salud mental de la humanidad. Hoy se ha afinado tanto la piel de nuestros conciudadanos que muchos artistas deben medir casi con pie de rey el objeto de sus bromas y con metro atómico si se trata de sujetos en particular. El colectivo vive en la autocensura perpetua, tanto que a menudo se olvida de uno de los propósitos sustanciales de su empeño: mostrar en azogue distorsionado o límpido los irrisorios comportamientos de nuestros semejantes, para sonrojo de todos, y para quitarnos la vanidosa trascendencia a la que a veces nos sentimos abocados. En otros tiempos, el bufón —siempre tan necesario— no corría los peligros que vive hoy, envuelto en la trama de tantas susceptibilidades y lamentablemente diana de tantos grupúsculos que se amparan en la comunidad o el anonimato para flagelar a quien sólo aspira a mostrar nuestras bajezas, debilidades, incongruencias o ridiculeces en las que solemos caer por nuestros afanes o, simplemente, por nuestros hábitos y mecanicidades inconscientes. Es ahí donde prospera la prosa desacomplejada y fresca de David Sedaris.
Tras unos cuantos volúmenes autobiográficos contando sus andanzas familiares y personales desde su pequeña atalaya (se trata de un hombre de escasa estatura), Sedaris se ha convertido en “el rey indiscutible de la literatura humorística” según el diario británico The Guardian. Sí, sabemos que ya no está Mark Twain entre nosotros, pero parece exagerado afirmar con tanta contundencia ese juicio cuando por aquí han prosperado Alfredo Bryce Echenique, Jaime Bayly o el Gran Wyoming, por poner casos de prosa hilarante. También es verdad que esto del humor va por latitudes y que no todos compartimos la dicha de verle la gracia a los tortugas acomplejadas ni compartimos nuestras vidas con un erizo llamado Galveston o dos ranas que responden (es un decir) al nombre de Lane y Courtney, respectivamente, como hace Sedaris, quien ahora vive en el condado de West Sussex (Inglaterra) junto a su pareja desde hace treinta años, el pintor Hugh Hamrick. Resulta pertinente hablar de la condición homosexual de Sedaris, puesto que el escritor hace de ello bandera y la ha convertido en marca de la casa, junto con al resto de sus idiosincrasias, esas que van desde su atiplada voz a una irredenta tendencia a la escatología que para sí quisieran Los Morancos en un especial de Nochebuena o Berto Romero en una sobremesa tras una comida familiar.
Pero si Sedaris es Sedaris es por su poderosa capacidad para reproducir conversaciones, tonos y pequeños dramas cotidianos (como cuando su hermana Tiffany, que acabó suicidándose por otros motivos, le dijo a una amiga que tener una pequeña cicatriz en la cara no era para tanto, a lo que su amiga le respondió que “te lo parecería si fueras guapa”) y crueldades varias mezcladas con melancolía por una vida en familia que ya no se dará (eran seis hermanos) y por un tiempo que ya no volverá. Lo bueno es que desde la madurez en la que vive instalado, jubilado y siempre sensible a cualquier cambio emocional en su entorno, Sedaris disfruta con lo conseguido, ya sea la habitación para invitados que siempre deseó o los sesenta mil pasos diarios conseguidos con su pulsera Fitbit, a pesar de tener pies planos. Así que nuestro pequeño y valeroso Sedaris se va a la playa en la costa atlántica que lo viera nacer, junto al resto de su familia, a desconectar de todo. Aunque todos sabemos que eso es imposible. Calypso cuenta esa imposibilidad con toda la gracia y ternura a la que nos tiene acostumbrados, y esa mala leche que da sentirse tan liberado como desacomplejado para soltar lo que le venga en gana. Es una de las pocas ganancias de la edad tardía. Y es entonces cuando Calypso resulta insuperable.
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Autor: David Sedaris. Título: Calypso. Editorial: Blackie Books. Venta: Todostuslibros y Amazon
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