Querer traer una trilogía al mundo antes de haber iniciado siquiera alguna de sus obras es como preguntarle por la mañana el nombre a aquella chica que tanto te atrajo, y ya por la tarde, pedirle día y hora al cura, y a solas. Podría adaptar aún más esta explicación a las actuales circunstancias: vienes de un paro larguísimo, con serias dificultades encuentras trabajo, cobras tu primer sueldo con el del banco más sorprendido que tú, cuando el ingreso tampoco es que fuera de futbolista profesional, y tras esa nómina muy mejorable te acercas a la sucursal a requerirle al sorprendido por una hipoteca a cuarenta años cuando tienes treinta y nueve y trece euros en los bolsillos. Pero sí, yo soy así, como decía aquella protagonista colombiana de una serie televisiva en donde siempre fue fea salvo en su finalización, donde se transformó en modelo cotizada, un sueño tan plomífero como atípico, que sembró de dudas a tantas bellezas y de güijas a tantas atroces.
Basándonos en las metáforas mejorables que les acabo de narrar, previo consumo de tres copas de vinos lisboetas, podríamos asegurar que mientras el otro 66% de la trilogía no llegue a gestarse solamente tendremos que tener en cuenta a Poeta en Pekín, un poemario que comenzó a elaborarse, hace ya un lustro, como homenaje definitivo a mi algo más de una década en Asia, cuando Pekín fue la casilla de salida en 2007 además de tantos meses intercalados hasta 2017.
En esa misma época yo vivía en las antípodas de la Organización Mundial de la Salud. Aparte de haber decidido que el látex no sólo era pecado, y que incluso podría ser arriesgado para ciertas pieles cuasi vírgenes, por culpa de que yo jamás fui circundado, también llegué a la conclusión de que si yo quería pasar a la historia de la poesía sólo me quedaba embadurnarme de ella en tres lugares tan inhóspitos como mortales. Las tres patas de una silla novedosa fueron las siguientes: Pekín (polución), Fukushima (nuclear) y Kabul (muerte). Vive hoy García Lorca y se casa conmigo.
Como se indica en la solapa del libro, uno comienza a estar cansado de poemarios sobre París y Venecia con sus ramilletes de flores e inabarcables amores, como de tantos poetas esforzándose en contarnos, una y otra vez, los cientos de nubes que se desplazan ante nuestras atónitas miradas, así como desamores imperan prácticamente en cada casa de cada barrio. Por lo que en Poeta en Pekín van a encontrar, aparte de algunos flechazos ficticios, de esos que se inventan sobre la marcha y se evaporan cuando te bajas en tu estación de metro, algo así como: asfalto a raudales, dendrofilia, taxistas, chopos, camareros, plazas interminables, policías erectos, antiguas matanzas nunca esclarecidas, nuevas tecnologías, tráfico, cielos negros, lluvias ácidas, lluvias doradas, novias de amigos y abortos inesperados.
Yo soñé con una trilogía basada en todo lo contrario a la poesía que uno espera. Luché a brazo partido por viajar a Kabúl a escribir sobre la muerte. Me busqué un contacto, luego pedí trabajo en un hotel, pero nada. Era casi imposible. La embajada de España allí, que meses antes sufrió un gravísimo atentado, me envió un correo conciso y escueto: “Por nada del mundo venga a Kabul sin trabajo ni casa. Nadie podrá velar por su seguridad”. Luego tramé ir a recoger basura nuclear a Fukushima. Contacté con los gobiernos locales y las empresas que allí gestionan las estaciones nucleares. Hasta me inventé un currículum donde se indicaba que yo había trabajado en Garoña. Los nipones, que bastante tienen con sus conciudadanos, directamente ni contestaron. La trilogía comenzaba a transformarse en un estúpido sueño sin pies ni cabeza. Por lo que a sabiendas de que en Pekín aún me dejaban entrar y salir y muchos de sus rincones me hacían levitar, tomé lápiz y papel y comencé a recorrer todos esos escondrijos que también, aunque de otra manera, eran poesía. Con el poema Nieva cáncer; los niños juegan, supe que todo había tenido sentido.
Y para que todo fuera aún más dificultoso aquí me ven, en medio de un océano, en la isla caboverdiana de Sal, tratando de promocionar Poeta en Pekín con lo que a mí me gustan las librerías, las entrevistas y los festivales, escribiendo desde una inmensa duna cercada por aguas de color turquesa. Los hoteles cerrados, la única carretera vacía y los atunes reproduciéndose ante la falta de turistas justificarían algún poemario basado en cómo tuvo que sentirse Robinson Crusoe en su isla desierta.
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Autor: Joaquín Campos. Título: Poeta en Pekín. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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