Como la realidad es a menudo una cosa profusa y compleja, poblada de huecos inexplorados y de asuntos por resolver, la literatura más fácil de afrontar es la que se programa a sí misma en una suerte de línea paralela a lo real. La ficción sistematizada resulta más susceptible al análisis, y quizá por eso la obra de Violeta Niebla (Málaga, 1981) resulte misteriosa de una manera tan sorprendentemente pedestre: su agitación procede de lo poético pero también de su propio entorno, de las cosas que toca y ve y recuerda. De esta manera, ambas cuestiones se diluyen y la poesía se encuentra atravesada por el flujo inestable de las cosas que cambian, de las cosas que pertenecen a un contexto sociocultural siempre mudable.
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—Tu primer libro fue editado por Kriller 71, un sello cuyo catálogo se fundamenta en el rescate de obras latinoamericanas o de poesía anglosajona sin traducir y cuya vocación no es, en principio, lanzar obras de autores españoles noveles, como era tu caso. También es una editorial desgajada del sistema de premios. Como debut, dados los parámetros de la poesía joven española actual, el tuyo fue ciertamente particular.
—Desde mi punto de vista, estrenarme de aquella manera fue también un premio. Sucedió de casualidad: conocí a Nerea Madariaga, dueña de la librería Auzolan, durante unas vacaciones en Pamplona. Por aquel entonces yo leía poemas irregularmente en algunos bares de Málaga, y decidí llevarme al viaje algunos de ellos impresos en folios blancos, dentro de una carpeta plastificada. Ella se interesó por mi trabajo y me preguntó si podía conservarlo para, si se daba la ocasión, enseñárselo a algunos editores que solían visitar la librería. Poco después, Aníbal Cristobo —editor de Kriller 71— contactó conmigo por Facebook para comunicarme que estaba dispuesto a empezar a trabajar conmigo en el poemario cuando yo quisiera. Menos de un año más tarde, el libro estaba en la calle. Es cierto que contiene poemas que escribí hace mucho tiempo, pero a día de hoy sigo sintiendo un cariño muy especial por No serás mi baby, no reniego en absoluto de ese libro.
—Poco después de lanzar No serás mi baby, comentabas en una entrevista que preparabas otro libro titulado Los enemigos, centrado en una serie de problemáticas de carácter generacional. No sé si Compro oro recoge el trabajo de aquel libro o sus líneas de pensamiento; sé que trabajas despacio, sedimentando ideas durante años hasta que acaban por fructificar en un libro.
—No, Los enemigos sigue ahí, pero lo conservo inacabado. En él trabajaba una serie de asuntos vinculados con la amistad, poniendo el acento sobre la hipocresía con la que me he topado a lo largo de mi trayectoria en el mundo del arte. Por lo demás tienes razón: trabajo de manera dilatada, si viniese una editorial y me dijese que necesita un libro terminado para dentro de dos meses… me temo que no lo tendría. No, seguro que no lo tendría.
—Compro oro se construye sobre la triangulación entre la infancia —es decir, la herencia—, la familia y el dinero, enfocando esta triple relación desde un punto de vista de clase —en tanto el dinero actúa no como elemento posibilitador, sino limitante—. Subrayas la manera en que tus abuelos se relacionaban con el dinero, representada por esa manera de entender la Primitiva —el azar— como única vía para el ascenso social.
—Tenía muchas ganas de escribir sobre esto porque es frecuente toparse con una suerte de silencio pactado alrededor del dinero, al menos dentro de los círculos en los que me muevo y en las entrevistas que voy leyendo. Me da la sensación de que se asume que el romanticismo inherente a la poesía desplaza este tipo de cuestiones que, por otra parte, he sentido muy cerca de mí a lo largo de toda mi vida. El dinero siempre ha estado ahí, flotando como una problemática explícita, y es por eso que escribo que ha llegado la hora de manchar la poesía con dinero. Al final, el engaño se produce en ambas direcciones, hacia fuera y hacia dentro, porque los mismos poetas se dan tortazos por conseguir los premios, ¡y no lo hacen solo por el reconocimiento! El dinero también es un factor importante.
—Es cierto que los premios, en tanto mecanismos marcados por la industria editorial, legitiman de forma velada quién es quién en la poesía española contemporánea. Como tú dices, puede que la poesía se esté vinculando a motivos más abstractos, o encerrándose sobre sí misma, perdiendo el contacto con un sentido específico de realidad y de clase que también es inmanente al trabajo del poeta —en tanto la suya no es una labor estrictamente creativa, sino un oficio lleno de padecimientos y precariedades—.
—Hace mucho tiempo que dejé de presentarme a concursos porque, a día de hoy, prefiero echar la Primitiva de verdad. Cuando piden Compro oro a la editorial o alguien lo compra conmigo delante, yo lo entrego como un boleto ganador de la Primitiva, porque eso es lo que es para mí. Me gusta que el libro haya salido a la luz en una editorial independiente y que no sea carne de concurso o competición. Personalmente, siempre he tratado de alejarme de esa forma de entender la edición. Supongo que creo más en la lotería representada por la Primitiva que echaba mi abuelo que en la de los premios literarios.
—Esta precariedad a la hora de afrontar el proceso de escritura puede intervenir, más allá de los parámetros que tú misma impongas a tu manera de trabajar, en tus dificultades para sistematizar la creación. Al fin y al cabo, un contexto económico aliviado es el que te proporciona la posibilidad de ser sistemático y dedicarte profesionalmente a la escritura, a planificarla. Es complicado hacerlo cuando, como en tu caso, tiene que compaginarse con una serie de trabajos en la periferia de lo literario para garantizar una subsistencia.
—Para mí, como autónoma que hasta hace poco ha desempeñado trabajos de copy para diferentes empresas, siempre ha sido imposible marcarse un horario dedicado exclusivamente a la escritura. Está claro que yo tampoco me voy a levantar a las cuatro de la madrugada como Amélie Nothomb porque, en primer lugar, no sería capaz de hacerlo; pero diría que en líneas generales estoy muy lejos de esa concepción de la escritura como una actividad regular o profesionalizada. Paso semanas y semanas sin escribir. Sin embargo, también suelo pensar que, en la medida en que todo el tiempo me suceden cosas, la escritura se va conformando. Tomo muchas notas en el móvil y, a lo mejor un par de tardes cada dos meses, me siento y lo vuelco todo. A partir de ese material construyo más adelante.
—Tu pensamiento estructural también está invadido por esta forma de pensar la poesía. Es cierto que No serás mi baby era un libro casi aforístico, de imágenes acumuladas y estructuradas en dos partes muy claras, pero en Compro oro esta suerte de escritura intermitente se desplaza de forma bastante clara a la superficie del libro. Todos sus bloques juegan al contragolpe, haciendo que los títulos se vinculen al texto apenas por un pequeño hilo temático. Su estructura es realmente difusa: las cosas llegan y tú las nombras; tu manera de titular y de colocar andamios al libro está estrechamente relacionada con la improvisación, con el flujo constante del pensamiento, con la sorpresa.
—Trabajo con las palabras de maneras muy diferentes en cada poema, precisamente porque no los concibo como un conjunto desde un primer momento. Buena parte de los títulos son apuntes que acumulo en las notas de mi teléfono móvil y a partir de los cuales improviso, a posteriori, el poema en sí. En otros casos, tengo el título por un lado y el poema por otro y decido unirlos porque intuyo un nexo entre ambos, pero no es más que eso: una intuición. Otros poemas están escritos de forma previa a sus respectivos títulos, que después coloco como prolongaciones, como formas de completar el texto. Esto sucede también en mi trabajo fotográfico: suelo titular las fotografías para completarlas o incluso para salir de ellas, tratando de evitar que el título subraye aquello que la fotografía en sí ya expresa.
—Sobre tu uso del lenguaje: en No serás mi baby llevabas a cabo una serie de juegos léxicos, deformando palabras para construir nuevas unidades significantes, que también están presentes —aunque más sutilmente— en Compro oro. En este último, además, creo que dotas a los poemas de un sentido más narrativo, referenciando constantemente a espacios y personas concretas; los revistes de un cuerpo más allá de la peripecia lingüística. Aquí está ya presente un trabajo de construcción del poema como superficie y espacio en el que suceden cosas más allá de las imágenes fugaces de tu primer libro.
—Sí… yo diría que en Compro oro estoy más contaminada, pero es que No serás mi baby no fue escrito con la pretensión de convertirse en un libro. Aquellos fueron poemitas escritos durante la veintena que, diez años después y de casualidad, acabaron formando un conjunto. En Compro oro todo está más estudiado; digo esto con cierta pena, dado que en el anterior libro me veo más salvaje, más asilvestrada, y me gusto más en esa tesitura. Sin embargo, en este caso creo que he tratado de acceder a las estructuras habituales del mercado actual. Dentro del caos que es inherente a mi escritura, creo que Compro oro ya tiene forma de libro. Supongo que el hecho de tener ya otro poemario en la calle me proporcionó una mayor seguridad —si había publicado un libro… ¿por qué no iba a poder publicar dos?—. Respecto a lo que mencionas del sentido narrativo del libro, puede ser: al final, leo más narrativa que poesía. La poesía que leo, además, es casi siempre la misma; es raro que llegue un nuevo libro de poesía que me entusiasme, me pasa pocas veces.
—Es posible que lo temático influya a la hora de que este libro esté más domado formalmente. El sentido salvaje y explosivo de No serás mi baby era coherente con la fugacidad de los amores de juventud que contenía; aquí, sin embargo, te exiges el esfuerzo de construir un universo específico, tu universo familiar. Esta propuesta temática quizá demandaba más calma, cariño y serenidad. El respeto hacia las formas de vida de tus abuelos y su relación con el dinero —que, para ellos, no dejaba de ser una forma de relacionarse con la familia— construye también al libro desde un prisma formal.
—Durante el proceso de edición, yo le comentaba a Ángelo que Compro oro es, en cierto modo, un libro-cementerio: un espacio al que ir a hablar con mis abuelos. De hecho, la dedicatoria va dirigida a ellos y, si te fijas, el nombre de mi abuela aparece en la parte superior de la página y el de mi abuelo en la parte inferior. Quise colocarlos separados porque ellos se separaron en vida y, al colocarlos juntos, me daba la sensación de estar conteniéndolos en el mismo nicho. Dado que no tengo ningún sitio al que acudir para hablar con ellos, porque no están enterrados en ningún lugar, quería que este libro cumpliese esa función. Es tan simple como esto: algo me sucede, quiero levantar el teléfono y llamar a mi abuela para contárselo. No puedo hacerlo, así que escribo esto. Supongo que la comunicación tiene que manifestarse de alguna manera.
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—Es imposible hablar de tu trabajo sin hacer referencia a los espacios de tu ciudad, con la cual te relacionas de una forma sorprendentemente genuina —por hacer una analogía barata, se podría decir que no estás enamorada de la idea de Málaga, sino de Málaga en sí—. Trabajas sus espacios desde lo escénico, participas de sus asociaciones culturales, impartes talleres sobre poesía en sus colegios… y creo que tu manera de relacionarte con Málaga se encabalga con tu mirada sobre la poesía: la entiendes en un sentido muy comunitario, que quiebra el posible círculo de ensimismamiento que la labor poética puede describir a su alrededor.
—Es cierto que, cada vez que salgo de Málaga, no puedo evitar hablar de ella como si fuese una novia o algo parecido. Me gusta mucho el lugar en el que vivo, pese a ser consciente de que existen multitud de ciudades más bonitas o cuidadas. No sé si hay algo de romanticismo de fondo, pero yo lo simplifico más: aquí me encuentro muy bien, también me gusta sentirme querida por la ciudad. Cada vez que un artista se marcha de Málaga invadido por el sentimiento de que aquí no puede avanzar o evolucionar siento mucha pena, aun siendo algo que yo misma me he planteado. Quién sabe, quizá si me marchase a Madrid o a algún otro sitio me iría mejor que aquí. O quizá no. En el fondo, creo que no me importa demasiado; he descartado esa ambición y me recojo en la de encontrarme feliz en el lugar en el que esté. En Málaga me siento feliz.
—Ahí puede estar también el centro de Compro oro, en la forma en que el vínculo con una ciudad puede ser similar al vínculo con tu propia familia: está presente este elemento inconsciente de no poder despegarse de una clase social que viene dada, de una ciudad que viene dada y de una familia que viene dada.
—No te puedo decir que sea mi familia la que me ligue a la ciudad, dado que mis abuelos llegaron aquí siendo ya mayores y apenas la habitaron. Es más bien eso: se trata de hacer ver que la ciudad puede llegar a ser, de hecho, también parte de mi familia a la hora de relacionarme con ella.
—Dentro del marco del Festival de Poesía Irreconciliables, Ángelo Néstore y tú también tenéis la vocación de vincular la poesía con la ciudad, de construir un evento comunitario; no sé si el asunto de ser irreconciliables se ha girado en algún momento hacia la conciliación por una vía supletoria.
—Sí, la idea es la de reconciliarse un poco en cada edición. Cuando Ángelo y yo tomamos el relevo del festival, lo primero que buscamos fue huir de la poesía para los poetas, escapar de estos actos a los que solo vamos nosotros para escuchamos los unos a los otros. Queríamos buscar otros públicos, ¡qué digo otros públicos, queríamos un público! Yo tengo la fantasía de, en algún momento, llegar a montar un festival de poesía sin poetas. Creo que sería factible. En los talleres que imparto, muchas veces me encuentro con que mis alumnos tienen dificultades a la hora de enlazar mis propuestas con la idea preconcebida que tienen de la poesía. Por mi forma de entender el arte, vinculada siempre con el flujo de la realidad, lo que trato de conseguir es que lo poético se manifieste de golpe, que te tropieces con ello en lugares poco sospechosos de contenerlo. Creo que la poesía es mucho más que el libro y la lectura. Y esa es la máxima que tratamos de poner en práctica en el festival cada año.
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Autora: Violeta Niebla. Título: Compro oro. Editorial: Letraversal. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Para no creer en los premios literarios, ejerce de jurado en bastantes. Curiosamente, su amiguísimo Ángelo Nestore suele estar entre los premiados. Curiosamente.