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Stuka, todo lo que esconde la historia de un avión siniestro

Stuka, todo lo que esconde la historia de un avión siniestro

En el origen de Stuka no hay un avión sino un barco; el salto de un atleta ario derrotado por un portento con la piel de ébano; la fascinación por los Juegos Olímpicos y los cabarets más canallas de Berlín en los años del ascenso del nazismo; y un viaje al Alto Maestrazgo, en el norte de Castellón, donde en la primavera de 1938 aviones de la Legión Cóndor bombardearon una serie de poblaciones durante el avance del ejército franquista hacia el Mediterráneo para partir en dos el territorio de la República.

Stuka, la novela donde empleo la historia de un bombardero terrible para elaborar una trama en torno a la identidad sexual, la obligación de elegir y el uso de la violación como arma de guerra y castigo, ha recibido el Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica con el que la Diputación de Castellón reconoce a ficciones ambientadas en aquella tierra. Pero la novela no se queda en los vuelos de los aviadores nazis sobre Benassal y otros pueblos del Alto Maestrazgo, un tema que ha generado mucha polvareda, un documental seleccionado para los Goya y un debate sin cerrar sobre la verdadera dimensión de los bombardeos que causaron más víctimas civiles que militares. Stuka narra la historia de un piloto que no se acepta a sí mismo, de una adolescente evacuada de Madrid a Levante que no puede escapar de la guerra, y de una trabajadora semiesclava en un Berlín asediado por el Ejército Rojo que tiene en sus manos, literalmente, la oportunidad de vengarse de sus verdugos.

"En el origen de Stuka también hay un salto. En agosto de 1936, los espectadores del Estadio Olímpico de Berlín asistieron a un duelo inaudito"

Y todo empieza en un barco. El que aparece en un relato de Joseph Conrad. El autor de origen polaco escribía en La Bestia la historia de buque siniestro, una máquina que asesina a su tripulación con accidentes extraños. Y abrió un camino. Después de Conrad, Spielberg nos contó una historia de terror en torno a un camión en Duel (El diablo sobre ruedas), una de sus primeras películas para televisión, con guión del escritor Richard Matheson. Y Stephen King probó con un Chevrolet diabólico en su novela Christine. En el Stuka que pilota el aviador Heiko Weber también hay algo de La Bestia de Joseph Conrad, una estela ominosa, encarnada en la serpiente dibujada en el fuselaje de uno de los modelos reales del avión, que aparece en las páginas finales de la novela. Pero no voy a hacer spoiler. Y les voy a pedir lo mismo que Hitchcock a los espectadores de sus películas: si ya han leído el final de Stuka, no se lo cuenten a otros lectores.

En el origen de Stuka también hay un salto. En agosto de 1936, los espectadores del Estadio Olímpico de Berlín asistieron a un duelo inaudito. Sobre el foso de arena de la prueba de salto de longitud un atleta afroamericano, el Antílope de Ébano le llamaban, se enfrentó a la gran esperanza de los nazis, que aprovechaba aquellos Juegos Olímpicos para hacer propaganda de su régimen y de la superioridad de la raza aria. Pero lejos de rivalizar con Jesse Owens, el saltador Luz Long, alto, alemán y rubio, se hizo amigo del atleta de Ohio y cuando los jueces se mostraron muy estrictos con la estrella norteamericana del atletismo, le aconsejó cómo talonar para que no lo eliminaran en la calificación. En la final, Luz corrió a abrazar a Owens cuando le superó en el último salto. “El salto de Long” fue un relato que incluí en el libro de cuentos Septiembre Negro, Premio Tiflos de la Fundación Once en 2016 y que ahora, visto desde la grada y a pocos metros del palco donde se encuentra Adolf Hitler, alimenta la trama de Stuka.

"El eco de las violaciones masivas que sufren las alemanas llega a la ciudad antes que los soldados"

Stuka también traza un recorrido por los cabarets y salas de fiesta de Berlín en el verano olímpico tomando como base el ensayo de Oliver Hilmes. Berlín ya no es la ciudad de los locales canallas y el libertinaje de los últimos años de la República de Weimar. Los nazis detestan el jazz, el swing y tienen en el punto de mira la actividad perniciosa de los locales nocturnos. Pero la tregua olímpica les da un último respiro antes del cierre. A partir de entonces, grandes salas como el mítico Teatro Wintergarten, que no sobrevivió a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, programarán espectáculos más adecuados al espíritu de la nueva Alemania.

Es esos escenarios de transformistas, en ese ambiente de lujo, de prostitución, y de música extranjera, música negra, donde descubrimos que el piloto Heiko Weber, un nazi de la primera hornada, no acaba de aceptarse a sí mismo.

Y el ambiente de esplendor de 1936 contrasta con el Berlín cercado por el Ejército Rojo, el ogro que avanza sobre la capital del Reich. El eco de las violaciones masivas que sufren las alemanas llega a la ciudad antes que los soldados. La División Norland de las SS se aprovisiona de combustible en el aeropuerto de Templehoff, intacto porque no ha tenido uso militar, y reconvertido en fábrica de Stukas y Focker. Y una trabajadora extranjera, una mujer ucraniana que está deseando que los rusos entren en la ciudad, toma conciencia de que en la guerra nunca se está a salvo y el diablo no tiene nacionalidad.

Pero el corazón de Stuka está en el Alto Maestrazgo. En el pueblo de Benassal, bombardeado por la Legión Cóndor en 1938, y en las sierras del norte, donde un personaje que existió de verdad, el futuro guerrillero Florencia Pla Meseguer, que nació con el nombre de Teresa y fue pastora, se defiende de las burlas. Alguien que no sabe si es hombre o es mujer. O las dos cosas a la vez.

"¿Tenemos respuesta ante la violencia? ¿Podemos huir de ella? ¿Forma la guerra parte de nuestra propia cultura?"

El bombardeo de Benassal por aviones Stuka y de tres pueblos más en el Alto Maestrazgo ha generado un intenso debate, sobre todo en Castellón. Hay quienes comparan lo sucedido con lo que ocurrió en Gernika, y quienes argumentan que nunca hubo ningún experimento concreto contra los civiles de esos pueblos. Lo cierto es que durante el avance de las tropas de Franco hacia el Mediterráneo, la Legión Cóndor bombardeó más lugares del Alto Maestrazgo y con más aviones que con la patrulla de tres Stukas. Pero el experimento sí existió, solo que no se limitó a esos cuatro pueblos; consistió en traer a España, para foguearlos en una guerra de verdad, a los primeros modelos de Stuka, el célebre avión de bombardeo en picado. Y como en todas las guerras modernas, los civiles también lo pagaron.

Este premio me ha permitido pisar Benassal guiado por Pilar Vidal, de la asociación de la memoria local, y hablar con Óscar Vives, la persona en la que se apoya el documental Experimento Stuka, nominado a los Goya. Y en Benassal, una tarde soleada de octubre, entre las calles estrechas del barrio de La Mola, junto a los torreones que aún siguen en pie, a las puertas de la iglesia que resistió al bombardeo, en la plaza más afectada por las bombas, imaginé el horror de sus vecinos, el dolor de las víctimas, el demonio que escondemos dentro y que nos lleva a matarnos en guerras desde los albores de la humanidad. ¿Tenemos respuesta ante la violencia? ¿Podemos huir de ella? ¿Forma la guerra parte de nuestra propia cultura?

Si después de leer Stuka, ustedes también se hacen las mismas preguntas, me daré por satisfecho. Pero recuerden, no le cuenten a nadie el final.

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Autor: Carlos Fidalgo. Título: Stuka. Editorial: Algaida. Venta: Todostuslibros y Amazon 

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