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Póker de ases

Yuri Herrera, Cristina Rivera Garza, Emiliano Monge y Juan Villoro componen un casi imbatible póker de ases de la literatura mexicana actual, que la baraja del destino ha puesto sobre la mesa de las novedades literarias para jugarse la partida de los lectores de habla hispana de este otoño pandémico. En el más reciente libro de cuentos de Herrera (1970), Diez planetas (Periférica), la ciencia ficción sirve de base al autor para concebir otras maneras de habitar el mundo y de transformarlo, muchas veces como una manera irónica de explicar una supuesta realidad, aunque en ciertas ocasiones no aparezca de forma explícita. De esta forma, el autor de obras como Trabajos del reino (2004), Señales que precederán al fin del mundo (2009) o La transmigración de los cuerpos (2013) pretende imaginar y resistirse a ser rehén de las versiones de la realidad que se nos proporcionan desde el poder o desde las instituciones e, incluso, desde otras narrativas. “Toda la construcción de estos mundos aparentemente imposibles descansan frecuentemente en una consideración irónica del mundo cotidiano”, ha dicho Herrera, quien aplica con buen arte narrativo “una cierta incredulidad frente a lo que lidiamos, a nuestras reglas, a la estabilidad de nuestra supuesta normalidad”, para conocer el peso que tiene la realidad sobre nosotros y cómo algunos elementos de ella frente a los que pasamos de largo pueden convertirse en algo determinante de un nuevo estado de cosas. ¿Es raro entonces que en un improbable rincón de la galaxia se exilie un terrícola, que una casa se rebele contra la manía de infelicidad de la familia que la habita o que una bacteria cobre conciencia en un colon humano? Diez planetas lo plantea, y mezcla con ironía y soltura una serie de ingredientes con los que estamos viviendo el desastre actual. Por su parte, la siempre excelsa Cristina Rivera Garza (1964) publica Autobiografía del algodón (Literatura Random House), una obra en la que reconstruye los lazos de su familia con la tierra y los cultivos relacionados con ella, la cual formará parte de una trilogía en la que indaga el vínculo entre dos conceptos: cuerpo y territorio. Rivera Garza ha realizado para esta obra un recorrido por aquellas tierras que marcan la memoria de sus ancestros en ambos lados de la frontera norte de México, desde San Diego, California, hasta Savannah, Georgia, y de San Luis Potosí a Coahuila y Tamaulipas, buscando campos de algodón, tomando fotografías, recolectando muestras de suelo, coleccionando viejos artefactos y trozos de metal, para reconstruir ese mundo del que ella sólo había oído hablar “detrás de la puerta”, y mediante el que reflexiona sobre aquellas cosas que heredamos sin saber y que, encriptadas de alguna forma, se añaden a esa mochila emocional que llevamos a cuestas, pues como bien dice Rivera Garza, “la familia también está hecha de esos lugares vacíos que ocupan los fantasmas”. Nuestra siguiente carta la juega Emiliano Monge con una distopía que “reinventa los mitos y desentraña la idea del individuo y la colectividad” en un ambiente desolado, bajo un calor agobiante y una geografía agrietada. Para ello, Monge (1978) se pregunta cómo sería el futuro de la humanidad si lo construyeran esos seres a los que actualmente se les ha cancelado el porvenir. Esos seres son, en esta novela titulada Tejer la oscuridad (Literatura Random House), un grupo de niños de un orfanato sacado de la vida real y que fue noticia en México por las historias de abuso y violencia cometidos en él, y cuyos testimonios permiten al autor reconstruir la forma en que vivían y cómo sería este mundo en sus manos. El as bajo la manga que completa este póker literario es Examen extraordinario (Almadía-FCE), de Juan Villoro (1956), un volumen en el que el autor ha seleccionado sus mejores relatos escritos en los últimos 30 años. El título hace referencia a la última oportunidad que tienen los estudiantes en México de aprobar un curso o materia en los que han suspendido en el curso regular, así que Juan se la quiere jugar con este libro, que por otra parte representa su regreso a México tras su renuncia a la Universidad de Stanford, California, donde impartía clases, ya que decidió volver a su casa de Coyoacán para estar junto a su familia en estos tiempos de pandemia, y ahí se ha dedicado, además de a preparar esta antología, a escribir una obra de teatro que dirigirá Antonio Castro con la Compañía Nacional de Teatro y que se titula Hotel Nirvana. Con esta mano de ases, la casa gana seguro.

LA CULTURA COMO DERECHO

"Alguien tiene que hacer ver al Gobierno actual que la cultura, toda la cultura y lo que ella implica, no es un adorno"

El cabreo va en aumento en la comunidad artística y cultural de México. La semana pasada, un grupo de artistas interpuso una queja contra la Secretaría de Cultura del Gobierno mexicano ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) “por actos y omisiones violatorios a los derechos humanos y culturales”, según informaron integrantes de los grupos Asamblea por las Culturas, #NoVivimosDelAplauso y el Movimiento Colectivo por la Cultura y las Artes de México. El documento que presentaron señala omisiones, falta de transparencia y operaciones e intereses ajenos, así como vulneración de los derechos fundamentales en materia cultural frente a procedimientos racistas, deficientes, discriminatorios y discrecionales en la actuación de las autoridades federales en materia cultural. La queja, que refleja el clima de menosprecio en el que viven los hacedores de cultura en México, acusa “formas institucionales de simulación participativa a través de foros y supuestos parlamentos abiertos y consultas discrecionales a modo, sin representatividad, sin carácter resolutivo y sin vinculación a los procesos nacionales legislativos y de toma de decisiones en todos los niveles de gobierno, en donde la Secretaría de Cultura federal, que encabeza Alejandra Frausto, incurre en malas prácticas que rompen acuerdos, tergiversa e incurre en prácticas dilatorias y manipuladas”. Alguien tiene que hacer ver al Gobierno actual que la cultura, toda la cultura y lo que ella implica, no es un adorno, sino un derecho fundamental que debe protegerse a toda costa y sin pichicatear recursos.

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