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El exilio (y el «inxilio») como enfermedad

El exilio (y el «inxilio») como enfermedad

Leonardo Padura aborda en la novela Como polvo en el viento el desarraigo en los cubanos

“En Cuba nadie lo dice todo. Nadie… Y eso lo aprendes desde que naces… ¿Quieres la verdad completa?”, se lee muy pronto en este reciente libro de Leonardo Padura. ¿La queremos, la podríamos soportar?

“Cada uno arrastra sus miedos”, aparece más tarde. Hay muchas frases así, contundentes, de sable. Esta es una novela triste que intenta no serlo. La novela más personal de un escritor que no ha querido irse de su isla. Que ha conocido y oído historias de todo tipo a lo largo de su vida y que las ha ido recuperando para escribir Como polvo en el viento (Tusquets). Mucho, y mucho es decir mucho, de lo que cuenta es cierto. O verdad. Se diría que éste es el libro que tenía que haber escrito desde siempre, más allá de que el exilio (o el desarraigo) lo haya tratado a menudo. Pero no así, tan de frente.

"Esta es una novela de desamparo: puedes gritar pero no van a socorrerte porque nadie puede darte lo que no tiene"

Esta es una novela de desamparo: puedes gritar pero no van a socorrerte porque nadie puede darte lo que no tiene. Tras aquellos años de impulso, de ayuda de la URSS, de plantar cara a Kennedy, llegó la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) y la pérdida del aliado que surgió del frío. Llegó para quedarse el Período Especial, eufemismo para referirse a aquellos años 90 sostenidos por un alambre en la oscuridad de los habituales apagones de luz. En la novela aparecen expresiones como “obediencia exigida y programada”, “múltiples renuncias”, “aceptación del sacrificio: cortes de caña, trabajos agrícolas, colas para todo, la disposición a combatir y morir en guerras desatadas en sitios lejanos”. Y esto cuando “quizás nunca había existido en el país tanta gente empeñada en ser mejores”.

En esa encrucijada, en esos meses en que se empiezan a romper las costuras del país, se sitúa el centro de Como polvo en el viento: el 21 de enero de 1990 se celebra el 30 cumpleaños de Clara Chaple y ese día alguien toma una foto del grupo de amigos reunido conocidos como «el Clan». Jamás volvieron a reunirse todos. En el libro hay suicidios, huidas, silencios, delaciones… Y, sobre todo, razones tanto para irse como para quedarse. Justificaciones de todos los colores. Hartazgo, desencanto, necesidad de nuevos horizontes, otros mundos. Pero también un extraño imán que fuerza a volver la espalda. Y no sólo porque el pasado nos persiga por lejos que vayamos, sobrevuela una melancolía pegajosa, pertinaz. Donde vayas echarás de menos el salitre que azota e inunda el malecón de La Habana.

"En todos los personajes hay trazos y trazas de Padura"

“Irse, irse, irse”. La fiebre de marcharse. Mientras leemos esos pasajes nos asaltan las imágenes de la desesperación, vemos a Reinaldo Arenas / Javier Bardem en la película Antes que anochezca, la telaraña de espionaje y narcotráfico en la recién estrenada La red avispa (Netflix), la crisis del Mariel, aquellos días en que no se miraba atrás… “Balsas construidas en unas pocas horas con tanques de metal o con cámaras neumáticas, o solo con tablas viejas y trozos de poliespuma fueron lanzadas al mar y puestas a merced de un motor reciclado, una vela hecha con sábanas mugrientas, unos remos, el favor de la corriente (…). La gente corría hacia los litorales a comprar, exigir o mendigar un sitio en los artefactos flotantes, a despedir a los navegantes”, escribe y evoca Padura en esta novela.

En todos los personajes hay trazos y trazas de Padura. Y motivos para el humor, por supuesto; como ese médico cubano que se instala en Barcelona y abraza los postulados independentistas con el mismo arrojo con que defendía años antes la Revolución del Hombre Nuevo. Hay contrabando, cómo no, y trapicheo de droga. Llegarán las redadas, los juicios, los confinamientos de altas esferas que salpicarán a los protagonistas del libro. Y, siempre, la obsesión por irse. O por quedarse. “Le resultaba más fácil resistir que rehacerse. El solo hecho de verse obligada a ser otra cosa, en otro sitio, la aterraba. Allí estaban sus hijos, su casa, su memoria y treinta y tantos años de su vida”. No habla Padura, sino el personaje que cose al resto, pero pareciera que es la voz del propio escritor.

Se intenta empezar de nuevo entre las ruinas de lo que nunca llegó a ser a través de un amor tardío y quizá auténtico. Se despierta el sexo entre mujeres sin saber muy bien ni cómo ni por qué. Se intenta apartar a los hijos de todo lo que pueda oler a esa parte del Caribe. Se intenta borrar aquella juventud cambiando de nombre, de país, de ambiente. Pero el agua siempre halla un resquicio.

"No es la primera vez que Padura aborda el exilio, palabra que parece ir unida a Cuba"

Arquitectos, ingenieros, médicos, artistas… Privilegios de familias favorecidas pero también pobreza y ejemplos de salir adelante gracias al empuje y al orgullo. El amor, o el sexo, en varias de sus versiones. Y el extrañamiento. Se puede decir de muchos modos, alguien lo enumera en el libro: extranjero, refugiado, irregular, apátrida, exiliado. Palabras comunes a muchos países en una época, la de hoy, en que las fronteras se diluyen.

No es la primera vez que Padura aborda el exilio, palabra que parece ir unida a Cuba. Ya lo trató, y de qué modo, en un libro que pasa de puntillas en su currículum, La novela de mi vida (Tusquets): un acercamiento hacia la escasa fortuna que arrastró el poeta romántico José María Heredia (1804-1839) y cuya juventud resquebrajada por la enfermedad le hizo morir lejos de su país. “Donde todo ocurrió en dosis exageradas: la poesía, la política, el amor, la traición, la tristeza, la ingratitud, el miedo, el dolor, que se han vertido a raudales, para conformar una existencia tormentosa que muy pronto se apagará. Entonces quedará solo el olvido”, se lee en las primeras páginas de ese libro.

"Amargo y atractivo como un limón. Él, Padura, cuando la conversación se tensa y la crueldad de la evidencia se muestra intratable"

Y ya puestos, habría que reivindicar (más allá de El hombre que amaba los perros, Adiós, Hemingway o La neblina del ayer) Yo quisiera ser Paul Auster: Ensayos selectos (Verbum), donde tras la foto de la portada de Daniel Mordzinski (Padura está sentado de perfil en unas escaleras mirando el mar con la ciudad al fondo, ceñudo, pertinaz, como diciendo «de aquí no me voy, no me tengo por qué ir, pese a todo»)… Decía que bajo ese título aparece una miscelánea de temas muy de Padura: el béisbol (“debía tener yo unos 11 o 12 años cuando mi tío Min me regaló el segundo uniforme de pelotero que tendría en mi vida”), Hemingway (“los que han tenido en sus manos el famoso file del FBI dedicado a Ernest Hemingway aseguran que su contenido está integrado por 150 páginas, de las cuales, todavía hoy, 15 permanecen reservadas in the interest of the national defense), el elogio a Los mares del sur de Vázquez Montalbán, Virgilio Piñera («un jesuita de la literatura»)… Se cierra el libro con un elegante lamento sobre el parentesco y la lejanía con el autor de La trilogía de Nueva York: “Estoy condenado, a diferencia de Paul Auster, a responder preguntas diferentes a las que suelen hacerse a él, preguntas que, en mi caso, por demás, casi siempre son las mismas”.

En cualquier caso, “la condición humana es la misma en cualquier sistema”, se comenta en Como polvo en el viento. Y de esa condición, frágil pero indomable, como el junco, va el libro de Padura. Amargo y atractivo como un limón. Él, Padura, cuando la conversación se tensa y la crueldad de la evidencia se muestra intratable, suele comentar que el cubano sólo tiene tres problemas, que el resto es superchería: desayuno, comida y cena. Y ahí lo deja.

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