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Cinco poemas de Juan Vicente Piqueras

Cinco poemas de Juan Vicente Piqueras

Juan Vicente Piqueras es hijo de campesinos dedicados a la vid, el olivo y el almendro. Nació en la aldea de Los Duques (Requena) que cuenta en la actualidad con 40 habitantes. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia, se va de España en 1985 y desde entonces ha vivido fuera. En Francia (Château de Chamousseau, Villedieu sur Indre), en Roma (su alma ciudad, durante 20 años), en Atenas, en Argel, en Lisboa, y actualmente en Jordania, donde trabaja como director del Instituto Cervantes de Ammán. Entre sus libros de poemas: La palabra cuando (premio José Hierro), La latitud de los caballos (premio Antonio Machado en Baeza), La edad del agua, Adverbios de lugar, Aldea (premio Valencia de poesía, premio de la Crítica Valenciana, y premio del Festival Internacional de Medellín, La hora de irse (premio Jaén de poesía), Yo que tú, Atenas (premio Loewe), La ola tatuada, Padre, Narciso y ecos, y Ascuas. Ha traducido a Tonino Guerra, Izet Sarajlic, Ana Blandiana, Kostas Vrachnós, Elisa Biagini, Cristina Campo, Cesare Zavattini, Marguerite Yourcenar y Sabrina Foschini.

Poética (o consejos a un joven poeta)

Trabaja y calla. No pidas. No llames. No cejes. No llores. No mendigues jamás lo que mereces. No escribas a quienes no quieren conocerte. Escribe solo. Olvídate de ser alguien. Estás solo y solo has de llevar a cabo tu trabajo. Eres nadie. Eres un náufrago. Arroja, si lo deseas, tus mensajes al mar, y olvídate de esperar una respuesta. No hay respuestas. Entrégate día y noche, en cuerpo y alma, al amor, a la vida, a la poesía, y lo demás que venga si ha de venir, o que no venga. Olvídate del mundo. Olvídate del siglo. Aleja de ti las pantallas. No publiques hasta que alguien no venga a pedirte tu libro. Y si no viene, nada, prepárate a morir, a ser inédito, a ser leído solo después de muerto, o nunca. La fama no te sirve para escribir mejor. A menudo sucede lo contrario. Lee, escribe, vive, sé feliz, haz feliz, canta. Y calla. Recuerda las palabras de Platón: Lo mejor para la sed es el silencio.

Los cinco poemas siguientes pertenecen, por orden, a los libros Adverbios de lugar, Atenas, Yo que tú, La hora de irse y Padre. Y aparecen en la antología Qué hago yo aquí, (ed. Renacimiento, Sevilla 2019). 

PALMERAS

Nacemos de la sed. Somos palmeras
que van creciendo a fuerza de perder
sus ramas. Nuestros troncos son heridas,
cicatrices que el viento y la luz cierran,
cuando el tiempo, el que hace y el que pasa,
ocupa el corazón y lo hace nido
de pérdidas, erige
en él su templo, su áspera columna.

Por eso las palmeras son alegres
como los que han sabido sufrir en soledad
y se mecen al aire, barren nubes
y entregan en sus copas
salomas a la luz, fuentes de fuego,
abanicos a dios, adiós a todo.

Tiemblan como testigos de un milagro
que sólo ellas conocen.

Somos como la sed de las palmeras,
y cada herida abierta hacia la luz
nos va haciendo más altos, más alegres.

Nuestros troncos son pérdidas. Es trono
nuestro dolor. Es malo
sufrir pero es preciso haber sufrido
para sentir, como un nido en la sangre,
el asombro de los supervivientes
al aire agradecidos y estallar
de alta alegría en medio del desierto. 

MUSEO DE LA ACRÓPOLIS

Una mano de mármol, pero sólo los dedos,
sobre un hombro de mármol sin cabeza.

Un brazo erosionado que nadie tiende a nadie.

Un caballo sin patas.
Un jinete que es sólo sus muslos.

Dionisos a pedazos, recompuesto.

Un toro sin cuernos que está siendo devorado
por un león que no está,
sólo sus garras.

Admiramos lo desaparecido.
Tal vez nuestra cultura nace de estas ausencias,
de lo vacío, de lo que no hay.

También nosotros somos lo que queda
de nosotros,
lo que nos falta,
el hueco que nos cuida. 

YO QUE TÚ

Yo que tú me amaría, llamaría,
no perdería tiempo, me diría que sí.
No dudaría más, escaparía.
Daría lo que tienes, lo que tengo,
por tener lo que das, lo que me dieras.
Me soltaría el pelo, lloraría
de gozo, cantaría descalza, bailaría,
le pondría a febrero un sol de agosto,
moriría de gusto, no pondría
ningún pero a este amor, inventaría
nombres y verbos nuevos, temblaría
de miedo ante la duda de que fuese
sólo un sueño, me iría
para siempre de ti, de allí, conmigo.
Yo que tú me amaría.
Me diría que sí, me faltaría
tiempo para correr hasta mis brazos,
o al menos, qué sé yo, respondería
a mis mensajes, a mis tentativas
de saber qué es de ti, me llamaría,
qué va a ser de nosotros, me daría
una señal de vida, yo que tú. 

CANCIÓN DEL SUICIDA 

Yo soy aquel que sabe la fecha de su muerte.
Soy el que la decide.
Nadie puede negarme este poder.
Nadie podrá después responder a las muchas
y feroces preguntas que dejaré en el aire
como herencia y condena
a quienes me quisieron. Tan en vano.

Quien ama no conoce la respuesta.
Yo sí. No la diré.

Moriré contra todos. Soy el único
que sabe de su vida la segunda
fecha, la que teméis,
la que cierra el paréntesis,
la que dicen que solo Dios conoce.

A Él, que todo lo sabe, preguntadle
por qué me fui, y así, por qué hice esto.

Nadie os dirá más claro,
más oscuro,
lo que yo os digo yéndome.

NOMBRES BORRADOS

La mente no es un lápiz para tomar apuntes,

es una goma de borrar.

(Marko Vesovič)

Mi padre fue perdiendo poco a poco el lenguaje.
Y empezó por los nombres. Lo primero
que olvidó su cerebro no fueron los adverbios
ni los pronombres ni los adjetivos,
como uno estaría tentado de creer,
ni las motas de polvo de las preposiciones,
sino los sustantivos.

La manzana dejó de ser manzana,
el vaso pasó a ser eso,
y quienes se acercaban dejaban de llamarse.

La muerte comenzó su labor minuciosa
robándole los nombres,
borrándolos, poniendo
en su lugar un esto o un aquello,
un dame, un balbuceo, un gesto de la mano.

Lo último que se pierde son los verbos,
los verbos que se mueven en la sangre
como si fuesen peces
hasta que acaba el mundo,
hasta que ya no puede el cuerpo con su alma.

Los adjetivos son afectuosos,
visten de amor lo que miran
y por eso perviven.

Pero los nombres se esfuman.
Y la sustancia de los sustantivos
es agua de borrajas, niebla, torres de humo.

La manzana deja de ser manzana.
Yo dejo de llamarme
La palabra dolor no significa nada.

—————————————

Autor: Juan Vicente Piqueras. Título: Qué hago yo aquí. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostulibros y Amazon

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