Fundé Fórcola en 2007, una pequeña editorial independiente. ¿Independiente de qué? De las modas, de las «apuestas», de las presiones del mercado, de los gustos impuestos desde la mercadotecnia, del vértigo de las listas prefabricadas de los más vendidos, de las consignas ideológicas o de lo políticamente correcto, del «buenismo» y el postureo, incluso de la ñoñez y la cursilería. La independencia no la da ni el tamaño ni el músculo financiero, sino el calado intelectual. Una editorial, pues, de editor, que en su concepción artesana —no industrial ni mecánica— del catálogo prima sus gustos y preferencias personales, y construye sus cimientos desde una visión arquitectónica de lo que es una editorial, donde cada libro debe aportar coherencia al edificio. El símbolo de la editorial es la fórcola, la parte más rara y hermosa de la góndola veneciana, hecha de madera dura, en la que el gondolero apoya el remo para maniobrar. Una auténtica fórcola se talla, de forma artesanal, sobre la curvatura natural del árbol; por eso no hay dos fórcolas iguales. Símbolo, por tanto, del trabajo artesano, la fórcola y el oficio que le da sentido, el del gondolero, han permanecido como referente del trabajo manual bien hecho. Hemos cumplido 13 años y editado más de 150 títulos. En este tiempo hemos armado, con paciencia y tesón, un catálogo de fondo: contra la dictadura de la novedad, nuestros libros tienen vocación de permanencia; es nuestra particular y modesta aportación al patrimonio editorial de nuestro país y nuestra lengua. Nuestro catálogo se despliega en cuatro colecciones de ensayo —Señales, Siglo XX, Periplos y Singladuras—, con intereses en la historia, el ensayo literario, las biografías, el ensayo musical o la literatura de viajes; y una de narrativa (Ficciones). Aunque en ellas encontrarán libros traducidos de otras lenguas —italiano, inglés, francés, alemán o ruso—, la presencia de autores españoles e hispanoamericanos es protagonista preponderante en las de ensayo, y en exclusiva en la de narrativa.
¿Por qué soy editor? Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla, sino de noches de olor a ácido cético, nitrato de celulosa, revelador y fijador fotográficos. Y me explico: mi padre era fotógrafo. Aunque su profesión, desde los 14 años, fue la de bancario (que no banquero), su verdadera pasión desde que tuvo un duro en el bolsillo fue la fotografía. Quizá esa vocación respondía a una rebelión contra el padre, su padre, mi abuelo Dionisio, que era cajista de imprenta en Excélicer, la editorial de los hermanos Álvarez Quintero, en la calle Canarias de Madrid. Ya ven: abuelo imprentero, padre fotógrafo, nieto editor.
¿Por qué soy editor, entonces? Parafraseando al pintor y escultor Alberto Giacometti, edito «para morder la realidad, para alimentarme, para crecer… para defenderme mejor, para atacar mejor, para agarrarme con uñas y dientes, para avanzar en todas las direcciones… para ser lo más libre posible… para intentar ver mejor, comprender mejor lo que me rodea… para correr mi aventura, para descubrir nuevos mundos, para hacer mis guerras». Soy editor de combate, no lo oculto, que en cada libro me comprometo por la cultura, por la belleza, por el conocimiento, al servicio de la libertad, contra la estupidez imperante y los grilletes de las ideologías y del pensamiento único. Tras casi 30 años en el sector del libro, primero como librero y ahora como editor, he tenido buenos maestros, y sigo teniendo como referente a los grandes de la edición en España, desde los históricos que abrieron camino —Manuel Aguilar, Carlos Barral, Jaime Salinas, José Janés o José Vergés—, hasta los más contemporáneos, que he conocido y tratado —como Mario Muchnik, Jorge Herralde, Jacobo Siruela, Jaume Vallcorba, Manuel Borrás, Manuel Ortuño o Juan Casamayor—. A todos ellos admiro y respeto, de todos aprendo cada día algo nuevo. Con algunos he tenido y tengo relación personal, pero lo que consulto a menudo son sus catálogos, sus libros, sus ediciones, fuente de inspiración: muchas veces para saber hacer mejor lo que hago; otras, para confirmar lo que no quiero hacer. Mis aliados naturales son las librerías de librero, con estilo, con criterio personal, independientes, que se dejan seducir por todo aquello que se sale de la presión de una oferta de novedades desmedida, sobredimensionada y monocorde, al servicio de los mass media y la industria editorial. La asignatura pendiente de este país: el fomento a la lectura. Y un consejo: compren en librerías.
Javier Jiménez es director de la editorial Fórcola.
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