¿Para qué voy a ir dentro de unos minutos a la piscina? ¿Qué sentido tiene? Apenas avanzo; y si algo he conseguido (¿no llevo casi tres años acudiendo a intervalos?) ha sido más por la constancia que por la pericia. Soy torpe. Bastante torpe. Mi progresión es aritmética frente a la de otros (el policía) que es geométrica. Puedo admitir que no todos son como él, felizmente, pero sé que jamás alcanzaré esa pastosa elegancia de los avanzados de mi grupo, siempre seré el más rápido del pelotón de los torpes. Entonces, más a mi favor: ¿para qué voy a ir ahora, dentro de nada, a la piscina y no me quedo en casa leyendo, durmiendo, mirando al techo, mirando periódicos atrasados? ¿Me es necesaria esa disciplina, tengo que rellenar ese tiempo? ¿Es un escudo para enfrentarme a la jornada, es un buen tema de conversación, voy para que me ‘admiren’ y amparándome en que no van a saber exactamente cómo nado?
En realidad no somos muchos los que no fallamos. Y tampoco encontraría rasgos comunes entre nosotros. Algunos han sido no gordos sino obesos. Es el caso de una mujer cuya piel se ha apergaminado, se le cae a tiras en los brazos y las piernas. No mira a nadie mientras sale de la piscina y se dirige a la pequeña para hacer estiramientos. Sabe que es un pequeño monstruo, que nos preguntamos cómo sería antes de empezar a nadar, quizá como su marido, gordote, bajo, ancho. No hablan con nadie, ya se tienen a ellos. Son del turno de las ocho y cuarto y eso sí que es disciplina, coraje.
O estar solo.
O desesperado.
O estar/ haber estado muy enfermo.
O tener miedo a la vida, a lo que pasa fuera.
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