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‘Léon’: Un profesional con reglas

‘Léon’: Un profesional con reglas

Luc Besson es un cineasta a menudo dado a los excesos en pantalla, pero si alguna vez su estilo cuajó del todo en una película fue en esta historia de asesinos profesionales, menores sin familia, mafiosos de restaurante italiano y polis corruptos, que podría haber quedado en una mera mezcla de cómic y pulp llena de violencia gratuita, pero que resulta elevada por tres estupendas actuaciones, de Jean Reno, Natalie Portman (en su debut ante las cámaras) y Gary Oldman (citados aquí en orden de más lacónico a más exagerado), cuyas carreras solo han ido mejorando desde entonces. Ya en su temporada de estreno, la extraordinaria cosecha de 1994, fue de las favoritas del público, y año tras año sigue aguantando el tipo, aunque quizá las reacciones modernas a todo el asunto subliminal (y no tanto) del despertar al sexo y a la violencia de una niña de 12 años pueden haber cambiado de enfoque desde entonces. No hay muchas películas que cuando vas pasando canales si la pillas te quedes un rato largo viéndola, y esta es una de ellas.

[Aviso de destripes con vaso de leche en todo el texto]

El asesino con reglas es un tropo muy conocido de las novelas y el cine, y en esta película Besson y Reno lo reinventan de una manera muy peculiar, y a la vez dentro de los cánones más clásicos. La regla es simplemente «nada de mujeres y niños», y a cambio de eso Léon pone la bala donde el mafioso Tony (Danny Aiello), uno de esos que maneja el submundo de una ciudad sin moverse más que de una mesa a otra, le dice que la ponga. Léon es alto (1,88 mide Reno), moreno, ojeroso y viste unos pantalones demasiado cortos y con tirantes que lo hacen parecer un niño grande y desgarbado. No sabemos exactamente de dónde es, porque aunque su nombre se escriba a la francesa en los posters y el reparto, con tilde en la é, se supone que es «Leone», uno más de los inmigrantes italianos que llegaron durante el siglo XX a Nueva York con una historia de violencia a cuestas, como los mismísimos Cor-leone. Como es sabido, Reno, cuyo nombre real es Juan Moreno y Herrera-Jiménez, es hijo de emigrantes gaditanos (de Sanlúcar y Jerez) exiliados a Marruecos durante el franquismo, y Jean/Juan nació en Casablanca. Fue idea del propio Reno interpretar a Léon como alguien a quien le pudiera faltar una patatina para el kilo, lo cual explica algunas de sus excentricidades, como el beber solo leche, el tener como único hobby el limpiar sus armas escrupulosamente, el cuidar con mimo detallista una planta de maceta y el dormir sentado en una butaca, con las gafas puestas y una pistola en la mesilla. También se explica así su arrobo boquiabierto ante el baile de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia y su extrema concentración profesional, contrapesada por la nula presencia de mujeres en su vida: después de un episodio violento a lo Montescos y Capuletos con una novia en su país de origen no ha vuelto a estar con nadie, y la excesiva atención que Mathilda le presta lo azora completamente.

Las limitaciones mentales de Léon eran, además, una manera de tranquilizar al público desde el principio, asegurándole que no iban a presenciar una especie de Lolita con armas de fuego. Léon se hace cargo de Mathilda, vecina suya de puerta, cuando el poli corrupto Stansfield mata a toda su familia (padre, madre y dos hermanos), después de un silencioso debate consigo mismo en el que Reno consigue expresar una miríada de sentimientos a base de simplemente rascarse una oreja. Aparte del ya mencionado «ni mujeres ni niños», en ningún momento se nos ofrece una lista de mandamientos del buen sicario, pero adivinamos que el echarse encima cargas afectivas no es uno de ellos. Las varias veces que la extraña pareja ha de mudarse de un piso cochambroso a otro, siempre con la planta y un oso de peluche a cuestas, son otra muestra visual, y a menudo cómica, de otra de estas reglas no escritas. Pero en todo ese tiempo de aprender a matar matando, y a pesar de que Mathilda le llega a soltar un «creo que me estoy enamorando de ti» que a Léon le hace escupir el trago de leche, él tiene mucho cuidado de mantener a distancia los acercamientos de Mathilda. El primer montaje de la película, que Besson llama solamente «la versión larga», incluye varias escenas adicionales donde Mathilda intenta arrimarse bastante más a Léon, una de ellas en público, en un restaurante donde celebran una de sus misiones, y otra donde ella le habla claramente de perder su virginidad. Las preview audiences americanas, en esas sesiones de prueba con espectadores a los que se les proyecta la película con antelación a cambio de que dejen por escrito sus comentarios para ayudar a pulir el montaje final, rechazaron bastante sonoramente esas escenas, y de ellas solo quedó en la versión proyectada en salas esa otra de los disfraces, donde Mathilda se viste de Madonna y de Marilyn Monroe, pero de una manera humorística, siguiendo rápidamente con Charlot y Gene Kelly singing in the rain antes de que dé demasiado tiempo a pensar en hipersexualizaciones de los menores. Léon, mostrando otra vez una tierna vis cómica tras lo del cerdito de manopla, opta por un John Wayne tan callado y circunspecto como él.

A todo esto, en unos pocos trazos ya se nos ha pintado la mala vida que le han dado a Mathilda su padre camello, su madre prostituta y su hermana mayor abusona. Léon ya la ha visto sentada en la escalera, donde está más segura que dentro de casa, con golpes en la cara, fumando cigarrillos, con esa gargantilla negra y ese corte de pelo que la hacen parecer mayor. Junto a la actuación de Portman, de una gran precocidad (cuando se hizo el casting, en el que superó a dos mil aspirantes, tenía un año menos todavía, once), todo apunta a una persona que está deseando crecer desesperadamente, dejando atrás la niñez antes de tiempo, no porque odie esa etapa, sino porque la inferioridad inherente a esa edad (física, mental, emocional) es una debilidad peligrosa en su mundo. En Léon ella encuentra todo lo que le ha faltado, todo lo que necesita y todo lo que desea: afecto, protección, una dirección en la vida y una forma de vengarse con todo el odio del que es capaz un crío. Es lógico, pues, que Mathilda quiera convertirse en asesina ella también, y que de ahí pase directamente a un enamoramiento que seguramente ni siquiera comprende todavía. En la escena eliminada del restaurante se comporta al mismo tiempo como una aprendiz de vampiresa sexual y como la niña pequeña que todavía es, trasegando champán a tragos largos, no para emborracharse, sino para eructar sonoramente y luego partirse de risa en medio de miradas reprobadoras por varios motivos. Sin embargo, la idea original de Besson era que Mathilda creciera, llegara a los 13 o 14 años y Léon y ella fueran amantes. Y a pesar de todo, en medio de todas esas escenas de corte sexual, los padres de Portman estaban más que nada preocupados por que su hija apareciera fumando: tras negociaciones con Besson se acordó que a ella nunca se la vería en pantalla con el cigarrillo en los labios y que durante la trama Mathilda dejaría expresamente de fumar (lo hace porque así se lo manda Léon, en nombre de la intachable profesionalidad).

Si alguien no ha podido ver esa versión extendida (o «internacional», como se la llama oficialmente, con el lema promocional añadido de «vous ne savez pas tout», no lo sabéis todo), merece la pena, no solo por esas escenas extra, donde es ella la que controla la acción en vez del veterano sicario, sino también porque hay otras donde los dos van juntos de misiones, acabando por adoptar una rutina de «tú llamas a la puerta con tu vocecita desvalida, yo corto la cadena del pasador» que resulta de gran eficacia en el trabajo. Esas escenas también parecen alargar el tiempo interno de la historia, que pasa de unos pocos días a varias semanas, durante las cuales le da tiempo a Léon a aprender a leer, de la mano de Mathilda. Pues sí, a ratos es todo muy de fábula, en el sentido de ambiente idealizado de cuentos infantiles, y la verdad es que es vista así como se disfruta mejor la película: León es un gigante bueno cuyas proezas aparecen magnificadas por el recuerdo y por la narrativa típica de las primeras  aventuras que uno aprende en la vida, Mathilda es una niña amenazada que aprende a valerse por sí misma, ambos se ayudan y se quitan espinitas de la pezuña, y los polis corruptos y los traficantes de droga son los dragones y peligros a los que vencer. También puede verse como una alegoría sobre el paso de la niñez a lo adulto: tu familia que ya no te entiende, como si estuvieran muertos para ti (en este caso literalmente), la primera fascinación con algo prohibido y peligroso fuera del hogar familiar, el encuentro con un adulto carismático que te saca de los entretenimientos infantiles, el primer deseo sexual, el paso por momentos exageradamente dramáticos y finalmente el tener que salir al mundo tú solo, ya sin apoyo de padres o mentores.

Pero de hecho, si esta película existe, es porque se escribió en solo un mes y se rodó en apenas tres más, mientras Bruce Willis terminaba de quedar disponible para filmar El quinto elemento. La historia es simple, los personajes pocos y el armazón hereda varias cosas del anterior éxito de Besson, Nikita, otra historia de asesina femenina, pero al revés: en vez de empezar tierna y luego malearse, como Mathilda, Nikita empieza chunga y acaba suavizándose… sin dejar de apiolar objetivos. Desde aquel rodaje, Besson había tenido en mente hacer un spin off del personaje de Victor el Limpiador (interpretado por el propio Reno, con su gabán de lana y su gorrito para no pasar frío), y Léon es eso esencialmente. Y ya se ve lo que ocurrió: concebida como un relleno rápido para no perder tiempo y mantener al personal ocupado, quedó mejor que el gran despliegue de efectos que la siguió.

Posiblemente sea por eso que hay multitud de historietas y anécdotas sobre cambios en el guion y añadidos sobre la marcha. Por ejemplo, al principio iba a ser Mathilda quien se iba a inmolar con el chaleco explosivo, pero una vez visto lo bien que queda con Léon es imposible imaginarlo de otra manera. Y si Reno tuvo una gran idea a la hora de componer su propio papel, lo de Gary Oldman es vis dramática pura. Cada uno pensará lo que quiera de su actuación aquí, pero no todo el mundo tiene en su currículum un papel en el que sobreactúa desaforadamente y no solo le cuela sino que mejora el conjunto de la obra. ¿La perorata sobre Beethoven (Oldman interpretó a Ludwig Van en Amor inmortal ese mismo año)? Improvisada. ¿El ponerse a oler de cerca al padre de Mathilda (Michael Badalucco)? Improvisado (y bien creíble que quedó la reacción del padre, de resultas). ¿El berrido de ¡A TODO EL MUNDO! (E-VRY-ONNNN-E!)? Improvisado. Por lo que se cuenta por ahí, al parecer Besson tenía un guion hecho para una continuación oficial de la historia, para cuando Mathilda (Natalie Portman) fuera adulta, pero los derechos pertenecen a la productora Gaumont, y cuando Besson la abandonó para fundar su propia compañía, EuropaCorp, no se los devolvieron. Seguramente la película nunca se hará, pero la idea fue usada en 2011 en el film Colombiana.

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

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