El título de este libro, La Guerra Civil en el aire: Alemanes, soviéticos e italianos en los cielos de España, bien documentado, escrito con rigor, claridad histórica y narrativa, podría relatar una guerra que no fue, que se quedó en el aire, pero la cruda realidad es que el pueblo español sufrió esa vergüenza, y a nuestros abuelos, los pocos que quedan y la vivieron, aún se les aja el corazón contando sus recuerdos.
Pilotos alemanes e italianos en los cielos de España apoyaron a Franco. Faltaron, junto a los soviéticos (quienes vendieron armamento y aportaron pilotos pagados con las reservas de oro de la República), ingleses, franceses y americanos en apoyo a los republicanos, pero ellos ya tenían suficiente con defenderse de Hitler. En Europa firmaron un pacto de no intervención en la guerra española (los ingleses observaron, sin intervenir, la guerra costera desde sus barcos) porque de no haberse iniciado la II Guerra Mundial otro futuro más próspero hubiéramos tenido.
El gobierno republicano no tenía aviones modernos, ni mando político, ni capacidad de reacción ante los sublevados, que llamaron a las puertas de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, quienes respondieron de inmediato. La República cayó en manos del dictador por mala gestión, peor previsión y casi nula y efectiva ayuda del exterior.
Las dos Repúblicas españolas tuvieron una vida demasiado efímera (22 meses la Primera y cinco años la Segunda, contando hasta que estalla la Guerra Civil); la espalda mostrada por Europa a un régimen democrático se hace demasiado ancha y nos sume en el caos, con una dictadura que amordazará a los españoles durante casi cuatro décadas. Así, la República en España será, para siempre, un dulce sueño de primavera.
A la Legión Cóndor (más de 5.000 efectivos al final de la guerra) —una pequeña «muestra» de la Luftwaffe (Fuerza Aérea alemana) con la colaboración de pilotos italianos— la Guerra Civil le sirvió de ensayo general para la otra guerra que cambiaría el mundo. Alemania, Italia (los cazas Chirri e hidroaviones Macchi) y la Unión Soviética con sus Katiuska, la «usaron» como banco de pruebas para sus aviones, en ocasiones no tan modernos, e irse con las lecciones aprendidas para combatir en la II Guerra Mundial, donde el radar lo cambiará todo. Probaron los vuelos nocturnos en aviones multimotor con navegación y el uso de instrumentos sofisticados, con aviones como apoyo de las tropas de Infantería (con mucho calor en verano y mucho frío en invierno), y las bombas incendiarias arrojadas en Guernica, organizado todo a 2.500 km. de distancia de su país. Todo un banco de pruebas en una España dividida, aún decimonónica, sin capacidad de reacción ni consenso político (no hemos aprendido nada en los últimos 85 años). Casi tres de guerra llevaron a Franco al poder, que mantendría durante 36 años de opresión (1939-1975), porque “el general Sanjurjo, jefe de la sublevación, y dos potenciales rivales de Franco, los generales Goded y Mola, murieron durante un vuelo o inmediatamente después, mientras que Franco logró volar con éxito a Tetuán para ponerse al mando justamente de la parte del Ejército español que era más eficaz, que era la mejor entrenada, a las órdenes de unos mandos implacables” (las tropas profesionales moras, denominadas Regulares, y La Legión).
Cuando el autor narra cómo el avión que llevó a Franco de Canarias a Tetuán, alquilado por Luis Bolín, corresponsal en Londres del periódico monárquico ABC —contratado por encargo de Juan Ignacio Luca de Tena, director del diario, y de Juan de la Cierva, inventor del autogiro, precursor del helicóptero— y pagado por el multimillonario Juan March a través de un banco de Londres, se entiende que la Guerra Civil no hubiera acontecido del mismo modo de no ser por los aviones y sus pilotos, muchos de ellos voluntarios, atraídos por los altos sueldos, el sol y los prostíbulos, y unos pocos engañados; sin olvidar a todos aquellos que traicionaron su país, bajo la ficticia bandera de la Monarquía o las ideas de derechas, sumiéndolo en la mayor vergüenza del siglo XX.
El presidente Azaña creó en 1933 el Cuerpo de Aviación, pero cuando los militares se sublevaron apenas habían llegado los aviones. Entre Marruecos y Andalucía fue establecido el primer puente aéreo militar de la historia, y la aviación fue la piedra de toque en una guerra entre compatriotas con ideas y armamento de principios de siglo para combatir a los más modernos sistemas de guerra relámpago: bombas incendiarias, vuelos rasantes y poblaciones civiles desprotegidas sin baterías antiaéreas.
El autor, Michael Alpert, pone en valor la importancia de la aviación en la Guerra Civil, narrando vuelos que cambiaron el rumbo de la historia en España y después del mundo entero tras la II Guerra Mundial. Relata los hechos históricos con tal precisión que bien puede el lector visualizar las batallas que el bando franquista gana año tras año. Se puede cerrar los ojos e imaginar personas, lugares, anécdotas, como si se hubiera estado allí. En la memoria de los combatientes quedaron los aviones bautizados como «Pablos», «Chatos», «Moscas» «Natachas» y «Katiuskas» soviéticos (que aparecieron justo antes de la caída de Bilbao a manos franquistas), los Junkers alemanes, etc.
De haber perdurado la II República, España habría crecido política, económica, social, cultural y educativamente al mismo ritmo que Francia, Gran Bretaña u otros grandes países europeos. Sin embargo, las fronteras de la cultura y la vida en libertad y prosperidad no se abrieron hasta finales de la década de los 70 y la posterior entrada en 1986 en la CEE (medio siglo después que el resto de Europa).
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Autor: Michael Alpert. Traductor: Alejandro Pradera. Título: La Guerra Civil en el aire. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todostuslibros y Amazon
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