Ilustración: Juan Carlos Viéitez.
¿Son una forma de amor las hojas de la yerbabuena en los tés para el dolor de estómago?
El sueño de toda célula, Maricela Guerrero
Pienso en El sueño de toda célula y pienso en la planta de menta que tengo en el balcón. Emilia me la regaló hace dos meses y no ha parado de crecer. Una de las ramas ha llegado hasta donde la gravedad se lo ha permitido y ahora se dobla para volver al suelo. Pequeños brotes salen de la tierra y hay hojitas nuevas por todas partes. Tengo que podarla pronto, antes de que empiece a estropearse. El congelador estará lleno de ramitas. En verano tuve una planta igual pero duró muy poco. Siempre quería poner un par de hojas en el vaso de agua de Miguel pero todas estaban secas.
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Teníamos clase el día que apareció el cuerpo de Ámbar. Fui de las primeras en conectarme y me encontré con una compañera llorando. Lo comentaba con una de las profesoras. La gente iba entrando pero nadie hablaba demasiado. Aunque nunca nos hayamos visto más allá de la pantalla, paso tres horas a la semana con estas personas. Nunca hemos hablado fuera de clase, pero vernos así desde mayo ha hecho que exista algo que nos une. Aquí es medianoche cuando toca conectarse. Allá han estado encerrados durante todo el curso. Quizás sea eso. O quizás sea vernos en nuestras habitaciones tomando apuntes y bebiendo té.
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Cuando era pequeña me regalaron una prensa de hojas. Es de madera y tiene pintada la silueta de una A. El dibujo de una planta sube y se enrolla por la letra. Las tablas son gruesas y en cada uno de los extremos hay un tornillo. Hace poco aprendí que los de este tipo se llaman mariposas o palomillas. Cuando quiero usarla debo recolectar mucho material. Una hoja o una flor son demasiado finas para el tamaño de la prensa. Es tan grande que la guardo encima de un armario y olvido que la tengo. Una vez derramé un vaso de agua sobre un libro que acababa de comprar. Mi madre me ayudó a secarlo de muchas formas pero las páginas quedaron onduladas. Lo puse en la prensa durante un tiempo, aunque nunca quedó muy bien.
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Quedé con Aimee para ir a pasear. Aparcó la bicicleta en la entrada del parque y caminamos junto a los perros que paseaban. Fuimos a ver una exposición. Por el camino nos sentamos en un banco de piedra que había en el paseo. Abrió la mochila y sacó una botella de cristal con limonada que había preparado su marido. También traía dos vasos de su casa envueltos en un trapo de cocina para que no se rompieran. Me acordé de Begoña. La última vez que la vi su hijo tenía hambre y ella sacó de la mochila un tupper compartimentado con galletas, palitos y un resto de bizcocho.
Un día llegué a la librería y Sofía y Daniela me habían guardado el último bombón de chocolate.
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Tengo un entrega para mayo. Puedo escribir sobre lo que quiera, pero debo analizarlo todo desde la Estética. El curso empezó hace veinte días y todavía no sé muy bien lo que tengo que hacer. Quiero escribir acerca de lo cotidiano. Sobre el jardín de mi vecina y los tres gatos que veo en mi calle. Sobre levantarse rápido cuando se derrama líquido en la mesa y coordinarse con todos para salvar los objetos de alrededor. Sobre compartir la merienda o llevar el postre cuando visitas a alguien. Sobre mi planta de menta y todos los vasos donde quiero poner sus hojas.
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Autora: Maricela Guerrero. Título: El sueño de toda célula. Editorial: Antílope. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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