Estamos tan acostumbrados al realismo mágico del español —caribeño sobre todo— que nos resulta más difícil comprender en toda su profundidad un realismo mágico balcánico, enraizado en esa tierra que en los años 90 se convirtió en el epicentro del horror mundial. Yugoslavia fue, en efecto, un lugar tan pavoroso que quizá solo podía contarse mediante la deformación literaria.
Mi gato Yugoslavia, la novela de Pajtim Statovci, tiene dos líneas narrativas perfectamente separadas. Las dos están escritas en primera persona, en primeras personas diferentes. En la primera, desde Finlandia, el protagonista nos cuenta su integración —o su marginación— como inmigrante y como homosexual en la sociedad nórdica. En la segunda, mucho más realista, su madre nos cuenta cómo fue su vida desde la infancia: su crecimiento en una sociedad tradicional, su boda acordada en un entorno patriarcal y machista, el estallido de la guerra, sus consecuencias devastadoras, su huida familiar hacia Finlandia y la desintegración posterior de la familia.
Es posible que se haya escrito mucho sobre la guerra yugoslava, como se ha escrito mucho sobre el Holocausto. Pero nunca es suficiente. Lo que ocurrió fue de tal magnitud que admite mil historias diferentes, mil formas distintas de contar el sufrimiento —sólo el sufrimiento— de aquellos pueblos enfrentados con perplejidad.
El autor añade una descripción que no es arbitraria ni anecdótica: en Kosovo, donde se desarrolla la acción de esa segunda línea narrativa, pervive aún una sociedad anacrónica, machista, en la que las familias ricas (es un decir, porque tampoco hablamos de riqueza real) pueden comprar a las mujeres. Sabemos que eso ocurrió también en nuestras sociedades, pero nos parece tan lejano, tan irreal, que ese relato del Kosovo de hace apenas treinta años nos conmueve.
Statovci es aún muy joven, nació en 1990 en un pueblecito de Kosovo. Emigró con su familia a Finlandia cuando tenía sólo dos años, de modo que el finés se convirtió casi en su lengua materna. A pesar de ello, sintió la extrañeza y la mirada perpleja de su entorno. En un texto de presentación de su novela, dice: “Aprendí que procedo de un país con una historia de desgracia, dolor y angustia, y que por ello era considerado menos afortunado. Mi patria no era conocida por fabricar coches rápidos, componentes de móviles o partes de aviones, y cuando le decía a alguien de dónde venía, en lugar de interés me encontraba compasión”.
Ese desarraigo del personaje/narrador, Bekim, queda patente durante toda la novela en el tono de melancolía amarga, de impenetrabilidad, de falta de porosidad entre él —y sus hermanos, que apenas aparecen en el relato— y la nueva sociedad en la que tiene que integrarse.
La novela arranca con un diálogo de chat gay y una cita erótica posterior bastante engañosos, porque hacen pensar al lector en otra novela completamente distinta a la que luego va a leer. En un relato de corte realista —a veces naturalista— de repente irrumpe un gato al que el protagonista conoce en un bar gay y con el que inicia una relación. Otro gato menos humanizado reaparece narrativamente en Kosovo, cuando Bekim hace un viaje de reencuentro con su pasado. No he sido capaz de comprender el simbolismo del gato (si es que pretende tenerlo) ni su función expresiva, pues más bien deshace artificiosamente el aire de gravedad trágica que tiene la novela. Pero junto a la boa constrictor que el protagonista tiene como mascota, logra crear un contraste extraño en la historia.
Resulta especialmente interesante, leída la novela desde España o desde cualquier otro país situado a tanta distancia cultural de uno u otro polo, de Finlandia y de Kosovo, comprobar como en escenarios radicalmente distintos —la paz frente a la guerra, la prosperidad frente a la pobreza, la tolerancia frente al anacronismo, el frío frente al calor— se mantienen algunas constantes casi universales: la incomprensión, la marginalidad, el extrañamiento e incluso la añoranza de una tierra que no se conoció realmente. Las deudas étnicas con uno mismo son, al parecer, insoslayables.
Mi gato Yugoslavia es una novela triste, dura. La soledad del finlandés gay al que todos ven como kosovar y de los padres kosovares que por otras razones nunca encuentran su sitio en el nuevo lugar.
Statovci hace una novela de monstruos con monstruosidades. Al final parece redimirse en el amor —no con el gato tiránico y maltratador, sino con un hombre de carne y hueso— y reencontrarse con cierto sosiego en su patria. ¿En su patria?
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Autor: Pajtim Statovci. Título: Mi gato Yugoslavia. Editorial: Alianza. Venta: Todostuslibros y Amazon
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